En sus acusaciones recíprocas, todos los capitostes de la hegemonía roja pueden tener razón. Son peleas entre mafias, sostiene el exministro de Información y profesor de Estudios Políticos Fernando Egaña.
Muchos de los capitostes de la llamada “revolución bolivarista” se están acusando de todo. Lo más leve es de traidor del predecesor. Lo más pesado, hasta ahora, es de narcotraficante. Pero entre una y otra acusación, también se espetan las más variadas denuncias (o afirmaciones) referidas al vasto repertorio de la corrupción. Hay que poner cuidado a esta guerra de artillería incesante, al menos por tres razones.
Una, que estos capitostes se conocen bien. Llevan muchos años en andanzas comunes y entre ellos no debe haber cosas ocultas. Lo que desde luego los convierte en cómplices de sus actualizadas acusaciones. Antes coexistían bajo la égida del predecesor, pero los ánimos continuistas del sucesor han activado los disparadores. En todo caso, tienen abundante información inculpadora y están prendiendo el ventilador.
Otra, que todo este latrocinio -sin precedentes ni referentes en la región latinoamericana y quizá más allá- ayuda a explicar el por qué Venezuela está sumida en una catástrofe humanitaria en medio de una bonanza petrolera. Nuestro país ha caído presa de un conjunto de mafias que, bajo el pretexto siempre sugerente de una supuesta revolución socialista, han depredado los recursos nacionales hasta más no poder, y encima han montado una deuda externa de dimensiones colosales.
Y otra, que esos enfrentamientos cruzados los tienden a debilitar. En el tablero político interno -como lo llaman en la hegemonía-, quizá no tanto, porque la oposición formal no parece estar en capacidad de aprovechar las circunstancias que sean desfavorables a Maduro y los suyos, y por tanto favorables a Venezuela. Esperemos que eso cambie.
Pero buena parte de esos mismos capitostes que se están acusando de todo, a su vez están siendo investigados en fiscalías y tribunales independientes en el exterior, algunos han sido sancionados económicamente por gobiernos de países que tienen estados de derecho. Y desde las fiscalías de Distrito en Nueva York hasta los tribunales de Andorra (y por tanto, también, de Madrid y París), pasando por los juzgados del Odebrecht, los tienen en la mira. Y ni hablar de la prensa seria en medio mundo, que está reportando el referido latrocinio con pelos y señales.
Es probable que en esta materia de las acusaciones y denuncias recíprocas, los capitostes de la hegemonía tengan razón. Al fin y al cabo, si una hegemonía es corrupta y envilecida -y la hegemonía roja que impera en Venezuela, siempre lo ha sido-, es obvio que sus capitostes también lo sean. ¿O me equivoco?