Cuánto tiempo más van a perder los venezolanos, hambrientos y sin seguridad, en unos diálogos cuya inutilidad ya se ha comprobado en abril 2014, luego en noviembre del 2016 y ahora se repite en septiembre del 2017. Mientras Maduro gana tiempo, cada venezolano pierde el suyo.
Una de las claves del éxito económico de los Estados Unidos ha sido el apego de su economía al factor tiempo como a un valor tangible y primordial. Es costumbre en Europa mofarse de los apresuramientos norteamericanos, pero al final, la economía norteamericana usualmente le gana a las demás. Su secreto -la importancia del tiempo como un elemento a calcular y respetar en todo lo que se emprende.
Siempre observé que una de las diferencias más marcadas entre América Latina y la América anglosajona, a mi juicio, consiste en la poca valoración del tiempo de los primeros, y la precisión en materia de fecha y reloj de los segundos. El latino se toma su tiempo. El norteamericano funciona como un cronómetro, sin perder un segundo. Esto es particularmente notorio cuando el latino que emigró al norte busca trabajo en Estados Unidos o Canadá, y de manera automática se acopla al hábito del rendimiento en función de un tiempo determinado, algo que no respetaba con igual esmero en su país de origen. Al acoplarse, se convierte también él, en una pieza de engranaje que gira al ritmo de la implacable economía norteña.
¿A qué viene esa, aparentemente inútil, digresión sobre el factor tiempo? A que Venezuela acaba de perder 17 años de su vida útil como país y en vez de apurarse para sacudir ese retroceso, sigue perdiendo el tiempo que debería ser de una acelerada recuperación. Por contraste, si separamos el concepto «país» de lo que es su gobierno, ese sí maneja con éxito y alevosía su meta de ganar tiempo.
Es tan clara la política oficial de ir ganando tiempo con cada nuevo intento de «diálogo», que uno se asombra de la facilidad con la que consigue cada vez nuevos interlocutores dispuestos a acompañarla en esa pérdida de tiempo.
Gobierno con una meta
Una vez montado en la presidencia, la meta de Nicolás Maduro es la de ganar tiempo. Cada vez que ha sido acorralado por su propio sistema de pésimo gobierno, apela por el diálogo, grita «taima» y paraliza el juego con una breve interrupción, suficiente para que pueda recobrar el aliento.
En abril de 2014, al año de la muerte oficial de Hugo Chávez, Nicolás Maduro necesitaba afincarse y llamó al «diálogo» al que acudieron los directivos de la Mesa de Unidad. Entrevistado poco después en Venevisión, Maduro declaraba: «Me parecieron muy buenas las intervenciones del doctor Aveledo, con las diferencias del caso, de Ramos Allup, quien además es muy carismático, a él le gusta ser carismático, y de Henri Falcón también. Me pareció (Falcón) muy centrado en las críticas que hizo. Creo que son 3 intervenciones centrales» y las llamó de «catarsis» para luego agregar que había llegado «el momento de trabajar por el país». Allí estaba la palabra clave: se trató de dar una oportunidad de catarsis a la oposición para que se quedara tranquila.
Recuerdo que ese día titulé mi artículo en Zeta «Raúl abrió la champaña». El tal «diálogo» había desactivado una peligrosísima rebelión de las universidades y las manifestaciones contra el régimen, principalmente las de Táchira que se extendían en todo el país. Cuba respiró aliviada.
Nuevamente, Maduro se vio con el agua al cuello con la gigantesca marcha en octubre 2016 que abarcó a todo el país y colmó Caracas quizás con una participación jamás vista en la historia de Venezuela. Casi en seguida, la oposición anunció para el 3 de noviembre «la marcha a Miraflores». Fue cuando aparecieron nuevos maestros para reavivar el diálogo: desde Washington el enviado Thomas Shannon y desde Roma, el Papa Francisco. Se montaron nuevamente las conversaciones, esta vez divididas en grupos que discutieron los diversos aspectos del «entendimiento entre gobierno y oposición».
¿Lo recuerdan? ¿Recuerdan en qué paró esto? Si no me equivoco, ninguna de las promesas del gobierno fue cumplida y ahora son esas mismas promesas, las que después de 140 muertos, 5.326 detenidos, centenares de presos políticos, una hambruna y una inflación indetenible, se vuelven a colocar sobre la mesa del diálogo, como si entretanto, nada hubiera ocurrido. Los nuevos samaritanos del diálogo son ahora el gobierno de la república Dominicana y el ex presidente de gobierno español, Rodríguez Zapatero, ambos en papel de mediadores. El coro de aplausos e incluso de anuncios, parte de Francia, Unión Europea, Secretaría General de las Naciones Unidas y, desde luego, del mismo Nicolás Maduro. (El Vaticano, quemado la última vez, prefiere no acercarse a la candela).
