Como su homónimo el legendario alcalde caraqueño que en el siglo XVI y a quijotesco modo salió en flaco jamelgo a batirse con los bien armados piratas de Amyas Preston, Antonio Ledezma ha iniciado tareas sin concederse respiro después de una odisea, la de su larga prisión y azarosa fuga, que a cualquiera hubiera dejado en condiciones clínicas. Lo ha hecho con buen pie, exigiendo como urgencia el canal humanitario y solicitando, -con firmeza, pero con respeto y elegancia-, un replanteamiento de la estrategia opositora.
La presencia de Ledezma rediseña el cuadro político al modificar la relación de fuerzas en la oposición, con un efecto que puede hasta ser positivo si nuestros dirigentes actúan con la grandeza que el momento exige. La alegría y solidaridad que su aventura ha despertado lleva a recordar que es el hombre que repetidamente derrotó en la capital al propio Chávez y en un escenario tan difícil demostró capacidad de político y administrador público. No son conchas de ajo.
Todo indica que a fines de 2018 habrá unas elecciones presidenciales en condiciones que permitirán demostrar la mayoría opositora, pero esa mayoría se frustrará si las ramas dispersas no se unen en un sólido racimo -esto va en las negociaciones actuales, las dominicanas, en las cuales los factores internacionales están torciendo el brazo a Maduro, con promesa de torcerle el cuello si no cede.
Ledezma es allí un factor como cualquier otro, ni mayor ni menor. El gobierno de reconstrucción democrática que podemos tener para 2019, cuyo presidente no podrá ser sino primo inter pares, o no será nada, la resurreción de Alonso Andrea de Ledesma puede ser cosa de Dios, si el Diablo no envenena los entendimientos, como ha hecho hasta ahora.
(Para refrescar la epopeya del Ledesma -con ese, como entonces se escribía-, primer alcalde que tuvo Caracas, acudan a «El caballo de Ledesma», hermoso ensayo de Mario Briceño Iragorry suficiente para encender la dormida fibra nacional venezolana).