Una verdad de gran importancia en el Caso Venezuela es que en dos décadas de dictadura oclocrática y cleptocrática (ignorante y ladrona), los venezolanos van alcanzando un nivel de criterio político comparable con los más altos del planeta. Un hecho tanto más importante si se considera que al iniciarse esta dolorosa experiencia el criterio político de esos ciudadanos era tan deplorable que en 1998 les aconsejó votar por Hugo Chávez. Es que para el bicho humano la mejor escuela es la del sufrimiento, como lo ha demostrado el caso de Chile, convertido en país serio y próspero después de vivir la miseria del allendismo y el rigor de un régimen militar correctivo.
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Aprender a gobernarse pudiera ser la más difícil así como la más importante de las asignaturas que para sobrevivir debe aprobar un pueblo. Si no lo aprende, suele ocurrir que desaparezca o se vea sometido a una servidumbre como la que hoy arrastramos los venezolanos, vasallos de Cuba obligados a pagar tributo como en tiempos históricos les ha ocurrido a pueblos derrotados en guerras. La presencia del personaje local -en nuestro caso el señor Maduro- que gobierna siguiendo instrucciones de la metrópoli colonial (La Habana), es propia de estas tragedias. Igual que la sumisión de los ejércitos locales, los cuales actúan como ejércitos de ocupación de su propio país. A estos ejércitos de conducta antinacional se les aplican denominaciones como las de constabularios o genízaros. En América Latina, Trujillo y Somoza fueron típicos constabularios al servicio de Estados Unidos -de mi amigo Marcos Pérez Jiménez pueden decir lo que quieran, pero no que fuera un general constabulario. Nuestros generales actuales son constabularios al servicio de Cuba. Algunos de ellos, como Padrino, son constabularios casi perfectos. La perfección total puede alcanzarla el Señor Ministro esmerándose ahora que la dependencia venezolana de un país extranjero se está transfiriendo de Cuba a Rusia, nación esta que para el general Padrino es una suerte de patria espiritual…y más.
La precariedad del criterio político traslució en estos días a propósito del votar o no votar en las elecciones para gobernadores. A personas serias e insospechables de impureza, como Enrique Aristiguieta Gramcko, patriota inobjetable en quien se da la terrible mezcla de vascongado con alemán, les dio por promover la abstención. Se pusieron brutos, diría el vulgo. Lo suyo fue un llanto colérico debido a la frustración porque Maduro no cedió ante la presión popular ni le importó un bledo matar un centenar largo de adolescentes. De estar en Caracas -recuérdese que ando en mi noveno año de doloroso destierro, con dos honrosas pero incómodas órdenes de detención-, hubiera ido a casa de Enrique para consolarlo y de paso explicarle como es la cosa en la vida real. ¿Qué puede importarle a Maduro, que se siente cubano, la muerte de cien o de mil muchachos venezolanos? Algo así le hubiera dicho a mi amigo Enrique.
Ojo: Enrique no sólo no es bruto, sino que es muy inteligente. Pero es que la inteligencia es la más vulnerable e insegura de las características del bicho humano. Muchas veces me he preguntado a quién se le ocurrió eso del «animal racional», cuando lo evidente es que el hombre es ante todo un animal emocional. El caso de Enrique lo demuestra. La emoción patriótica, convertida en frustración por el displacer de comprobar que a Maduro no le importan muertos venezolanos, le obnubiló el entendimiento.
Pero la obnubilación no ha sido permanente en este caso que hago típico por el aprecio que me inspira el sujeto -Enrique. Poco a poco sus tuits han dejado de ser insultantes para el aporreado estamento político. Acepta que votar tiene algún sentido y no muestra desprecio por la gran mayoría de los venezolanos dispuesta a hacerlo para darle una paliza a los cubanos y sus genízaros. Aunque sostiene que lo que es él no votará, postura respetable que corresponde a un noble malcriado pero sin maldad.
Lo mejor del cuento es que Enrique es un político profesional que en ese oficio no llegó más arriba por la rigidez de su carácter y por una candidez de esas que adornan pero estorban. Es un hombre puro. Lo digo para evitar que sus motivaciones se confundan con las de otros promotores de la abstención que están en la lucha no tanto para lograr la libertad cuanto para alcanzar sus personales metas de poder. ¡Qué vaina con esa gente que, no importa lo que diga, siempre está diciendo «Quiero ser presidente. Quiero ser presidente»!
No oculto la intención pedagógica de esta crónica que pudiera parecer anecdótica, pero no lo es. La discusión sobre si conviene o no votar el 15 de Octubre ha sido enorme y saludablemente educativa. Tras la primera reacción de arrechera -fase emocional-, los ciudadanos explicablemente frustrado por aspectos que ahora no puedo explicar, pasaron a una fase sorprendentemente intelectiva. No es que se les convenciera de que votar es indispensable para alcanzar la victoria -no es por azar que arriba dije veinte años. Es que discutiendo con los demás y consigo mismo ese indignado ciudadano fue modificando su criterio, y una vez culminado ese proceso intelectivo honestamente asumió su rectificación. Ese es el venezolano que al pasar esta pesadilla construirá un país próspero y justo en el campamento minero que nos legaron los libertadores.