El régimen presenta las convulsiones propias de una larga agonía, confundibles con estallidos de una energía que ya ha perdido. El destino de sus capos y el de la democracia venezolana depende del calculado anuncio que Exxon Mobil acaba de hacer con respecto a algo que desde hace más de un año les he venido destacando como determinante: el hallazgo en aguas esequibas de un yacimiento de petróleo y gas al cual me atrevo a postular como el más grande negocio en la historia de la humanidad.
No es frecuente en la Historia el espectáculo de una agonía tan prolongada como esta del chavo-madurismo, dramatizada por convulsiones agónicas que hasta pudieran confundirse con estallidos de energía. Se sabía que su vida sería corta -aunque pareciera larga comparada con la vida de las generaciones que han sufrido sus rigores. Uslar Pietri lo sentenció en una de sus frases lapidarias: «Es un proyecto inviable». Menos, mucho menos competente, dije que su trayectoria no sería la de un cañón de largo alcance sino la de un mortero, que sube muy alto y cae muy cerca. Eso pasa en veinte años que bastan para arruinar muchas vidas, pero en la Historia son un episodio que bien narrado puede leerse en veinte minutos.
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La inviabilidad ya está dolorosamente demostrada. Aceptándolo no como lo que es, un atraco a una sociedad perpetrado para una banda antisocial, sino como lo que pretendió ser, un movimiento hacia una sociedad más justa, el chavismo ha fracasado, pues la injusticia más bien se ha potenciado y establecido como norma en una nueva sociedad de dirigentes billonarios y población humillada hasta el extremo. Ni la más asquerosa sociedad capitalista ha llegado a tal abismo de injusticia. En cuanto a la trayectoria, medida en tiempo histórico se puede afirmar que el proyectil está por tocar tierra.
Insisto en admitir que el optimismo implícito en este pronóstico objetivo es muy flaco consuelo para la famélica población que cada hora sufre las estrecheces impuestas por una banda de sádicos. Falta por sufrir, porque las inevitables elecciones sólo abrirán la puerta a nuevos sufrimientos, los de una convalecencia prolongada. Lo expliqué de este modo a una señora que me planteaba su «hasta cuándo»: Uno se fractura un tobillo en el instante de un mal paso -como fue el de votar por Chávez en 1998. Luego vienen meses de cirugías, férulas y ortopedias, caminar con muletas y bastón, y años hasta el deseado momento de cojear antes de caminar con mediana seguridad. Después, toda la vida, cada vez que hace frío sientes ese dolor que te hace lamentar la hora en que diste el mal paso.
Algunos exaltados a quienes la desesperación o su propia naturaleza impide pensar con serenidad en medio del combate -también algunos ejemplares de la vernácula tendencia a «tirar una parada-, denostan del calvario recorrido por quienes han escogido el camino de las elecciones. Estos «arditti» que hasta pueden ser de buena fe hacen, quizás sin proponérselo, causa común con políticos y periodistas mantenidos por un específico tipo de delincuente subproducido por la crisis. Hablo del intermediario que cobró por costosos equipos que nunca entregó y del experto financiero que en complicidad con capos y tesoreros del régimen juntó centenares o miles de millones de dólares, huyó con ellos dando el esquinazo a sus cómplices chavistas y ahora es inversionista importante en mercados permeables como el español, donde el FMI acaba de señalar la insuficiencia de fondos en los bancos que por tal razón aceptan depósitos sin mirar de quién*. Estos delincuentes con capacidad de inversión son personalidades influyentes sobre medios de comunicación de primera línea y mecenas de políticos y periodistas a quienes la tómbola de la vida ha arrojado en tierra extraña. Nada original. Episodios comunes en tiempos de huracán y cataclismo.
De estos personajes, trágico pinturesquismo que acentúa las grandes tragedias de la Historia, no hablaríamos sino tangencialmente si no estuvieran montados sobre un proyecto político que no por disparatado deja de ser dañino. Sabedores de que, en su necesidad de recuperar lo recuperable, la democracia restaurada irá a por ellos -o más exactamente a por lo pillado-, torpedean el esfuerzo de los políticos que dando tropezones pero en concordancia con una estrategia internacional trabajan en la dirección de unas elecciones con nuevo CNE, TSJ y eficaz supervisión internacional. Lo que los inconformes proponen en contraste no está claro simplemente porque no existe. Hablan de tomar la calle hasta que el régimen se rinda. Si tienen la capacidad de convocatoria de que hablan, ¿por qué no proceden? Nadie se lo impide. Como en solidaridad automática los apoyaríamos hasta quienes no creemos que la calle sea recurso eficaz frente a un régimen no de políticos, sino de atracadores que defienden el botín, a quienes el dedo les pica en el gatillo, dispuestos a asesinar cuantos rehenes haga falta para seguir en el poder.
Lo cierto y sólido es que Estados Unidos y la Unión Europea coinciden en forzar una salida electoral que dejaría al chavismo como un partido minoritario frente a una alianza democrática cuya base serían la socialdemocracia y el liberalismo -¿cuáles otros? Como es propio del sistema, se habla de instituciones, en este caso los partidos, no de personas que sólo tienen un prestigio mediático, qué cosa más precaria. Esto deja por fuera a quienes no lograron construir partidos y por eso hablan mal de ellos. Pero los partidos son el instrumento de la democracia, si se quiere una de sus inevitables imperfecciones. Hasta ahora no se ha encontrado un substituto idóneo que sirva para el necesario proceso electoral y el consecuente juego parlamentario.
El interés de EE.UU. y la UE en el restablecimiento de la democracia venezolana no tiene ni un pelo de romanticismo. Ya hemos dicho que en el sistema democrático, hecho por y para los hombres, no para los ángeles, las mejores cosas se hacen por los peores motivos. Esta semana, Exxon Mobil, la corporación más poderosa de un planeta regido por las grandes corporaciones, admitió oficialmente algo que he venido comentando sin que me paren bola los entretenidos por la anécdota, es decir casi todo el mundo: el hallazgo de un enorme yacimiento de petróleo y gas en las aguas territoriales del Esequibo que reclama Venezuela y retiene Grenada, nación ésta integrada a la mancomunidad británica. Es lo determinante. Lo demás es monte y culebra. Se trata de lo que me atrevo a llamar el más grande negocio en la historia de la humanidad. Algo ante lo cual hasta el calentamiento global importa un rábano, como ha sentenciado el catire a quien Exxon Mobil hizo presidente del único país realmente poderoso del planeta. España ha metido su mano en Venezuela porque razonablemente aspira a que Repsol tenga una tajada de esa torta. Rusia ayuda a Maduro pero sólo mes a mes, porque eso le convierte en puente de la solución, como receptor de los refugiados maduristas (chavistas ya no quedan), cosa que arreglarán Putin y Tillerson, no el presidente de Dominicana, que ni me acuerdo cómo se llama, creo que Narcotráfico. (Putin y Tillerson así serán de panas, que desde hace dos años tienen diseñado un joint venture para explorar esa microparcela llamada Siberia en busca de petróleo y gas. Una pelusa.).
Ah… Y ustedes quieren que les hable de Arria, Antonio y María Corina. No me jodan.
* Por cierto, el gobierno, buen gobierno, que tiene España hoy día, anunciará de un momento a otro más noticias desagradables para estos inversionistas venezolanos, a quienes recomiendo estudiar lo que pasó con los dineros de Ferdinando Marcos, Roberto Benedicto y otros jerarcas cuando el régimen del primero nombrado se derrumbó en Filipinas.