Presidenciables se autoanulan por no unirse de verdad

La inconsciencia que priva en el actual acontecer político venezolano, parece ignorar la situación real del pueblo y no mide ni sus reacciones, ni tampoco comprende la fuerza almacenada, todavía apenas asomada, de la actitud popular ante algo que no es la política, sino el hambre y las penurias.

Se supone que un general de la república ha recibido la preparación necesaria – ¿acaso no deben culminar previamente el Curso de Estado Mayor? -para comprender los aspectos políticos, económicos, de seguridad y fronteras, del país que juró  defender. De allí que el aspecto económico debería ser para la plana mayor de la Fuerza Armada uno de los objetos de estudio, no fuese que para entender y prevenir futura rebelión de calle, que de seguir las cosas como son, ya no sería la de un caracazo, sino de un «venezolanazo» nacional.

Uno de los estudios que en este momento debería ser de lectura obligada para militares y civiles por igual, es el recién publicado trabajo del profesor en Harvard, el venezolano Ricardo Haussmann, considerado una eminencia mundial en materia de economía. El estudio se llama «El colapso de Venezuela no tiene precedentes» y revela, comparando cifras con los más famosos casos de desplome ocurridos en el mundo, que el caso de Venezuela no tiene ningún precedente histórico en cuanto a las dimensiones de su destrucción económica.

Haussmann revisa las cifras comparativas y afirma que «la catástrofe económica de Venezuela eclipsa cualquier otra de la historia de Estados Unidos, Europa Occidental, o el resto de América Latina. No obstante, las cifras mencionadas subestiman en extremo la magnitud del colapso, según lo revela una investigación que hemos venido realizando con Miguel Ángel Santos, Ricardo Villasmil, Douglas Barrios, Frank Muci y José Ramón Morales en el Center for International Developmentde la Universidad de Harvard. (…) El sueldo mínimo -el que en Venezuela también es el ingreso del trabajador medio debido al alto número de personas que lo recibe- bajó el 75% (en precios constantes) entre mayo de 2012 y mayo de 2017. Medida en dólares del mercado negro, la reducción fue del 88%, de US$295 a solo US$36 al mes. Medido en términos de la caloría más barata disponible, el sueldo mínimo cayó de 52.854 calorías diarias a solo 7.005 durante el mismo periodo, una disminución del 86,7% e insuficiente para alimentar a una familia de cinco personas, suponiendo que todo el ingreso se destine a comprar la caloría más barata. Con su sueldo mínimo, los venezolanos pueden adquirir menos de un quinto de los alimentos que los colombianos, tradicionalmente más pobres, pueden comprar con el suyo.»

Otro aspecto mostrado con cifras por Haussmann es que el hambre y la muerte van de la mano: «La pobreza aumentó del 48% en 2014 al 82% en 2016, según un estudio realizado por las tres universidades venezolanas de mayor prestigio. En este mismo estudio se descubrió que el 74% de los venezolanos había bajado un promedio de 8,6 kilos de peso de manera involuntaria. El Observatorio Venezolano de la Salud informa que en 2016 la mortalidad de los pacientes internados se multiplicó por diez, y que la muerte de recién nacidos en hospitales se multiplicó por cien. No obstante, el gobierno de Nicolás Maduro repetidamente ha rechazado ofertas de asistencia humanitaria».

Dejemos a Haussmann y hablemos de los dueños del destino nacional. Para los generales que manejan el risible cuento de los Clap -las cajas de alimentos subsidiados vendidos a familias censadas para recibirlas-, debe estar claro que su siguiente tarea será sofocar a sangre y fuego una rebelión popular que cada día será más masiva. Si desde ahora, los políticos del PSUV ya cargan el peso de la culpa por la hambruna, los generales empiezan a cargarla por violación a los derechos humanos, sometiendo a una nación que reclama por hambre.

Dejemos ahora al generalato, que no puede ser tan tozudamente ignorante de la situación real del país, y hablemos de otro grupo de tozudos, aquellos que desde su actuación política, viven contando los pollos antes de nacer, esperando un beneficio que no puede llegarles si todos ellos no se unen. Una asombrosa ceguera aparta del resto de la nación a una serie de líderes, justo cuando en todo el país la gente hace inmensos sacrificios. Es el pueblo el que pone los muertos, sin que nadie en las alturas, pareciera inmutarse.

