Incapaz la Oposición de convertir su mayoría en una victoria electoral, el Caso Venezuela sólo puede resolverse por una intervención internacional que contenga la impunidad ansiada por los capos del castro-chavismo. La presencia de Putin, erigido en protector de Maduro a cambio de un trozo de la torta petrolera orinoquense, facilita las cosas al ofrecerle santuario a los billones del castro-chavismo.
El madurismo no ganó las elecciones, pero la oposición las perdió y el madurismo se quedó con ellas. Al momento de escribir esta nota, bordeando la hora de cierre porque fue necesario esperar el resultado de una trifulca en la MUD la noche del miércoles, el país opositor -cuatro de cada cinco venezolanos-, es un huérfano desorientado a quien se le quedó fría la determinación de lucha que sus torpes dirigentes no han sabido conducir.
Momento es de ver la política como el arte de entenderse. Buen político es quien apartando diferencias y potenciando coincidencias logra acuerdos que le permiten gobernar. La polémica y la confrontación, tan apreciadas, son la parte basta de la política. Lo precisa la palabra, siempre esclarecedora: política es el arte de convivir en la polis, donde los temperamentos e intereses son distintos y contradictorios, luego hay que saber conciliar, para que ese conjunto funcione y sea vivible.
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Esa convivencia no es posible cuando la política se convierte en un duelo de narcisismos. Si me preguntaran gracias a qué la minoría fascista suele derrotar a la mayoría democrática, contestaría que esa clave no está en la capacidad de perpetrar un fraude sistemático y sostenido, sino en la prudencia de quienes pudiendo aspirar a ser el Número Uno aceptan sentarse en los escalones inferiores, como Diosdado y Padrino con respecto a Maduro. Eso no ocurre en el potpurrí democrático, comparsa de talentos a medio cocer donde cada frijol se cree el rey de la frijolera, y así los fríen.
En la conducta de estos atolondrados que no saben capitalizar su condición mayoritaria domina una hipertrófica valoración de sí mismos que no corresponde ni a la realidad objetivamente considerada ni a los resultados concretos de sus desordenados esfuerzos. No se afanan por restablecer la democracia y recuperar la libertad para así construir un país, sino en ser presidentes a costa de lo que sea, incluso de prolongar el sufrimiento de sus conciudadanos. De allí que la oposición no haya definido ni métodos ni objetivos, limitándose a confrontar de manera elemental lo que evidentemente es malo. El castro-chavismo es fatal, sí, pero, ¿qué es la oposición, qué ofrece además de «otra cosa»? La oposición a las dictaduras de Gómez y Pérez Jiménez tenía un proyecto alternativo, lo cual no es el caso de la MUD, confuso batiburrillo en el cual pescuecea una docena de talentos indemostrados y por tanto discutibles.
La mención del talento no es ociosa. En la oposición falta el talento principal, el de ponerse de acuerdo. El narcisismo les ha hecho creer que prevalecerá aquel que más aparezca en los medios. Henry Ramos Allup, a quien menciono no porque le prefiera sino porque es el único que sabe con qué se come «eso» -lo aprendió en un gran partido, que es donde «eso» se aprende-, desapareció en los meses anteriores a la última ordalía electoral. Mientras los demás opositores pajareaban en los medios, Henry sudaba en las regiones donde su partido tenía mayores posibilidades, ajustando la maquinaria sin la cual en política no se llega a ninguna parte. Por eso ganó la mitad de las primarias y coronó en cuatro estados. Lo mismo se puede decir de Andrés Velásquez en Bolívar. Fue así como Henry y Andrés tuvieron testigos comprometidos en cada mesa y actas que permitieron hacer efectivos sus triunfos. (Aclaro que el caso de Bolívar es atípico. Como enclave de las más peligrosas manipulaciones anti-occidentales del castro-chavismo, es una región de alta sensibilidad estratégica que el Gobierno simplemente no puede dejar que nadie vea, algo tan delicado que no me atrevería a mencionarlo si estuviera viviendo en Venezuela).
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De todos modos, los hechos transcurren conforme a su propia dinámica, en la cual los venezolanos ya no tenemos sino muy limitada influencia. Lo determinante sigue siendo que en las bocas del Orinoco -otra vez Bolívar- Exxon Mobil, la mayor corporación del planeta que además ganó las últimas elecciones presidenciales en el país más poderoso de la Tierra -fue el gran soporte de Trump- operando con licencia guyanesa ha encontrado el más grande reservorio de petróleo y gas hasta ahora conocido. Se trata de lo que hasta donde me alcanza la memoria es el más grande negocio habido en la historia de la humanidad. No se puede arruinar porque unos narcisistas venezolanos sean incapaces de desalojar a los atorrantes alzados con el poder en uno de los dos países con los cuales hay que negociar la explotación de esa inmensa riqueza. Ese desalojo hay que hacerlo y se hará.
Mientras en la MUD no se oía gritar sino «¡Yo! ¡Yo! ¡Yo!», Washington ha venido desarrollando una estrategia de asfixia no sobre la nación venezolana sino sobre los gobernantes como individuos. Una vez que Europa se incorpore a esta operación -obviamente con alguna garantía de que sus operadoras tendrán participación en el festín petrolero orinoquense-, los jefes del castro-chavismo venezolano sólo podrán disfrutar sus billones en lugares tan inapropiados como Bielorrusia. Al menos eso es lo planeado. Pero los malandros son gente de recursos. Maduro se fue a Rusia y Putin aceptó ser su protector, de modo que en Venezuela tenemos hoy un pulso entre Occidente y Rusia por el control de una colosal riqueza energética. ¿Cómo se resolverá eso? Toca hacerlo al Secretario de Estado, Rex Tillerson, quien tiene experiencia de tratar con Putin y ya persuadió a Europa de acompañarle en el estrangulamiento de Maduro. Habrá que ceder parte de la torta orinoquense, pero esta es grande y alcanza para todos.
Como quiera que transcurra el drama de un país sin padre ni padrino, a Maduro lo sacarán. El acuerdo con Rusia lo facilita, porque ahora los capos billonarios tendrán adonde irse, y Moscú no es la ciudad gris y triste del comunismo antiguo sino la Sodoma y Gomorra de nuestro tiempo. Los jefes chavistas que ya sepan de las delicias sodomitas podrán ampliar sus conocimientos investigando un misterio milenario: ¿cuál fue el pecado de los gomorritas?
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La solución la ha planteado un calificado negociador, el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, quien propone para Venezuela unas elecciones generales con un Consejo Nacional Electoral respetable y una eficaz supervisión internacional. Aunque a primera vista resulte extraño, los capos del Gobierno pueden aceptar esta solución que les permitirían bajarse del tigre sin que éste los devore. De hecho, su resistencia desesperada responde a la imposibilidad de abandonar el poder que es su único escudo frente al cerco que les han impuesto Estados Unidos y Europa, por el cual perder unas elecciones presidenciales significaría ir a la cárcel por el resto de sus vidas o poco menos. La Solución Santos combinada con la protección de Putin les plantea una posibilidad de disfrutar lo pillado o por lo menos buena parte de eso. Que si no, para qué tantos afanes.