Nunca olvidaré a un amigo cercano, que hace un par de décadas fue un fervoroso defensor de la pirámide de Ponzi, cuando en los años 80 la moda de esa pirámide había vuelto brevemente a sonar y hacía estragos en Venezuela. Cada tanto tiempo, ese tipo de estafa se repite bajo su nueva forma, siempre apoyada en la ilusión de un valor que de hecho no existe y que termina derrumbándose, dejando a miles de víctimas estafadas por su propia ilusión. Lo malo de esos juegos es que precisamente, su inventor es quien en un primer tiempo, se enriquece estafando a un público ingenuo.
El invento del «Petro», la ilusoria criptomoneda que acaba de lanzar Nicolás Maduro y que de cuajo se la anuló la Asamblea Nacional (la legítima), viene al caso para revisar el historial de esos engaños.
La pirámide de Ponzi
Carlo Ponzi, nacido en 1882, era un italiano que afincó sus negocios en Estados Unidos en un momento en que la emigración italiana, empujada por una extrema pobreza debida a problemas internos, lanzó a numerosos padres de familia a emigrar a Estados Unidos, para mandar remesas de dólares que permitiesen mantener a sus familias en Italia. Este detalle es importante, porque indica que la creación de ilusiones monetarias suele iniciarse cuando ya no queda más nada que negociar.
Ponzi armó su famosa «pirámide» al darse cuenta que sólo necesitaba prestar servicios en el envío de las remesas familiares. Utilizaba los montos de las remesas para fructificarlos con las remesas siguientes, aparentando ganancias que en realidad no lo eran. En cada ronda de remesas, el organizador se apropiaba del monto, enviando la suma correcta y agregándole una ganancia extra con el dinero que le llegaba de las remesas siguientes. Por supuesto, en cada ronda el organizador de la estafa iba metiéndose dinero en su bolsillo, hasta que la cadena se estancó y la estafa dejó a miles de usuarios sin su propio dinero.
Después de haber sido saludado por la prensa norteamericana como un genio de las finanzas, Ponzi fue a parar en una prisión, donde no sólo fue juzgado y condenado, sino que cuando cumplió su larga pena y salió en libertad, tuvo que ser protegido por la policía para no ser linchado por un público que no olvidaba haber sido arruinado por su invento. Murió en Brasil, en una institución de caridad.
Las «inversiones» de Madoff
Muchísimo más sofisticada y extensa fue la estafa inventada por el financista Bernard Madoff, cuya multimillonaria empresa de inversiones también captaba capitales no sólo en Estados Unidos, sino que estafó a unos cuantos inversionistas en Venezuela. Al igual que en el caso de Ponzi, el sistema piramidal sirvió para crear la imagen de un genio de las finanzas y Madoff era saludado como el gran impulsor de la bolsa de valores Nasdaq, asesor de numerosos bancos en su capacidad de «Coordinador Jefe del Mercado de Valores». Tanta era su influencia, que cuando por primera vez un analista señaló la subyacente estafa tipo Ponzi en sus procederes, la denuncia permaneció 9 años sin que las autoridades norteamericanas le dieran curso.
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Cuando finalmente Madoff fue llevado a la justicia arruinando a numerosísimas entidades ligadas al mercado de valores a través del mundo, su condena de 150 años de prisión fue dictada por «Fraude de valores, asesor de inversiones fraudulentas, fraude postal, fraude electrónico, lavado de dinero, falso testimonio, perjurio, fraude a la Seguridad Social, robo de un plan de beneficios para empleados», totalizando la suma de 60.000 millones. El día en que la justicia estaba por iniciar el plan de reintegración de bienes a las víctimas a partir de dineros incautados a Madoff, su hijo mayor se suicidó al no poder dar satisfacción a los estafados.
Primeros pasos del billete
La primera vez que en la era moderna un gobierno acosado por la quiebra intentó aprovecharse de su poder político para imponer un esquema de dinero inventado y sin soporte, fue cuando en Francia, el duque de Orléan, gerente de la nación durante la minoría de edad del rey Luis XV, después de un exitoso rescate de las finanzas con la impresión – muy novedosa para la época – de papel moneda bajo la iniciativa de un pionero de la economía, un tal John Law, decidió por su cuenta imprimir más billetes que los que inicialmente podía cubrir con reservas de oro. Creó una inflación que transformó los billetes en carentes de valor, haciendo naufragar en ese primer ensayo la idea de un dinero impreso y devolviendo el mundo a monedas de oro, plata o cobre, contantes y sonantes.
Un segundo ensayo francés, también fallido, bajo Luis XVI de emitir «vales» (ya no se atrevían a volver a llamarlo dinero), bajo el ministro Necker, fue igualmente nefasto al percatarse el público que esos vales no tenían cobertura de valores reales, y esa debacle es considerada como uno de los desencadenantes de la famosa revolución francesa.