Allí están las tajantes pruebas del heroísmo nacional,  las cifras de  los asesinados, los heridos entre los que algunos quedan lisiados de por vida, los apresados y encarcelados, los torturados, los violados, los que arriesgan su trabajo por negarse a votar el pasado 30 de julio, los que salen a la calle a manifestar a sabiendas que pueden perder la vida. Mientras tanto, no he visto en las reuniones que definen la estrategia de la resistencia, a los más conspicuos aspirantes que se creen «presidenciables» y que deberían verse unidos para ser efectivos.

En estos días, un periodista de fuste me explicaba con muchísimos argumentos: «A nadie en la calle le importa quién puede ser el próximo presidente. Cualquiera de ellos sirve, porque lo que la gente necesita es comida. No hay agua, no hay luz, no hay seguridad ni sosiego, el dinero es puro papel y ahora ni eso, porque los cajeros no tienen billetes.  La gente sale a manifestar para defender su vida y su futuro, ni piensa en ningún candidato».

Dos de los teóricamente «presidenciables» parecen haberlo entendido: tanto Antonio Ledezma, como Leopoldo López se pronunciaron llamando la gente a la calle a sabiendas que  pagarán ese llamado con un regreso a la cárcel de Ramo Verde. Son sólo ellos dos y lo hicieron con un gran sacrificio personal. A los demás «presidenciables»,  en los anuncios de las manifestaciones de calle, la gente no vio parados juntos, hombro a hombro, a Henrique Capriles, Henry Ramos Allup, María Corina Machado, Henri Falcón y menos a Manuel Rosales quien tendría mucho que explicar. En total serían seis «presidenciables», que ni siquiera pueden esgrimir su «por ahora» como lo hizo Chávez, porque se auto-anulan mutuamente por no poder unirse de verdad. Con cada día que pasa en medio de esa inconsciencia, crece la separación entre la gente que sufre lo indecible y los líderes – por cierto, todos de generaciones anteriores a las de las víctimas, que son los muy jóvenes y que, por haber crecido bajo ese régimen, son los que mejor entienden la situación.

Una vez más, la dirigencia política venezolana, ahora que están por anularles la mayoría que les dieron los votantes en diciembre 2015, habla de elecciones y conversaciones (ya no se atreven a llamarlo diálogo), sin aparentemente entender ni quien es su adversario ni, menos, cómo los ha engañado y sigue haciéndolo. Quiénes están claros son la gente, que terminará saliendo y muriendo, sin que la ampare una dirigencia amplia, unida  y lúcida, diseñadora de una sola estrategia común a todos.

Más de cien héroes, sí, héroes, asesinados por una calculada política de represión, debían haber indicado a los dirigentes, que los venezolanos enfrentan una máquina de la muerte aceitada, preparada y probada durante años no solamente en Venezuela, sino en todos los países que fueron sometidos a regímenes como el actual en Venezuela. Los venezolanos luchan no solamente contra un gobierno que intenta enquistarse, sino contra un frente amplio internacional, que abarca los votos del chiripero del Caribe en la OEA, cuenta con los vetos de China y Rusia en la ONU, y se ampara en  la extensa red mundial cuyo brazo continental americano es el Foro de San Pablo.

Cuando un político versado en una larga experiencia democrática, enumera ingenuamente las veces en que en ese continente las dictaduras cayeron con votos, se olvida que en ninguno de los casos que él cita, la dictadura fue comunista, lo cual cambia radicalmente el enunciado del problema.

Vuelvo a donde empecé: a Ricardo Haussmann, quien muestra que la contracción de la economía venezolana»es significativamente más aguda que la de la Gran Depresión de 1929-1933 en Estados Unidos», De modo que la gran depresión mundial que quedó en la Historia como un ejemplo de nunca repetir, si se reproduce hoy en Venezuela, pero no en igual, sino en peor. ¿Y con eso, ni los militares, ni los civiles se han dado cuenta del tremedal que pisan todos juntos?

 

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