“Yo no soy de por aquí / yo soy de Barquisimeto / nadie se meta conmigo / que yo con nadie me meto”, así dice la copla.
En la ciudad de donde vengo se repetía esa copla. Parece un alegato por el individualismo y la indiferencia, pero no lo es. Bien leída se notará que contiene una fórmula sencilla para la convivencia en libertad. Sería una versión criolla de la frase clásica del estadista liberal mexicano Benito Juárez, cuya versión completa es “Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.
La idea clave en el concepto es el respeto. Y sobre eso me invitaron a hablar a comienzos de mes en el Festival de la Lectura de Chacao, una de esas iniciativas que la tenacidad venezolana ante la adversidad mantiene vivas para bien de todos. Compartí allí con Alberto Arteaga Sánchez y Susana Raffalli, así que decir que fue un honor no es mera retórica. Previsiblemente, él se enfocó en el Derecho y en el irrespeto que a la norma jurídica que nos da seguridad reina en nuestra cotidianidad, mientras ella transitó el duro agreste sendero de la alimentación y la salud principalmente en nuestros niños. Quien escribe puso el acento en la vida civil.
En respetarnos está la base de la paz. Respetarnos a nosotros mismos y respetar a los demás como consecuencia natural de la dignidad humana compartida.
Los seres humanos naturalmente somos sociables e imperfectos. No podemos vivir sin los otros, porque nos necesitamos. Pero no sabemos vivir con los otros, o por lo menos nos cuesta, porque tendemos a tener una noción inflamada de nuestros derechos y otra más bien deprimida de nuestros deberes.
La vida en sociedad es una convivencia. Convivir no es lo mismo que vivir al mismo tiempo, se trata de vivir juntos, de compartir un tiempo histórico lo cual implica compartir con gente diversa cuyas opiniones y gustos pueden sernos incluso muy ajenos, el presente con sus desafíos constantes que acaba siendo la historia que hacemos y también, querámoslo o no, sueños e ilusiones, aún conflictivos entre sí, y cómo no, destino.
Pero, estando como están en el respeto los cimientos, no podríamos dejar la cosa hasta allí, sin hacer una referencia al papel del liderazgo. El progreso es la aspiración social natural, pues es la procura del bien común el objetivo de la asociación de las personas. Tal propósito requerirá de un liderazgo apto para esa tarea que es siempre construcción exigente, retadora, demandante de enormes esfuerzos colectivos en los cuales el factor personal de quienes ejercen la conducción tendrá influencia que puede ser decisiva.
Un liderazgo respetable para que sea creíble, el secreto de cuya respetabilidad consistirá en su carácter respetuoso. Respetuoso de la realidad, respetuoso en sus palabras y en sus acciones, y respetuoso del pueblo aspira conducir a logros que asomen mejores destinos.