Un cuento que no es tan cuento: Pleito en Miraflores por la Constituyente

Nicolás en su laberinto

Nicolás deambulaba por los corredores del Palacio de Misia Jacinta. El día había sido ajetreado. Difícil. Setenta días de protestas, y no lograba apagarlas. Agotadas todas las indicaciones soviéticas del manual de represión castrista, los chicos malos desesperaban por encontrar la fórmula que sofocara, de una vez por todas, la sangrienta revuelta del pueblo que a estas alturas, acarreaba al régimen la oprobiosa cifra de 67 muertos en 70 días de calle y calle. ¡Y más calle!

Esa mañana, de este día que quedó atrás, los jerarcas del régimen fueron convocados por Nicolás a Palacio, donde sostuvieron una caldeada reunión que estuvo a un tris de desintegrarlos. Los soldados de la guardia de honor aguzaban sus oídos ante los gritos y golpes de manos aplastadas contra la mesa redonda que los agrupaba en el despacho presidencial.

El soldado Berríos dio un paso atrás para pegar su oreja lo más cercana posible a la puerta de madera del despacho presidencial.  La discusión giraba en torno al Hombre del Mazo. Se le reprochaba su reunión con los colectivos que ahora pretendían asumir el control de la situación sin rendir cuentas a nadie. ¡Intolerable!, gritó el General al que conocen como El Ruso, por sus nexos con su tocayo Vladimir. Esperaban el inminente enfrentamiento final entre colectivos y ellos, jerarcas del régimen.

– Qué cagada, dijo para sus adentros el soldado Berríos y el sobresalto que le causó un vaso estrellándose contra la puerta del despacho, lo llevó a apartarse hacía un lado, a dis…cre…sión.   

Nicolás estaba fuera de control. Por los vasos que se reventaban puertas adentro, Berríos se convenció de que la Constituyente no va pa’l baile. El escándalo era de tal magnitud que atrajo la curiosidad de otros colegas de la guardia presidencial. El sargento Socorro le preguntó con la seña de la nariz: Pana, ¿qué peo es ese?

– Esta Constituyente no va, se los digo, bájense de esa nube. Hagan lo que hagan, pueden estar seguros que la Constituyente no va. Tras bastidores esto está más negro que la conciencia de un maldito. Lo que quedan son escombros, panita, este régimen cayó hace rato. Que se los digo yo, que tengo los pelos en las manos.

– A nivel internacional, supuestamente hay una disposición –dijo el sargento Soto metiendo su cucharada-, un tiempo de 75 días continuos de protestas de la población en la calle. Pasados los 75 días en las condiciones actuales, no hay quien pueda detener una intervención. Esto está a punto de melcocha. Todas las condiciones están dadas, a eso le tienen miedo. El régimen ya cayó, ahora lo que nos queda es removerlos.

A todo esto, La Oxigenada se apersonó ante el Tribunal Supremo de Justicia para pedir copias de la Sentencia emitida por la Sala Electoral, e introducir un Recurso de Nulidad contra el Acuerdo de Nombramiento de los trece Magistrados Principales y veinte Magistrados Suplentes del Supremo emanado de la Asamblea Nacional saliente el 23 de diciembre del 2015. Damos el pase a La Oxigenada desde el TSJ:

– He acudido nuevamente al Tribunal Supremo de Justicia, a la Sala Electoral, para recibir las copias de la Sentencia que declaró inadmisible mi recurso intentando contra la Asamblea Nacional Constituyente

– Además, he introducido un nuevo Recurso ante la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, donde pido que declare nulo el acuerdo de estos Magistrados que fueron nombrados en un procedimiento irregular el pasado 23 de diciembre del 2015

– Por la institucionalidad del país, estos Magistrados deben inhibirse de conocer este Recurso, ya que ellos mismos están involucrados, sino se inhiben, yo por pleno derecho, solicitaré la recusación.

– Hago responsable al Poder Ejecutivo a lo que pueda pasarle a mi familia, están siendo perseguidos por el SEBIN, y recibiendo mensajes de amenaza contra mi familia. Su problema es conmigo, no con mi familia.

Pasada la medianoche, el Palacio estaba solo, es decir, no había visitas, solo la guardia, cada soldado en su puesto. El café se había agotado en la despensa y los termos estaban vacíos. Se esperaba una remesa que enviaría Fuerte Tamanaco. Nicolás se paseaba con un cigarro en la mano y la mirada perdida en el cielo negro del patio interior, esa noche, vacío, sin estrellas, sin nada, como las despensas de los venezolanos. La noche estaba por dar paso a la madrugada, pero la gente no dormía, nadie puede hacerlo cuando el estómago está vacío, y el toqueteo seco de las cacerolas, también vacías, se dejaban escuchar en los barrios circundantes. Nicolás encendió otro cigarrillo con la colilla todavía  encendida, murmuraba, hablaba solo. 

