Resulta muy fascinante y además maravilloso, resaltar el preponderante desempeño de los venezolanos en el mundial de fútbol Sub-20. Un comentario – a ese respeto-, no sólo merece la más fina y hermosa exégesis del más alto valor histórico que se corresponde, ciertamente, frente a la apoteósica demostración combativa exhibida con tenacidad ante los más encumbrados equipos del universal balompié.
De allí que la naturaleza misma de la valentía y proeza, con las cuales pusieron la más evidente y profunda manifestación de hidalguía obliga -por antonomasia-, a dejar en claro un firme y tácito testimonio de múltiple contenido, además de laudatorio, halagüeño ante los más granados futbolistas del orbe, logrando quebrar la reconocida fortaleza deportiva de esos atletas en sus respectivos roles representativos de países en los cuales, no solo son un pivotes, sino que al mismo tiempo se ubican en el privilegiado espacio de la idolatría.
En esos espectaculares escenarios donde las combativas rivalidades reflejaron la euforia y brotaron penetrantes emociones de nuestra patria, muchas de las cuales amainaron levísimamente un poco la tristeza la cual es causa de vergonzosa y de profunda intranquilidad.
Mientras los integrantes del equipo futbolístico nativo se batían contra viento y marea teniendo encima la diaria molienda de venezolanos de las atroces arremetidas y feroces arremetidas estimuladas por el gobierno de Maduro y de sus huestes (…) amparadas -de hecho-, por el derrochado materialismo, comprando conciencias en provecho del hambre que satura al pueblo (…), utilidad desmesurada, pero con ingredientes de incalificables proporciones bochornosas.
Sin embargo, con ese factor de perversa crueldad, como una espada de Damocles arriba saturándoles sus mentes, y, consecuencialmente, sacándolos del equilibrio y concentración competitiva.
En honor a la realidad, ello significó el cisma de una inspiración la cual generó una dificilísima derrota, ni siquiera cantada, como suelen fantasearse los británicos en su apogeo de invencibilidad.
La crítica del deportivismo futbolística, no escapa yuxtaponer la idea, en sentido histórico, de plasmar con estímulo apasionado todo un desenvolvimiento titánico, que verdaderamente debe quedar conservado, sempiternamente, con el discurrir de los años, como uno de los acontecimientos del siglo 21, sin necesidad de apelar a vagas comparaciones (…) que no alcanzan las dimensiones que los venezolanos zanjaron y forjaron en el mundo del balompié de máxima altura y de amplio prestigio internacional. Imbatidos en todos los desafíos, a excepción del que se constituyó en un puntillazo, a la vera de una epopeya que, con natural guapeza se estuvo al filo de una contundente victoria que fue truncada por el deslizado gol que dejó atónitos a propios y extraños en tierras surcoreana.
No obstante, el poder de lucha, con todas y las circunstancias desagradables por las que atraviesa Venezuela, la gesta conquistada constituye un hecho de legitimidad sin limitaciones algunas. Sobre todo por la intensidad y calidad de un cometido de ineludibles proporciones. Su retorno al país no creó lo que pudiera haberse constituido en un macro masivo recibimiento, porque fue opacado. El propio gobierno, en su interés de politizarlo por la oportunidad del momento, intentó congraciarse, cuando su prestigio, no sólo está en el desplome, en otras palabras en picada libre. Se trató, a no dudarlo, de un ardid, un engaño. Por tanto, los campeones no pisaron el peine y realizaron su caravana humildemente, concentrándose en una brillante ceremonia pese a que el escenario no contó con una portentosa concurrencia llevada a efectos en el ya vetusto estadio Universitario.
¡El artificio, por inoportuno, no les funcionó!