Justo cuando uno se pregunta cuál será el futuro de la unión entre el chavismo originario y la oposición, ayer falleció en Alemania el ex canciller germano Helmut Kohl, el hombre que dio forma duradera a la reconciliación de las dos Alemanias. Las loas que acompañan a su entierro, ayudan a comparar las naciones que lograron superar sus divisiones y las que por el contrario, las profundizaron.
La coincidencia que en Venezuela une hoy chavismo no madurista y oposición, puede convertirse en un gran esfuerzo conjunto para reconstruir un país en ruinas al ejemplo de Kohl, o revivir las divisiones de la “guerra fría” como ya ocurre bajo Vladimir Putin.
Veamos el exitoso ejemplo de Alemania. La reunión de las dos Alemanias, la democrática y la comunista, ocurrió cuando en la occidental gobernaba Kohl, y en la oriental el gobernante era Erich Hönecker, un personaje que fue tan obediente a Moscú como hoy Maduro lo es a La Habana. (Esa obediencia al “jefe” parece ser el signo distintivo de todos los regímenes comunistas, con la diferencia que el último “jefe” en América, se llama “Castro”, fuese Fidel, Raúl, o el previsible heredero, Alejandro Castro Espín.)
Lo muy especial del caso alemán, es que ellos lograron reunificarse pasando por encima de una larguísima lista de agravios: los muertos caídos en los intentos de cruzar el Muro de Berlín, las innumerables víctimas del aparato de represión, inteligencia y espionaje como lo fue la Stasi alemana, brazo occidental de la policía secreta soviética, la KGB. El sólo hecho de que el entonces canciller de Alemania Occidental, Helmut Kohl, haya logrado convencer a todos los alemanes de ambos lados a minimizar hasta extinguir los inevitables juicios contra los verdugos que trabajaron en la Stasi, fueron la base de la posterior unidad y prosperidad alemana. Hasta el acusado principal, Erich Hönecker, puesto a juicio por el asesinato de las 192 personas que murieron intentando cruzar el Muro de Berlín durante su mandato, fue liberado bajo la excusa de problemas de salud y se exilió en Chile, donde lo acogió Augusto Pinochet. Los demás agentes de la Stasi en su mayoría vivieron tranquilamente en Alemania sólo cargados de sus consciencias.
La muy activa participante de las Juventudes Comunistas en su nativa Alemania oriental, Ángela Merkel, fue acogida por Kohl en el partido de la Unión Demócrata Cristiana, de la que ahora es ella la cabeza. Un episodio muy publicitado de su vida, fue cuando siendo estudiante, fue requerida a ser espía de sus compañeros para la Stasi y evitó el reclutamiento al mostrarse demasiado voluble e incapaz de guardar un secreto. La mera carrera política de Merkel, es quizás el mejor ejemplo de cómo superó Alemania de manera permanente su paso por el comunismo.
Muy distinto es el camino que emprendió Rusia después de la caída de la Unión Soviética, a tal punto que hoy, Vladimir Putin ha vuelto a la mayoría de las políticas de represión interna, red de influencias externas y expansión territorial que fueron los signos distintivos de la URSS. El problema es que históricamente, desde su fundación a partir del ducado de Moscú en el siglo XIII, nunca han conocido los moscovitas la vida bajo un sistema democrático. Los habitantes soportaron el absolutismo de los zares, de allí saltaron al comunismo de la Unión Soviética y ni siquiera la caída de la URSS les ha brindado un temporal alivio.
Cuando el comunismo cayó en toda la Unión Soviética y los países ocupados se liberaron, en Rusia misma los primeros grandes beneficiarios fueron los anteriores directores de las empresas del Estado, todos ellos jerarcas comunistas. Convertidos del día a la mañana en propietarios de empresas que antes eran bienes públicos que no funcinaban, formaron una élite multimillonaria, que poco a poco fue descabezada por Vladimir Putin, cuando la mayoría de las industrias y el petróleo volvieron a las manos del Estado. En lo político, Putin, ex funcionario de la KGB, ha vuelto a las fuentes, al extremo que el líder de la oposición, Alekséi Navalny, está preso y ha sido despojado de sus derechos políticos. No sería de extrañarse, que Rusia aparezca nuevamente como la protectora de Cuba y en consecuencia, que la Federación Rusa le diera una bocanada de oxígeno a los Castro, igual a lo que en su tiempo les brindó la Unión Soviética.
Cualquiera que fuese el futuro de Cuba, la gran pregunta que se plantea a partir de ahora en Venezuela, es si el chavismo seguirá el camino de Alemania, o volverá a caer en las trampas de una guerra fría que ahora sería la “del siglo XXI”.
Volvamos entonces a Venezuela. Comparado con Cuba y Rusia, dos países que nunca gozaron de un período democrático, Venezuela sí es intrínsecamente democrática. Lo prueban no solamente los 40 años de democracia, sino el inmenso esfuerzo en vidas y sacrificios que hizo por ser el punto de inicio en Suramérica de las guerras de independencia y el no menos luctuoso sacrificio de la actual gesta popular contra el intento de la constituyente, instrumento de una dictadura total. Por otra parte, sería inconcebible, que nuevamente, ahora sin el peligroso cerebro que creó el Foro de San Pablo e incluso previamente a ese invento sumió durante cinco décadas al hemisferio a una continua cantaleta de propaganda comunista (con clichés que nunca cambiaron, que si “la derecha”, “el imperio”, los “fascistas”, etc.), pues sería absurdo que todavía existan venezolanos – chavistas o no – capaces de regirse por esos engaños.
Estamos en una época en que los conceptos de partidos de derecha e izquierda pierden su significado. Época que se rige por la información ilimitada que brindan las redes sociales, porque permiten a cada ciudadano formar en medio de la abundancia de tuits, su criterio personal. Estaremos dentro de poco, en una Venezuela cuyo único norte será reconstruir el país. Ojalá más nunca se repitan en Venezuela, las divisiones creadas por la incursión de un maléfico brujo, que intentó someter a todo un continente a su sed de un poder sin fronteras.