El fallecimiento a la edad de 84 años de la antropóloga francesa Françoise Héritier ocurre precisamente cuando parece iniciarse de ambos lados del Atlántico un movimiento de la rebelión femenina contra el acoso sexual. Se trata de una autora que dedicó gran parte de sus investigaciones al tema que ella llamó “masculino-femenino”.
En la noche del 14 de noviembre fallecía la gran antropóloga Françoise Héritier. Activa hasta el último momento de su vida, pues hace pocos días escuché con deleite una entrevista suya en la radio. Su voz dulce emitía ideas que seguramente dichas por una feminista aguerrida y agresiva, hubiesen sido consideradas extremistas. Porque además de su importante trabajo científico, protagonizó una presencia en la esfera pública, cuando la situación lo exigía, en particular relacionada con la defensa de la situación de la mujer, sin nunca convertirse en vedette, ni en figura a la moda, o en profesional de la protesta o de lo políticamente correcto.
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Tuve el privilegio de asistir a su conferencia inaugural, cuando fue nombrada profesora y sucesora de Claude Levy-Strauss en el colegio de Francia. Fue la primera mujer antropóloga a impartir esa cátedra en ese prestigioso Colegio de Francia, fundado en 1530 por el rey François I-ero. El nombramiento de profesor en el Colegio de Francia es considerado como la más alta distinción en la enseñanza superior francesa. La otra distinción, y no es la menor, es la de haber sucedido a Claude Levy-Strauss en esa misma cátedra y también como directora del Laboratorio de Antropología. Se debe mencionar que además fue directora de estudios en la prestigiosa Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Los méritos acumulados, y su estatura de una gran intelectual estaban a la par de su inmensa modestia y sensibilidad.
Nació en 1933, su formación primera fue como historiadora y geógrafa. Comenzó su formación en antropología social a los 20 años con Claude Levy-Strauss. En 1957 va en misión a África. En Alta Volta comienza una investigación que la conduce en los años sucesivos a realizar investigaciones en las culturas Mosis, Bobos, Dogones y Samos. Es en África que Françoise Héritier adquiere su personalidad de antropóloga independiente, pese a seguir siéndole fiel a Levy Strauss sobre el tema de los sistemas de parentesco. Llega un momento cuando en el transcurso de sus investigaciones, forja su propio marco de explicación de los hechos humanos que la desplazan de la base simbólica abstracta levistraussiana, y se bifurca hacia lo biológico, o fisiológico, es decir, introduce el cuerpo en tanto que sustrato anatómico a partir del cual los seres humanos organizan el mundo y se relacionan con lo real.
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Fue en su investigación sobre la articulación de lo masculino-femenino que ella realiza sus mayores hallazgos en su oficio de antropóloga, al hacer de la “valencia diferencial de los sexos” un segundo universal cultural, después de la prohibición del incesto descubierto por Levy-Strauss. También se ocupa del marco que determinan los sistemas de pensamientos que considera como “invariantes” que consisten en ideas que subsisten como evidencias inamovibles, que determinan el comportamiento sin que lo percibamos conscientemente, como por ejemplo, en cada época se ha afirmado la supremacía de lo masculino, lo que hace muy difícil luchar contra las desigualdades sexuales. “Dilucidar el orden disimulado de las cosas”, por ejemplo esas invariantes, es para ella el objeto mismo de la antropología. En última instancia, su hipótesis es que la valencia diferencial de los sexos resulta de la voluntad de los hombres por su incapacidad de dar la vida, de controlar la reproducción humana.
Su interés por el mecanismo de los fluidos vitales, de la sangre, de la leche, del sudor, de la saliva, del esperma, todos esos “licores que emanan de los cuerpos” y cuya circulación tiene un lugar fundamental en la “definición propiamente biológica de la identidad humana”.
Si su mirada se posó sobre la realidad del cuerpo y los fluidos, fue seguramente gracias a su contacto de investigadora en África. La sexuación de las categorías mentales, significó para ella “el último eslabón del pensamiento” . Al igual que Georges Devereux, quien aconsejaba a los antropólogos tomar en cuenta su propia subjetividad al realizar entrevistas, Françoise Héritier exhortaba a los investigadores dar la identidad sexual de sus informantes. “Todo cambia si el informante es un hombre o una mujer”.
Entre sus principales libros se cuenta: El ejercicio del parentesco. Masculino femenino. Luego viene, El pensamiento de la diferencia; Masculino y Femenino II: disolver la jerarquía; Masculino/Femenino.
Su últimos libros, La Sal de la vida: carta a un amigo ; El sabor de las palabras y Au gré des jours ; con este último acababa de obtener el Premio Femina 2017, Premio Especial del Jurado. Son obras de vivencias personales, de sentimientos, de emociones y placeres de las pequeñas cosas de la vida en las que nos hace compartir su amor por las palabras, su placer de vivir, su gusto por la literatura, el cine, y sobre todo, su placer de la amistad. “Recuerdo momentos fuertes o decisivos. Me he formado emocionalmente y afectivamente de pedazos de aquí y de allá. Algo sucedió en mi infancia que me dio una suerte de solidez”.
Ya no se escuchará esa voz que intervenía en el debate público, siempre guardando su puesto, defendiendo causas cuando la interpelaban como investigadora y como ciudadana.
Su interés por los “licores que surgen del cuerpo”, la condujo a preocuparse por la manera en que son tratados los enfermos contagiados por el IVH. Su última opinión que le escuché en esa entrevista en la radio, fue sobre los casos de denuncia de acoso sexual que últimamente han tomado una gran actualidad en los medios. Para ella, “las mujeres ya han cesado de encerrarse como víctimas solitarias desamparadas; que usen internet para denunciar y tomar la palabra, me parece promisorio. Es lo que nos faltaba desde hace milenios: ¡comprender que no estábamos solas! Las consecuencias de ese movimiento pueden ser enormes”.
Hasta el último momento demostró que vivía.