Entretanto, Holanda, pionera de la banca moderna, pasó por sus propias vicisitudes, cuando el Banco de Amsterdam emitió demasiadas deudas para financiar la Compañía de las Indias Orientales Holandesas. El banco quebró y la municipalidad de la ciudad de Amsterdam tuvo que cargar con las consecuencias.
Por cierto, que salvo que me equivoque, tengo entendido que el primer papel moneda en el mundo fue el del antiguo imperio chino. Sin embargo, de que los chinos nunca perdieron la cabeza, me remito a la noticia, divulgada por Edgar Otálvora, de que «El martes salió en vuelo de Air France AF385 más de 1 ton de oro enviado por el gobierno venezolano a China». Se refería al martes, 9 de enero 2018. Prueba de que no hay nunca nada nuevo bajo el sol, porque pareciera que el oro sigue siendo el valor permanente.
En los albores de la humanidad
Desde que el intercambio de mercancías existe, uno de los problemas que ha tenido que solucionar la humanidad, es el instrumento de pago y eso desde tiempos inmemoriales. Los muy cuantiosos archivos encontrados en las antiguas ciudades de la civilización Urita en el Medio Oriente, predecesores de los sumerios, consistentes de millones de tabletas de barro con inscripciones cuneiformes, indican un activo comercio con pagos en especie.
En Europa del norte, sí existía la moneda en la forma de pieles de castor, amarradas y sujetas con un sello de plomo, o pequeñas barras de plata, con incisiones correspondientes a su peso.
La antigua raíz báltica main- está en el verbo lit. mainyti (cambiar), corresponde asimismo a la palabra lituana «ménuo» (luna, Mond en alemán, por el cambio lunar). El verbo lituano «mainyti» (cambiar) y la voz «mainai» (cambios), dieron en esp. «moneda», en inglés «money», según un estudio del historiador C. Gedgaudas. Esto nos retrotrae a los inicios de los idiomas indoeuropeos y al comercio en los albores de la humanidad, siempre con el trueque, o los objetos de lujo: oro, plata y pieles.
El reino del dólar
Saltemos siglos y milenios, para observar que la humanidad no cambia, y posiblemente nunca cambiará.
En el siglo XX, después de la II Guerra Mundial, cuando ya todos los países tenían su moneda de papel basada tradicionalmente en el patrón oro, la cantidad de oro para el comercio mundial fue demasiado pequeña e inventaron el patrón dólar, apoyado en la capacidad de respuesta productiva y cambiaria de los Estados Unidos. Ese sistema es el vigente actualmente, y ni el yen, ni el Euro, por más que se esfuercen, han logrado destronar el dólar del pedestal en que lo ha encumbrado su victoria en la II Guerra Mundial, cobrada en imposición de la hegemonía del dólar. Lo logró Washington en los acuerdos de Bretton Woods con el patrón oro, y lo reformó a partir de 1971, pasando al sistema basado ahora, en «la confianza en la economía de EEUU». Si antes el patrón fuera de oro y plata, era una piel de castor, ahora es la producción de Estados Unidos. Sin embargo, siempre hay un objeto tangible que justifica la confianza.
De manera que cuando, electrónica mediante, nació el Bitcoin sin otro apoyo que la imaginación del propietario, su auge se debió a lo fácil de su manejo mundial, gracias a la electrónica, pero todavía no es sino un juego de aceptación y/o rechazo individual. Es significativo que un país de comunicaciones electrónicas particularmente adelantadas, como lo es Corea del Sur, estuviera alarmado por el auge de esas monedas electrónicas y estuviera proponiendo una ley que las prohíba en su territorio.
En Venezuela
Venezuela ha sido uno de los últimos países en el mundo, en deshacerse de la moneda de plata. Los abuelos todavía recuerdan, y muchos hogares han guardado, el fuerte de plata (Bs.5), las monedas de Bs.2 y Bs.1 de plata, el real y el mediecito de plata que todavía usan para casarse. Era el dinero de curso diario que conocí cuando llegué a Venezuela, lo que indica que apenas data de un cambio generacional, y ni eso.
Venezuela ha sido también, desde la época de Gómez hasta el Viernes Negro en 1983, el país con el valor de la moneda más estable en el mundo. La caída abrupta fue iniciada por Luis Herrera Campins, cuando se dio cuenta que su bondadosa política de permitir a cada estado pedir a la banca internacional sus créditos individuales, había dejado el tesoro nacional en la carraplana. A partir de allí, salvo la época de Lusinchi, quien cuidó lo que llamaba «la botica», las cuentas de Venezuela han sido un solo desastre de nunca acabar, culminando con la locura chavista y su millardaria caja chica llamada Fonden.
Intentar remediar esa larga cadena de desaciertos con el desacierto mayor, que sería un Petro sacado de la manga, sin cobertura alguna y con el sólo destino de engañar a propios y extraños, sería la reina de todos los engaños, desde la prehistoria hasta el día de hoy.