Hay lecciones de la Historia que permiten calcular el desarrollo de los acontecimientos políticos y también hay intereses económicos – en el caso de Venezuela inevitablemente petroleros – que obligan a acelerar los tiempos. Con eso, algo se puede calcular.
PEn olonia, cuando después de un año de pacífi-cas manifestaciones populares que las fuerzas del orden reprimían matando entre 10 y 3 manifestantes cada vez, se apersonó en la capital Varsovia el mariscal ruso Victor Kulikov, comandante de las fuerzas del Pacto de Varsovia, para dirigir la represión. Ordenó al entonces presidente de Polonia comunista, el general W. Jeruzelski, imponer la ley marcial que fue declarada en diciembre 1981 y cuya vigencia duró 2 años. En pocos días fueron detenidas 10.000 personas, pusieron a funcionar a los tribunales militares y empezó una represión que terminó con 1.900 presos por rebelión. Según la resistencia, fueron muchísimos más.
La reacción internacional fue inmediata. El entonces presidente de Francia, François Mitterrand, fue el primero en denunciar los asesinatos y represión, seguido por Helmut Kohl de Alemania. Ronald Reagan, desde Estados Unidos, impuso una serie de sanciones económicas, etc. etc. ¿Le suena conocido?
La todopoderosa Unión Soviética no aguantó ante esas presiones. El fin del comunismo en Polonia ya era cuestión de tiempo. Los reconocidos más de cien muertos por las fuerzas de represión, los presos políticos, las cárceles, aceleraron la caída. El Vaticano, bajo el papa polaco Juan Pablo II y la conducción del muy católico líder obrero Lech Walesa, liberaron a Polonia del comunismo, por mera presión interna y externa.
Una historia similar se repitió en Lituania, donde las víctimas que desencadenaron la condena mundial fueron unos manifestantes triturados bajo las orugas de tanques soviéticos, hecho que tuvo quien lo fotografió y produjo imágenes que estremecieron al mundo, del mismo modo como ahora corren en las redes las imágenes de la resistencia venezolana con jóvenes amparándose bajo escudos de cartón y víctimas desarmadas de asesinatos selectivos.
En aquel inicio de la década de los 90, con la salida de Lituania de la Unión Soviética, se produjo la primera fractura del imperio comunista ruso y casi de inmediato todo el conglomerado de naciones reunido bajo el Kremlin se fraccionó y se desmoronó. Allí fue crucial la unidad de la población lituana en la resistencia y la existencia de un liderazgo, ejercido por un director de orquesta, que disfrazaba sus mítines bajo el nombre de conciertos al aire libre. Lo conocí en esa época, se llama Landsbergis, fue posteriormente presidente de la Lituania libre y es actualmente diputado en el parlamento de la Unión Europea.
Por primera vez en Venezuela, se repite la secuencia que podríamos llamar «tradicional» para liberarse de una férula como la que conocieron en su tiempo los países comunistas de Europa del Este. Hoy en Venezuela, las 123 víctimas mortales, los presos civiles llevados ante tribunales militares, la represión en todas sus formas y la imposición de la censura a los medios, repiten punto por punto secuencias vividas en otras naciones. Igual funciona en estos casos la decisiva intervención del mundo libre. No veo mayor diferencia entre el discurso del francés Mitterrand cuando condenó la represión en Polonia en aquella época, con la del francés Macron hace dos días denunciando la dictadura en Venezuela. Tampoco veo mucha diferencia entre las sanciones que en su tiempo impuso Reagan a Polonia y las que hoy impone Trump a Venezuela.
Sin embargo, diferencias hay y son importantes. La primera es que en Venezuela no hay ningún Walesa ni Landsbergis capaces de imponer disciplina y unidad a la resistencia. Está la Mesa de Unidad Democrática (MUD) que hace las veces del líder y merece una obediencia ciega para ser efectiva. Asombra que hasta inteligencias brillantes de la oposición, no capten la importancia de actuar dentro de la MUD, en nombre de la unidad.
Lo segundo, comparativamente, es que ahora hay un coro internacional mucho más importante y poderoso, que los de hace medio siglo, cuando no existían ni la justicia universal, ni los tribunales internacionales dotados de poderes supranacionales, como lo son, por ej., el Tribunal Internacional o la Corte Penal de La Haya. El caso Venezuela se vislumbra desde ya, como la prueba de fuego para aplicar sanciones a mandatarios en ejercicio, no en países subdesarrollados de África o Asia, sino aquí mismo, en el hemisferio occidental.
El informe emitido esta semana por el Alto Comisionado de DD.HH. de la ONU, otro informe que prepara para dentro de un mes la OEA, los expedientes que posee y da a conocer la Fiscal General venezolana Luisa Ortega Díaz, las labores de tribunales de toda América en materias de corrupción (ej. Odebrecht, con confesiones del propio dueño de la empresa corruptora), narcotráfico (años de acumulación de expedientes en la DEA) y delitos de Derechos Humanos (torturas en Venezuela), transforman en inviable a corto o mediano plazo el actual gobierno de Venezuela. No es un simple cerco que se está cerrando, sino unas tenazas que aprietan y no sueltan.
Queda entonces una última incógnita: ¿cuánto tiempo tomará esta secuencia? Saquemos un cálculo. En Polonia entre las manifestaciones de 1981 y el advenimiento de un gobierno democrático con las primeras elecciones libres de 1989, tardaron 8 años. En Lituania, entre las manifestaciones reprimidas con tanques (13 de enero 1991) y la salida definitiva del Ejército Soviético del territorio lituano en agosto 1993 – pasaron aprox. 2 años y medio. En ambos casos, las crecientes presiones internacionales jugaron un papel importante.
Falta una nota adicional. Si hemos de guiarnos por lo que enseña la Historia, el derrumbe final del gobierno soviético en Moscú, fue incruento porque lo agenció el estamento militar con la esperanza de cortar la presidencia considerada «blanda» de Gorbachev. Lo sustituyeron por Yeltsin, montándolo sobre un tanque para arengar a la gente de Moscú. Para entonces ya los vientos soplaban en otra dirección y Yeltsyn fue quien sepultó el comunismo en toda Europa oriental.
Me dirán que Venezuela y Cuba son otra cosa, que la represión y torturas en Venezuela son un hecho actual sin posibilidad de controlarlo, etc. etc. Reconozco lo de represión y presos políticos, pero dudo de que eso dure, sobre todo cuando a un tal señor Tillerson, canciller norteamericano, le urge solucionar en cuanto antes el entuerto del petróleo esequibo mientras esté Donald Trump en la presidencia de la mayor potencia del globo. Por algo la petrolera Exxon Mobil de Tillerson ayudó a Trump a ganar elecciones y conste que los períodos presidenciales en Estados Unidos son de 4 años. Así que posiblemente por allí van los tiros y por eso mismo, el tiempo se acelere.