El sistema democrático debe tener normas que condenen la conducta anarquista y violenta de movimientos políticos contrarios a su filosofía.
Los partidos políticos bajo dictadura tienen que adaptarse a un rol de oposición consecuente a la realidad filosófica y estratégica de quien detenta el poder o desaparecerán.
En días pasados, una vez más Nicolás Maduro arremete contra la oposición refiriéndose a que los partidos de Primero Justicia y Voluntad Popular no deberían aparecer más en elecciones por no haber participado en las municipales, deslegitimando el proceso. Este tipo de dictadura promueve partidos políticos de su tendencia para llamarlos del bloque y así hacer ver que se cumplen las exigencias del sistema democrático. No es nuevo. Atila ya había establecido esa estrategia que le funcionó. Hoy, el más chabacano y ordinario mandatario del orbe, no por su origen, sino por maleducado, no solo descalifica a sus oponentes y les inventa delitos sino que busca destrozar los movimientos adversos al castromadurismo.
La oposición debe entender que la vía electoral se les cerró desde el bloqueo del revocatorio. En las elecciones en las cuales aparezca el régimen triunfante habrá derrota, porque carece de respaldo popular, por ello no se renueva el CNE, porque es una garantía de que con las triquiñuelas electorales siempre el régimen tendrá un ventaja y la oposición siempre saldrá debilitada. A excepción del 2015, en el cual la oposición logró testigos de mesa convencidos de un cambio y no se amilanó ante las amenazas de los militares y los colectivos que vapulean para debilitar la presencia.
Se ha demostrado que sí se puede, porque la oposición digna de los líderes honestos derrotó al chavismo no solo en Venezuela sino continentalmente. Ahí van perdiendo espacio, a pesar de las estrategias terroristas que fomenta La Habana, en los países para descabezar la democracia o mantener el régimen narcocomunista.
En Venezuela, el chavocastrismo como el castromadurismo quedaron como movimiento de consumo privado de una izquierda esotérica, comercializadora de franelas con los ojos de Chávez o con los bigotes de Maduro. Gestionadora de contratos de PDVSA y corrupción de las altas esferas de quienes detentan el poder vinculadas con el narcotráfico.
Hoy hay dos visiones de lo que se ha venido en llamar socialismo del siglo XXI. En el poder, incapacidad, desfalcos, expoliación, contratos pagados y no ejecutados; tráfico de drogas e inmunidad a delincuentes comunes mientras se mantiene en zozobra a la población, que no reacciona por temor a perder lo más apreciado que les queda: la vida. Y en la oposición, Argentina, motivando y financiando colectivos mal llamados barras bravas para desequilibrar el gobierno democrático así como el resto de las instituciones de la República.
El sistema democrático debe tener normas que condenen la conducta anarquista y violenta de movimientos políticos contrarios a su filosofía.