Las primarias de la Oposición dejan establecidos tres grandes partidos nacionales con sus propios incontestables líderes, revelando así mismo sus debilidades y sus fuerzas. Del acuerdo entre ellos dependerá la construcción de un nuevo país sobre las ruinas que deja la oclo-cleptocracia que hoy negocia una fórmula para escaparse a disfrutar lo robado.
Como ya debería estar claro, al chavismo no lo tumbará nadie, porque se caerá él mismo. Pasa con todos los regímenes y gobiernos, aunque en algunos casos sea más evidente. Incluso pasó con el régimen anterior, el democrático, cuyo desmoronamiento comentamos en su momento, movidos por una ingenua esperanza de detener lo indetenible. Cada uno nace con el germen de la enfermedad que habrá de destruirlo: el democrático, la indiferencia ante el sufrimiento de la mayoría -nuestros dirigentes políticos llegaron a creerse duques-; y el chavismo, la más crasa ignorancia. Sorprenderá que no mencione la corrupción, pero es que todos los gobiernos son corruptos. Los dictatoriales más que los democráticos, porque la corrupción es inherente al poder, de modo que a más poder más corrupción. En la democracia, la envidia mueve denuncias al abrigo de la libertad de expresión, y eso es un freno. Fíjense que yo, que me las doy de arrecho, de la mega-corrupción chavista hablo poco, porque ahí sí es verdad que la esperpéntica dictadura me cierra Zeta y El Nuevo País, como ha intentado el Presidente de PDVSA y ya me pasó en la democracia. Uno aprende.
La corrupción lo que hace es potenciar la debilidad del régimen incapaz, enervando a quienes quisieran estar en el sitio de los ladrones. Pero ningún gobierno cae por ladrón. Sí por incapaz. La crisis le llega cuando no es capaz de darle a la plebe su dieta de cerveza y beisbol, a la cual mañosamente se le ha habituado. Los chavistas, cuya incapacidad si no fuera trágica sería cómica, entraron en crisis cuando por incapaces no pudieron darle a la multitud lo suyo. Nos lo advirtió Mussolini, conocedor como ninguno de ese monstruo de mil cabezas: «La multitud es hembra». La hembra, como todo hombre serio debe admitirlo, deja a quien no le da lo suyo.
Un partido que no fuera algo más que una banda forajida hubiera podido robar con eficacia, dejando en caja, de aquel dineral, lo necesario para cubrir las necesidades elementales, y escondiendo debidamente lo robado. Pero en los capos chavistas operó una mezcla de ignorancia y urgencia, cual corresponde a los hombres nuevos con hambres viejas. Además y como es propensión de nuevos ricos, dijeron a repartir en un vecindario de estados artificiales gobernados por truhanes. Eso es propio de la incapacidad con la cual nació un régimen de ignorantes que ni robar supieron. Incapacidad determinante de su decadencia y su caída, la cual se ha retrasado porque el dinero fue mucho y alcanzó hasta ahora.
Teniendo en cuenta que el dinero es la clave, el Imperio, que existe y es maluco, le aprieta allí, en el pescuezo financiero, y así terminará sometiéndolo. No actúan la CIA ni el Departamento de Estado, sino el Departamento del Tesoro. Un sometimiento que no es sólo al país, al cual ahora las grandes potencias recibirán exhausto, listo a ser manejado, sino a las individualidades del chavismo, a quienes el Departamento del Tesoro tiene pillados en sus vastos cuan bastos latrocinios. Y allí está el detalle, como diría Cantinflas: No hay acuerdo porque los aterrados capos del régimen oclo-cleptocrático requieren garantías de que les dejarán vivir lo robado. Apenas reciban esas garantías, que son individuales, dejarán el pelero. Pero es que no se encuentra manera física de darlas. De eso hablarán, descarnadamente, en las escabrosas cuan necesarias tratativas de Santo Domingo.
Lo bueno de la demora es que ha permitido la formación de un nuevo estamento político substitutivo del robagallina -aquel apoltronado y nalgudo que en 1998 huyó cobardemente y dejó el país en manos de unos truhanes, dicho sea con honrosas excepciones. No es solamente la emergencia de dirigentes nuevos de quienes Leopoldo López se ha convertido en sujeto emblemático, sino de ratificaciones de calidad que sobrevivieron al deslave del ’98, como Henry Ramos Allup y Julio Borges, dichos sean en orden de edad, que es importante. Las elecciones primarias de esta semana -las cuales, por su misma naturaleza, movilizaron especialmente al activismo partidista-, dieron idea de la eficacia de sus respectivos aparatos partidistas. Y aquí viene al caso recordar que en el sistema democrático hacer política sin tener partido es como volar sin alas. Quienes pretenden hacerlo sin ese instrumento idóneo terminan desahogando su amargura en ese muro de los lamentos en el cual se ha convertido el twitter.
Esas primarias ratificaron lo demostrado en una ceremonia anterior, aquella de las confirmaciones ante el Consejo Electoral: la existencia de tres grandes partidos nacionales. Estos son Acción Democrática, Primero Justicia y Voluntad Popular. Acción Democrática hizo valer una vez más su conocimiento de la materia, optimizando el rendimiento de sus votos. Primero Justicia se vio afectada por la tensión entre el ideador, fundador y jefe natural del partido, Julio Borges, y el dirigente carismático que hasta ahora ha sido su emblema electoral, Henrique Capriles. En cuanto a Voluntad Popular, es innegable el daño que a su organización le ha causado la prisión de su fundador y jefe, Leopoldo López, a la cual se agrega el exilio de su otro gran organizador, Carlos Vecchio. Su rendimiento estuvo por debajo de su realidad. Leopoldo debe recordar cuando desesperadamente le previne contra su decisión de desafiar al régimen sometiéndose a los tribunales chavistas, cuya perversión subestimó. Entregarse a los malvados fue su error de juventud, pero esa misma juventud le permitirá pagar el precio de ese error. Tiene mucho más en su futuro que en su pasado.
Lo cierto es que a las puertas del cambio político que los grandes poderes del planeta impondrán al chavo-madurismo, Venezuela tiene un diseño político saludable dentro del patrón occidental. Su éxito depende de la prudencia y generosidad de tres hombres -Ramos Allup, Borges y López-, para, con una nueva política que cometa sus propios errores pero no los de un pasado excluyente y maniobrero, diseñar un régimen capaz de construir un nuevo país sobre las ruinas del que destruyó el chavismo. Eso no será posible sino en un régimen abierto y plural cuyo representante será quien demuestre que gobernando él gobernarán todos los factores calificados para hacerlo. Cabe aplicar la fórmula clásica, ligeramente modificada para invocar la necesaria ayuda del Altísimo: «Si lo hicieres, que la Patria os lo premie; y si no, que Dios os lo demande».