Una de las virtudes de las escuelas militares, y la de Venezuela no escapa de esa norma, es inculcar al futuro oficial un fuerte sentido del honor. De hecho, la historia militar del mundo, está repleta de eventos donde resalta sobre todas las demás virtudes, el honor del soldado. Incluso, en las más famosas derrotas, para firmar el armisticio, priva el respeto por el vencido, si no faltó al honor.
Los gestos, aprendidos en una escuela militar, son señales visibles del código del honor – cada saludo está cargado de movimientos y actitudes simbólicos, que representan un código, donde el honor de quién saluda y a quién, son señales de honrar al que se saluda. Por cierto que cuando Hugo Chávez, siendo un ex prisionero y sin cargo alguno, viajó por primera vez a Cuba, su gesto de presentar el saludo militar a Fidel Castro fue respondido por un trato dado como si ya estuviera al mando de las fuerzas armadas venezolanas. Aquella visita fue cargada de gestos simbólicos, todos provenientes del ámbito militar.
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Además del honor, la otra gran virtud de un militar es ser un celoso defensor del suelo patrio y de sus fronteras. Que es cuando uno se pierde en un laberinto ético, al darse cuenta que en la actual Fuerza Armada Venezolana, parece reinar la indiferencia por lo que se vislumbra como una inminente entrega del territorio Esequibo, cuando la primera voz en el campo diplomático debería contar con un instructivo proveniente del amplio conocimiento del tema, que por norma los primeros en poseerlo son los militares. Mucho más sorprende que entre las tareas, que deberían ser de defensa del territorio, los altos militares estén al cargo de la minería y desde esta semana, también lo son del petróleo. ¿ Qué hace un general en el Arco Minero del Orinoco y ahora en una oficina de PDVSA? Si alguien tiene la respuesta, que la den y si es válida, la nación la aceptará. La esperanza es que esté acorde con el código de honor que es lo más valioso que tiene un oficial cuando empuña la espada en defensa de su territorio.