La meta de ganar tiempo., por Maduro ya está alcanzada. Hasta se habla en ese nuevo diálogo de las elecciones presidenciales de 2018, lo cual indica que el actual presidente tiene por seguro que llegará al final de su período. Después… bueno, ya veremos. Por cierto, ¿alguien todavía recuerda que una vez los venezolanos firmaron y refirmaron para celebrar un referendo revocatorio?
La única diferencia, en mi criterio, con los diálogos anteriores, es que esta vez Maduro será vigilado en cuanto al cumplimento de lo convenido, lo que se convertirá en un regateo de nunca acabar. Como medidas de presión estarán las acusaciones contra tal o cual miembro del gobierno presuntamente incurso en violación de Derechos Humanos, o narcotráfico, o lavado…. lo que se soluciona sacrificando al acusado como Fidel sacrificó a su general Ochoa.
El tiempo gringo
Hay una verdad histórica, muchas veces comprobada y nunca desmentida: los norteamericanos son la nación que más valora el tiempo. Tienen un gran proyecto petrolero en el Esequibo, sin que se aclare todavía en qué está la reclamación venezolana sobre ese territorio. Como en todas las empresas norteamericanas, también en esa, time is money.
La molestia de perder tiempo con un espectáculo montado en Santo Domingo ya se expresó en unas tajantes palabras del secretario adjunto de Estado de EE.UU. para Seguridad y Lucha Antinarcóticos, William Brownfield, ex embajador de Estados Unidos en Venezuela, cuando declaró, palabras más, palabras menos, que el gobierno de Venezuela no tiene solución democrática «hasta que se solucione la presencia de las organizaciones del narcotráfico». Interpelado ante un Comité del Senado de los EE.UU., declaró que en Venezuela el narcotráfico «prácticamente ha penetrado totalmente todas las instituciones relacionadas con la Justicia, las agencias policiales y la seguridad». No sé, pero hay algo que huele a Noriega en eso.
En cuanto a Donald Trump, también reaccionó inmediatamente ante esa intromisión presumiblemente de Francia en los asuntos hemisféricos y cual un Monroe cualquiera, declaró el miércoles pasado con motivo de la Herencia Hispana, que su gobierno está «dedicado a garantizar los derechos humanos en Cuba y Venezuela». Lo cual igual puede ser un saludo a la bandera, como podría englobar una promesa. Por ahora, las nuevas sanciones contra el gobierno de Venezuela parecen haberse frenado. Dicen que para no tocar a Citgo cuyas estaciones de gasolina son vitales en la recuperación de la costa Este después del paso del huracán Irma. Ellos sabrán.
El tiempo de los presos
Para los 566 presos políticos que según el Foro Penal hay actualmente en Venezuela, el tiempo se inmovilizó el día en que cayeron presos. Contaba la hija del general Raúl Isaías Baduel, secuestrado y mantenido en «la tumba» del Sebin, cuyas celdas se encuentran por debajo del metro, que sometido a la luz artificial de día y de noche, adivinaba que empieza un nuevo día cuando oía el ruido de los primeros vagones del Metro después del silencio nocturno.
Pero la mayor pérdida de tiempo, la tiene la nación entera, sumida en condiciones de vida cada vez más lamentables. La gente enfrenta situaciones que escapan a toda lógica y retroceden a problemas que todo el mundo civilizado ha superado desde hace décadas. Los venezolanos saben, que todo se les agota. Sobre todo los jóvenes, que son la mayor parte de la población.
Creo que fue Bergson quien habló del tiempo psicológico – para un niño el tiempo es inmenso, un año le parece una eternidad. El joven también vive cada año como si de ello dependiera todo su futuro. No es sino a medida que uno avanza en edad, que el tiempo psicológico se extiende y se alarga. Los jóvenes, por el contrario, son impacientes.
Si el nuevo diálogo se alarga, habrá una población que se negará a aceptarlo. Así que, como ya estamos en eso, también para ese artículo, el espacio y el tiempo se acabó. Allí me paro. Saludos.