La treta de Nicolás Maduro y sus consejeros está clara: consiste en ganar tiempo y después «veremos cómo lo sorteamos». No se dan cuenta de su situación en la que sus demoras agotarán la paciencia de los más poderosos del globo. No será la primera vez que en la Historia estas cosas ocurren y es cuando, a la gran sorpresa de todos, un solo hecho carente de decisión inteligente, lleva al cierre de toda una Era. En este caso, los errores de Maduro pueden producir el cierre final de gobiernos e ideologías.
El discurso de Nicolás Maduro respondiendo al que Donald Trump pronunció en las Naciones Unidas, me recordó un episodio de la caída de Roma, cuando los venidos a menos senadores romanos, atrincherados en una ciudad indefensa y sitiada por las tropas godas, aceptaron la solución pacífica que les ofrecía el rey godo Alarico, ofreciéndoles nombrar a un emperador romano llamado Atalo y dejando que los senadores sigan a salvo funcionando en una Roma arruinada por su propia codicia. Atalo y los senadores, sin comprender su situación, empezaron a actuar con triquiñuelas, demoras y trampas. Era la tercera vez que Alarico tenía a Roma indefensa a su alcance, pero cada vez prohibió a sus soldados entrar en la ciudad, buscando un entendimiento pacífico, tanto más en cuanto que no le interesaba apoderarse de una ciudad que no producía ningún alimento y sólo los consumía.
Muy pronto, las trampas del senado le colmaron la paciencia. Atalo y los senadores actuaban como unos niños tercos y malcriados. Exasperado, Alarico destronó a Atalo (quien quedó a su servicio como el poeta de idioma latín en la corte goda) y ordenó tomar Roma, cambiando con eso el curso de la Historia del mundo. (Podrán leerlo en mi libro «Las raíces de Europa» que está por editarse en español y francés. Ya está editado y lleva su 6ª edición en lituano).
Esta observación viene a que vislumbro ahora un caso de dimensiones igualmente desproporcionadas entre el hecho político inmediato y sus consecuencias mundiales. Veo como las imprudencias de Maduro llevan a un final sin regreso los cien años de ideología marxista que gobernó en varios continentes. Parafraseando el caso romano, veo a un mandatario al que todos intentan convencer de que acepte su «Atalo», pero no es capaz de entender su real situación ni las consecuencias de su inevitable fracaso, que necesariamente marcará las exequias de los pocos intentos que todavía quedan en el mundo de emular el marxismo – empezando por los partidos Podemos en España e Insumisos en Francia.
Veo que ni Maduro ni sus consejeros comprenden que los tiempos del comunismo son un lejano pasado, con apenas uno que otro vestigio en Corea del Norte y Cuba, siendo que al primero, Trump lo advirtió llamando a su presidente «el hombre de los cohetes» y amenazándolo de destrucción, y al segundo le dijo que le quitará las sanciones cuando tenga un sistema democrático. La revelación plena de lo que ocurre en Venezuela con Maduro, será posiblemente el golpe final a lo que fue muy poderoso durante todo el siglo XX y se llamó comunismo.
Vamos pues a lo inmediato, que parece un camino ya trazado. La inconclusa reunión de los cancilleres del grupo de Lima, venidos para ver como convencen a Maduro a entrar en razón, coincidió con los desplantes de éste, indicando que allí no hay nada que hacer por las buenas. Nuevamente ¿es que no entiende su situación?
Maduro está claramente fuera de la realidad en el país que gobierna. En la Venezuela de este último cuatrimestre del 2017, es notable la creciente acumulación de rechazo popular a la masiva incitación mediática del gobierno, diseñada y ejecutada para dividir y desanimar a la oposición. La realidad es que pese al continuo flujo de la propaganda oficial, abundan las pruebas de una voluntad popular ajena a los mandados del gobierno. La gente, el pueblo, agobiado de problemas, avanza lenta y con enormes sacrificios, formando un río que ni pueden represar, ni mucho menos reducir, porque es cada vez más caudaloso. La comparativamente alta asistencia a las primarias organizadas por la Mesa de Unidad (ver art. «Regionales» en esta revista) que se manifestó pese a todos los esfuerzos oficiales para desactivarla, complementa la gesta que eligió a la Asamblea Nacional en diciembre 2015, la que firmó y refirmó por un referendo revocatorio en 2016, organizó la exitosa consulta popular del 16 de julio 2017 y ahora se apresta a elegir por lo menos 20 gobernadores de la Mesa de Unidad.
La masiva campaña que desarrolla Maduro para desanimar al votante opositor, lleva un lastre que le impide tener éxito, porque carga con el error de una Constituyente, que no recibió el apoyo nacional e hizo sonar las alarmas en todos los organismos internacionales, así como en la mayoría de los gobiernos hemisféricos, europeos y de otros continentes. Aquello se convirtió en un peso que anula los esfuerzos del partido de gobierno.
Los venezolanos han multiplicado las señales de su inconformidad. Han protagonizado cuatro meses de salida casi diaria en la calle, han sacrificado 124 vidas de manifestantes en su mayoría jóvenes, saben que existen centenares de presos políticos y que un número de ellos padecen torturas. No hay manera, ni siquiera intentando dominar las redes sociales, de ocultar esos hechos a la población toda. El sentimiento de que se perpetran crímenes imperdonables, es mayoritario. De allí a que Maduro, en la opinión nacional e internacional, pase a ser un dictador, ya no hay manera de evitarlo.
El pueblo venezolano vive en medio de las graves penurias por la falta de alimentos básicos, la ausencia de fármacos y ahora también de vacunas. En los barrios está la falta de bombonas de gas, en todo el país se padece de restricciones de suministro de agua, cortes de luz eléctrica, dificultades y costo de transporte, una megainflación que amenaza llegar para fines de año al 1.000%, y hasta hay imposibilidad de cobrar sueldos y pensiones en efectivo, debido a que la banca no recibe billetes para cubrir la cantidad del dinero circulante. Esta semana se agregó a las penurias, la escasez de gasolina en todo el país, Caracas incluida. El país entero ha retrocedido no de 18 años de inmovilidad chavista, sino que ha sido devuelto a condiciones de vida de hace un siglo.
Ante esas realidades de la vida diaria, es obvio que la insistente propaganda oficial no sólo «resbala», sino que irrita. Creer que existen venezolanos – fuesen del PSUV, de la oposición o independientes – que no se dan cuenta del profundo foso en que ha caído su país, es absurdo.
Todo esto constituye un inmenso expediente de acusación que rebosará las fronteras venezolanas para afectar a todo aquel, que ose optar por el marxismo. La caída de Maduro amenaza arrastrar los últimos vestigios de un imperio ideológico, que reinó en su tiempo en toda Europa oriental, en China y gran parte de Asia, lo intentó en varios lugares de África, sigue intentándolo en diversas universidades, partidos políticos, sindicatos e incluso en pensadores aislados que se creen salvadores del mundo. Hasta contaminó a la Iglesia con una Filosofía de la Liberación, de la que ni el actual pontífice ha salido enteramente ileso.
Y todo eso se viene abajo, porque un dictador en ciernes, llamado Maduro, no se ha dado cuenta de las consecuencias que puede producir su terquedad, cuando al igual que hace dos mil años, rechaza la salvación con un Atalo.