Nuestra política exterior se le consulta a Cuba y a sus gobernantes, hasta el extremo de complacerlos manteniendo en tono menor el reclamo del Esequibo.
Todo comenzó en 1959. Cuando en enero de ese año Fidel Castro visitó Venezuela, se entrevistó con Rómulo Betancourt, entonces Presidente Electo de la República. En esa ocasión, Castro le planteó a Betancourt que Venezuela le vendiera petróleo a Cuba por debajo de los precios del mercado. Ese privilegio, que iba en desmedro del ingreso petrolero de nuestro país, teniendo que enfrentar la crisis legada por la dictadura perezjimenista, fue negada por el líder venezolano.
Al poco tiempo, Castro promovió, con financiamiento, personal militar y armamento, la formación de diversos frentes guerrilleros en nuestro territorio. La Revolución Cubana, al romper definitivamente con EEUU en 1961, comienza a recibir una importante ayuda económica de la URSS, estimada en 5.000 millones de dólares al año, que se suspende con la disolución de ésta en 1991. Se inició entonces el viacrucis de la Cuba de Fidel que se conoció con el nombre de Período Especial, caracterizado por el desastre económico, el hambre y el exilio masivo.
Pero en 1999, el ateo Fidel fue favorecido por un milagro. Llegó Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela y, en holgada función vicariante, sustituye a la desaparecida URSS en la tarea de auxiliar a la economía cubana, urgida de apoyos salvacionistas. A la isla se comenzó prácticamente a regalar, con perjuicio de Venezuela, más de 100.000 barriles diarios de petróleo, aparte de favorecerla con donaciones y triangulaciones contractuales de montos significativos. A cambio de eso, con el disfraz de un pago, miles de cubanos prestan servicios en el Estado venezolano, pero en algunos casos en actividades tan delicadas como la militar (el G2 de la dictadura castrista espía a nuestros oficiales en el seno de la FAN), la expedición de documentos de identificación, las labores de seguridad, inteligencia y contrainteligencia, el registro de negocios, etc. En su artículo del 29-4-15 en este periódico, Héctor Pérez Marcano, que conoció el monstruo por dentro, dice, citando al presidente de los CDR (Comités de Defensa de la Revolución) de Cuba, que “hay en Venezuela 35.000 cederristas, léase milicianos entrenados para el combate”.
En su famoso ensayo “Con quién estamos y contra quién estamos”, publicado en 1932, Rómulo Betancourt dijo, al analizar el sometimiento de la Venezuela de Gómez al imperialismo internacional, que no éramos sino “una semi-colonia, con permiso para usar himno y bandera, pero sin autodeterminación para resolver como nos venga en gana nuestros problemas internos e internacionales”.
A Cuba y a sus gobernantes actuales se les consulta también nuestra política exterior, hasta el extremo de complacerlos manteniendo en tono menor el reclamo del Esequibo. El Consejo de Indias está ahora en la metrópolis antillana y de allá, cuando no se van a buscar en persona, nos llegan las revolucionarias órdenes, pragmáticas y ordenanzas. Sólo nos han dado “permiso para usar himno y bandera”. ¿Hasta cuándo?