Ramos Sucre: Como las casas de antes

José Antonio Ramos Sucre nació y murió en junio. Y vamos a recordarlo a través de su casona cumanesa, reliquia arquitectónica del siglo XIX, tan presente en la obra de este venezolano que cultivó la poesía en prosa, además del género del ensayo y traducciones. Era políglota. Dejó publicados cinco libros. Trizas de papel (1921) y Tras la huella de Humboldt (1923) ambos recopilados en La torre de Timón(1925) junto a otros textos nuevos. En 1929 vieron luz El cielo de esmalte y Las formas del fuego.

Poeta, educador y diplomático, nació en Cumaná el 9 de junio de 1890. Falleció en Ginebra el 13 de junio de 1930 en funciones de cónsul. Fue el tercero de los ocho hijos del matrimonio de Jerónimo Ramos Martínez y Rita Sucre Mora –nieta de José Jerónimo Sucre Alcalá, hermano del Mariscal Sucre.

La casa de Ramos Sucre es una casa espaciosa, luminosa, fresca, como eran  las casas de antes; con ventanales y techos altos de caña amarga ajustadas con argamasa que los cumaneses llaman techos de lata. Sus paredes son de bahareque (mezcla de tierra húmeda y paja), los pisos de mosaico, zaguán con azulejos y los clásicos corredores como en las casonas andaluzas. La casa posee un luminoso patio interior en el que en otros tiempos reinó el limonero, y el jazmín y la resedá impregnaban la estancia e invitaban a soñar. En este extracto del Discurso del Contemplativo, el poeta parece añorar el sosiego espiritual de una casa como la cumanesa:

¨Amo la paz y la soledad; aspiro a vivir en una casa espaciosa y antigua donde no haya otro ruido que el de una fuente, cuando yo quiera oír su chorro abundante.  Ocupará el medio del patio, en medio de árboles que, para salvar del sol y del viento el ensueño de sus aguas, enlazarán las copas gemebundas.  Recibiré la única visita de los pájaros que encontrarán descanso en mi refugio silencioso.

Ellos divertirán mi sosiego con el vuelo arbitrario y el canto natural; su simpleza de inocentes criaturas disipará en mi espíritu la desazón exasperante del rencor, aliviando mi frente el refrigerio del olvido…¨

La casa está situada casi al frente de la Iglesia Santa Inés. Como todas las de la Calle Sucre, posee una puerta al fondo del patio que da al río Manzanares. Es la número 29 de la hilera de casas de la acera sur y forma parte del casco histórico de la ciudad.

La casa la heredó Rita Sucre de sus padres y en ella vivieron hasta que fue vendida cuando la familia se mudó a Caracas, pasando por varios propietarios hasta que la compró  la Corporación de Oriente para fundar el Centro Literario que hoy administra en comodato la Fundación Ramos Sucre.

Además de hermosos muebles que pertenecieron a la familia como la cama donde nació el poeta, la casa posee una biblioteca especializada en literatura y es centro de diversas actividades culturales. Desde 1970 es sede permanente de la Bienal José Antonio Ramos Sucre.

De aquel trágico mes de junio, seis días antes de poner fin a su vida con una sobredosis de somníferos, el poeta escribió desde Ginebra a su prima Dolores Emilia Madriz:

«…Yo no me resigno a pasar el resto de mi vida, ¡quién sabe cuántos años!, en la decadencia mental. Temo muchísimo perder la voluntad para el trabajo. Apenas leo.  Descubro en mí un cambio radical en el carácter.  Pasado mañana cumplo cuarenta años y hace dos que no escribo una línea. Los médicos de Europa no han descubierto qué es lo que me derriba.  Yo supongo que son pesares acumulados…»

La muerte fue una constante en sus cartas y textos. Su propia vida fue el reflejo de la atracción fatal que el suicidio ejerció en aquella alma atormentada y solitaria, que alcanzó el definitivo y anhelado descanso el 25 de julio cuando fue sepultado en el panteón familiar del viejo cementerio de Santa Inés. Entonces, la tierra roja, caliche y salitrosa recibió en sus entrañas los restos mortales del atormentado hijo.

Dolores Emilia vivió para mantener vivo el recuerdo de aquel amor no correspondido.