No es que nos sobren moral y luces, al contrario, buena falta nos hacen, pero la primera necesidad de la Venezuela actual es la esperanza.
Lo que corroe el alma nacional, lo que está amenazando con erosionar la nacionalidad y la sociedad misma, como el viento y la lluvia con el suelo, es la desesperanza. Una desesperanza tenazmente inoculada desde el poder, sea con el propósito fríamente calculado de desanimar, inhibir o ahuyentar a unos, o como efecto secundario de las políticas destructivas que cierran puertas, desalientan proyectos y reducen oportunidades.
Convertir el país en un desierto de ideas, iniciativas y cualquier otro propósito que no sea la supervivencia o el escape, puede ser el resultado de la aplicación continuada de las políticas empobrecedoras, sea el poder apto o inepto, honesto o corrupto. Ante ese peligro real y dado que no se avizora la más mínima rectificación, la única solución posible es el cambio político. Claro que no cualquier cambio político, sino uno en la dirección del progreso, que emprenda en serio, decididamente, la superación de los males presentes y los seculares, porque de que las restauraciones no son posibles y ni siquiera necesarias, debería habernos convencido este absurdo intento de devolver al país hasta la proclama, el incendio y la polvareda de la Guerra Federal.
Recobrar la esperanza es una tarea nacional. Acaso la más urgente de las tareas nacionales. Y cuando digo nacional es porque es de todos y porque no debería nadie quedarse fuera, dejándola en manos de otros. Claro que a la dirigencia política incumbe una responsabilidad distinta a la de la mayoría y mayor que la de la mayoría. Y es nada menos que la esperanza llegue a ser un sentimiento, porque sea una estrategia, no necesariamente explícita pero ciertamente existente. También una ruta, en cuanto a un camino y unos pasos. Unas ideas convertidas en propósitos y traducidas en mensaje al alcance de todos. Y una credibilidad, la cual depende básicamente, de que se sienta que el compromiso con la esperanza es genuino y más importante que cualquier otro.
La Unidad ha sido la base política de la esperanza. Está demostrado que cuando se la ve borrosa, incierta o en dispersión, se hace mucho más difícil mirar adelante. Pero no basta con que haya unidad, y menos ahora, pues nada de lo ocurrido ha sido en vano, ésta tiene que estar en movimiento y no sólo latir al ritmo del sístole y el diástole de la mayoría que sufre, sino saber irle adelante, desmalezando, abriendo caminos, mostrando el horizonte. De modo que ese venezolano perplejo, al que la desesperanza persigue como una nube negra para que se rinda, sepa que no está solo, que estamos de su lado, que cuenta con nosotros, imperfectos, falibles, pero dispuestos a que su suerte sea nuestra suerte y a empujar con todas las fuerzas y por todos los medios lícitos, que son todos salvo odiar y matar, para que las cosas cambien a su favor. Como es su derecho.