Casi 3 mil 500 millones de dólares debe pagar entre octubre y noviembre el régimen. Quedar bien con Wall Street ha sido una obsesión para Nicolás Maduro, que prefiere transferir los pocos dólares que entran de la venta de petróleo a las cuentas bancarias de los tenedores de bonos en vez de a los proveedores internos que, con eso, podrían reponer inventario y surtir los anaqueles tanto de comida como de medicinas. Aparte de la suma mencionada, de las arcas de la Nación saldrán otros mil millones de dólares en el último cuatrimestre, sumando un total de 4 mil 500 millones de dólares en este tramo del año.
¿Por qué paga Maduro religiosamente la deuda externa? No para reactivar la economía, sino para seguir endeudándose en un ritmo que le permita mantener los programas clientelares, el control de cambios que enriquece a quienes lo controlan y tener efectivo para campañas electorales. Curiosamente, para poder mantener este esquema de deuda eterna, debe, a su vez, endeudarse. Ahí es donde entran en juego los prestamistas por excelencia del régimen, China y Rusia.
Xi y Putin, desde el 6 de diciembre del 2015, han estado reticentes a enviar dinero a Maduro. Las dos directivas que ha tenido desde entonces la Asamblea Nacional enviaron cartas a todos los posibles prestamistas, países o instituciones, advirtiéndoles que esos acuerdos firmados serían ilegales al no contar con la aprobación parlamentaria. El régimen intentó todos los subterfugios legales posibles para convencer al mundo de que podía endeudarse sin pedir permiso al Parlamento. Por ejemplo, hizo uso de su Tribunal Supremo de Justicia para que este organismo sentenciara según los intereses maduristas. Nada. Se sentenció que el Banco Central de Venezuela estaría solo bajo control del Poder Ejecutivo. Nada.
La Asamblea Nacional Constituyente, aparte de ser el nuevo suprapoder del Estado policial, es la nueva argucia del régimen para convencer a rusos y chinos de que tienen aprobación parlamentaria para recibir préstamos que se vislumbra vienen con condiciones leoninas. Estados Unidos, Europa y Latinoamérica han advertido que esa ANC es ilegítima. Sin embargo, Rusia y China se han valido de la falacia vendida por Maduro: el pueblo de Venezuela habló el 30 de julio y hay nuevo órgano legislativo, dicen los amigos del madurismo.
Hasta ahora, ni Xi ni Putin han enviado dinero a Maduro. Van con paso de tigre, midiendo cuidadosamente el papel de Donald Trump en el conflicto. La Casa Blanca, ávida de conseguir un triunfo internacional que desvíe la atención de los fracasos internos, ha sido particularmante dura con el Palacio de Miraflores. Pronto no quedará nadie en el régimen madurista sin sanciones. Bueno, quizás Diosdado, pero esa es harina de otro costal.
Caracas, en el radar del Pentágono
Donald Trump encontró un filón para desviar la atención mundial de su baja popularidad interna, su imposibilidad de aprobar en el Congreso sus promesas electorales y los pleitos internos no solo en el partido Republicano sino en la propia Casa Blanca. Desde uno de sus campos de golf en Nueva Jersey, en donde pasa sus vacaciones de verano, le basta escribir todas las mañanas en Twitter amenazas al régimen norcoreano para que suenen los tambores de guerra que alarman a la comunidad nacional e internacional. Con eso no solo acapara centimetraje en la prensa occidental sino en la oriental, obligando a Xi y a Putin a pronunciarse al respecto. Ciertamente, podría tratarse de la excusa perfecta para el catire, ya que pocos pueden justificar el peligro que representa para la humanidad un personaje como Kim Jong Un jugando con armamento nuclear.
Pero ir a la guerra con Corea del Norte sería un conflicto bélico con todas las de la ley. Aunque la superioridad del Ejército estadounidense es incuestionable, sobre todo cuando se le compara con el norcoreano, un choque entre Washington y Pyongyang no sería una guerra convencional. Las últimas incursiones del Pentágono en este tipo de conflictos no han sido exitosas -Afganistán e Iraq no se pueden catalogar como victorias para Estados Unidos- y todavía están en la memoria sangrientos escenarios como el de Vietnam o, inclusive, la anterior guerra de Corea.
Una operación más rápida y menos costosa, tanto en términos de vidas como de dinero, sería Venezuela, escenario que puso sobre la mesa el propio Trump en una extraña rueda de prensa en Nueva Jersey. Esta posibilidad lleva semanas apareciendo sobre el escritorio del presidente estadounidense, aupada por los halcones. No se debe olvidar que su actual jefe de gabinete es el general John Kelly, que hasta el año pasado fue el jefe del Comando Sur -flota cuasi estacionada desde hace años alrededor de las costas venezolanas-, y llegó a decir que rezaba todos los días por la resolución del conflicto causado por el madurismo, asegurando que él podía resolver «eso» en unas pocas horas.
Como esto no es un artículo de opinión, estimados lectores, sino un informe político, no se trata de posicionarnos a favor o en contra de nada. Un desembarco en Venezuela sería una operación al estilo Panamá o Grenada. De hecho, sería similar a la realizada recientemente en Afganistán para «pescar» a Osama bin Laden. Cambie «terrorista» por «narcotraficantes». Washington no ve en Caracas un Estado legítimo sino un narco Estado con nexos terroristas. En ese momento, el conflicto deja, a los ojos del imperio, de ser de los venezolanos para convertirse en un tema de seguridad nacional.
Foto Reuters