Mientras María Corina y Richard Blanco tratan de convencer a la humanidad de que, modestamente, ellos dos son Venezuela, y los delincuentes financieros fugitivos -producto marginal del madurismo- mantienen la punta de vagos que desacredita a los políticos y los partidos sin presentar una alternativa a ese oficio de galeotes y a ese mecanismo insustituible, la realidad se abre paso conducida por los grandes poderes de Occidente, cuyos intereses necesitan el restablecimiento de la democracia en Venezuela, lo cual harán.
No hay que escandalizarse por esta realidad de los grandes intereses. No es cosa nueva. Ella ha movido todos los hechos importantes en la historia de la humanidad. A veces para bien, como ocurre ahora en el caso venezolano, en el cual lo determinante es que Exxon Mobil -la corporación más poderosa del planeta, dueña de la oreja del presidente Trump, a su vez presidente del único poder real sobre la Tierra- necesita explotar el colosal bolsón de petróleo y gas que ha encontrado en las bocas del Orinoco, justo frente al Esequibo que Guyana y Venezuela se disputan. Todo lo demás es accesorio y cualquier cálculo hecho en otro marco peca por lo menos de ingenuo, que en política es lo peor que puede pasar. «Con pendejos ni a misa», decía mi abuela barloventeña. En este caso pendejo es sinónimo de ingenuo, ignorante, desinformado y por tal desorientado.
Lo del petróleo esequibo es demasiado importante para dejar su planificación en manos de los venezolanos, a quienes todavía se juzga, no sé si con justicia, por el hecho inocultable de que en 1998 votaron por Hugo Chávez, qué quieres que te diga. De modo que en la gran estrategia, eso que ahora llaman «macro», no hay criollos. El cogollo no lo forman Henry y Julio, como más allá del más lejano círculo de la realidad protestan mis amigos Arria y Aristiguieta Gramcko. El cogollo son Trump, Merkel y Macron, bajo parámetros fijados por las grandes corporaciones, esos pilares que sostienen la Civilización Occidental. Los intereses que ellos representan han ido saneando el ambiente de esta Suramérica de la salsa y la samba. De allí los cambios políticos en Argentina, Brasil y Perú, a los cuales se han incorporado Colombia y Chile, naciones que la prudencia la aprendieron en la escuela eficaz del sufrimiento.
A juzgar por sus movimientos, Henry Ramos Allup y Julio Borges parecen claros a este respecto. Esa claridad los convierte en los dos políticos más importantes de esta etapa venezolana, como una vez lo fueron Betancourt y Caldera -y otra vez, lector, te pregunto qué quieres que te diga, si esta verdad o alguna mentira que te arrulle los sueños. Lo que viene exigirá un aparato partidista eficaz a los efectos electorales, de lo cual Henry se ha ocupado. Mientras los declaradores pescueceaban frente a las cámaras en Caracas, el turco infatigable recorría el país vendiendo su mercancía democrática como sus antepasados libaneses colocaban peinetas y camisones. El rédito se vio en las primarias de la Oposición como antes se había visto en las parlamentarias, para reconcomio de quienes quieren ganar elecciones sin organización, a cuenta de bonitos. La otra actividad necesaria y rentable es el contacto con los poderes mundiales que repartirán juego. De esto se ha ocupado Julio en su jira europea, la más oportuna de cuantas los dirigentes de la oposición han realizado desde que estamos en esta pelea. Porque Julio Borges tiene eso: sentido de la oportunidad.
No quiere o no debería esto decir que valores como Leopoldo López, Antonio Ledezma y María Corina Machado deben quedar excluidos. El próximo gobierno debe ser de integración nacional, o no podrá mandar. Pero los antes mencionados tendrán que pagar sus errores o debilidades, a saber: 1) Leopoldo no debió ponerse en manos de los delincuentes que lo mantienen secuestrado. Preso no puede ocuparse sino de que lo suelten o escaparse. Betancourt, a quien Leopoldo ha estudiado y admira, jamás dejó que le echaran el guante*. Mire que se lo dije. 2) Antonio no debió jugar su activo como líder metropolitano en una ruleta trucada por poderes de cuya existencia apenas tenía conocimiento. Lo realista era afincarse en la Gran Caracas recordando lo que el Quijote dijo a Sancho: «Es de varones prudentes reservarse para mejor ocasión». Mire que se lo dije. 3) María Corina no debió abandonar la construcción de un aparato en torno a Súmate ni poner un pie fuera de la MUD, destinada ésta a representar la Oposición ante los poderes arriba mencionados. Mira que se lo dije.
Frente a esta realidad, las románticas proclamas de quienes quieren calle y calle son en la práctica proposiciones homicidas. Inmolamos doscientos jóvenes en las manifestaciones que dieron al mundo constancia del repudio nacional al régimen y la naturaleza salvaje del madurismo. Lograda la meta de sacudir la opinión mundial, no tiene sentido aumentar el número de bajas frente a un gobierno de generales sicópatas que gozan matando jóvenes compatriotas. Sería un sacrificio innecesario una vez que las grandes potencias de Occidente, que no son más que tres -o dos, porque Alemania y Francia hacen una-, han puesto en marcha el mecanismo para destripar a Maduro y su banda. Salvo que esos sacrificios sean para ganar sus promotores algunos puntos en una carrera, la de la presidencia, en la cual los sacrificadores de hijos ajenos de todos modos no tienen ni el menor chance.
Lo que los grandes poderes de Occidente necesitan e impondrán en Venezuela es una solidez institucional dentro de la cual se puedan invertir con seguridad los grandes, más propiamente dicho enormes capitales que pondrán en marcha un centro generador de actividad económica en esta parte del planeta. En nuestro tiempo y en esta parte del planeta, a las instituciones se les llama partidos. Los líderes sin partido son estrellas fugaces que entusiasman por períodos que, medidos en tiempo histórico, son apenas segundos. No cuentan. ¿Qué quieres que te diga?