– ¿Con quién hablará? -le preguntó un centinela a su compañero de guardia, y el reloj de la Catedral dio el golpe seco: la una de la madrugada. 

– Ave María Purísima -contestó el boina roja haciéndose la señal de la Cruz. Las ánimas están alborotadas, ¿viste esa sombra que pasó para el despacho de Mi Comandante? 

– No me asustes, marico, mira cómo me espeluco. 

– Chávez no sale de aquí. Lo he visto, marico, varias veces. Está penando. Sale de ese cuarto donde entró en espíritu y se mete en el chinchorro, con las botas puestas. 

– Coño, cállate que ahí viene. A cuadrarse.

Los centinelas levantaron con energía hasta tocarse con el dedo medio el borde inferior derecho de la boina roja, al nivel de la cien. Nicolás no les respondió el obligatorio saludo. Siguió de largo, absorto en su soliloquio. Los soldados de la guardia resintieron el fo de su Comandante en Jefe, pero escucharon algunas de sus palabras:

– Su Eminencia Santo Padre, Ciudad de San Pedro de Roma el Vaticano… Mire Papa, usted me ha echado unas cuantas vainitas… que yo le voy a perdonar si usted me ayuda con esta oposición apátrida que está matando carajitos…

– Verga, chamo, está ensayando la carta que le va a mandar al Papa.

– Pa’ decile de los carajitos que matan…

– …que según él la derecha fascista entrena pa’ que él los mate.

– Disociado, ¿y los carajitos que se están muriendo de hambre, ¿qué?…

– … y los que mueren por falta de medicinas. Anoche velamos al hijo de Chuito. No pudieron pararle al chamo la diarrea, no había suero en el hospital. Se deshidrató. Y los carajos estos comiendo y bebiendo como cerdos.

– Nicolasito parece un tanque…

– Y el gordo engominado, coño, no sale de aquí, y cómo traga el bicho. Nojoda, y uno aquí pasando crujía. Totalmente desabastecidos. Ni café hay. Aguantando sereno pa’ cuida’los a ellos. En cualquier momento se prende el peo y nos matan como a unos pendejos. Berríos me contó que de vaina se matan hoy. Rompieron un poco e´vasos y a ese se le cayó el café en la guayabera…

– ¿Pa’ dónde irá a cogé? Porque El Cubano se está muriendo.

– ¿Verdad, marico? Sería de la arrechera que cogió. Justo escuché a su teniente de corneta comentar que el cubano nos maldijo. Y que dijo, palabras textuales: Esos malditos van a acabar con todo lo que he logrado. Justo me dijo que el temor del cubano es que el pueblo cubano también se alce cuando los venezolanos barran los escombros del régimen. Qué arrechera, pana, ha dado órdenes de reprimir más, pero ¡qué va, oh!, muchos están reculando.

– ¡Y los que faltan!

– Y El Cubano ya lo dijo: Esta mierda está perdida.

– Maldijo y entró en coma…

– Él no creyó que el pueblo se arrecharía tan arrechamente…

– Cállate, marico, que ahí viene otra vez, parece un alma en pena…

– Coño, ese hombre no duerme. Café y cigarro, y otras vainas…

– Si nos oye nos apaga el cigarro encima… los nervios, pana, esta vaina se jodió…

Los soldados volvieron a pararse en posición firme, otra vez saludo sin respuesta, el AK.103 al hombro, y Nicolás se detuvo frente al chinchorro que se movía solo.

– ¿Qué vaina es esa? ¿Quién está en el chinchorro? ¡Soldado!

Y el reloj de la Catedral dio la media de la una de la madrugada.

– Diga, Mi Comandante.

– La hamaca se está meciendo sola, ¿quién estaba ahí?

– Mi Comandante Eterno, digo, naiden, es el viento que la mece…

– ¿Viento? Pero no se mueve ni una hoja. ¡Cilia! 

En eso la sombra se espantó para el cuarto, la puerta se cerró lentamente con un escalofriante chirrido de bisagras. Nicolás se puso blanco, el bigote se le puso de puntas, llamó a su edecán. 

– ¿Pasa algo, Mi Comandante?

– Una vaina rara, brother, el chinchorro de Chávez meneándose, solo, y después un portazo en su despacho. Revise ese cuarto inmediatamente. Cuidado y no es un espía de La Oxigenada. Vieja ‘el coño.

Vuelve el Edecán:

– Mi Comandante, sin novedad en el frente. El cuarto está como lo dejó Juancho Gómez, primero; y Mi Comandante Eterno, después. Naiden. 

– ¡Entonces, tráigame más café, carajo! Y otra caja de cigarros. Yo no le tengo miedo a los muertos, sino a los generales vivos…

– Lamento informarle, Mi Comandante, 3 en 1, no hay; desde hace más de un año que no le vemos la cara. Y Doña Cilia, está viendo Aquí no hay quien viva, y como usted sabe, Mi Comandante, a la señora no se la puede interrumpir cuando está viendo su serie favorita.