Venezuela está sumida en una cultura de la muerte, que se instiga desde el poder hegemónico. Recientes crímenes lo confirman.
La hegemonía roja, sobre todo en estos años de mengua madurista, ha consagrado como política del poder a la cultura de la muerte. Vale decir, la represión, el desprecio por los derechos humanos, el hambre, la criminalidad y también el asesinato o sicariato desde los núcleos del poder despótico. Todo esto comenzó y se desarrolló con el predecesor, no hay duda al respecto, pero el sucesor ha sido más violento en la retórica y en la práctica. El homicidio de Oscar Pérez y de quienes le acompañaban, no permite otra afirmación.
No fue consecuencia de un enfrentamiento armado. No fue producto de un combate. No. Fue un remate, cuando ya las víctimas no sólo habían depuesto las armas sino que pedían y reiteraban que cesaran las descargas, porque ya se encontraban en situación de rendición personal. Y justo entonces tuvieron lugar los llamados «tiros de gracia». Y además, los efectivos militares que participaron en esa operación, al parecer estaban siendo “auxiliados” o incluso comandados por integrantes de los denominados “colectivos armados”, o grupos paramilitares al servicio de la hegemonía roja.
Las macabras imágenes que reflejan esa terrible realidad fueron puestas a circular por los perpetradores del crimen, no sólo en el ámbito material sino también intelectual. ¿Por qué? Pues porque querían mandar un mensaje a todo el mundo, y en especial a los variados sectores de las Fuerzas Armadas. Es más, el propio Maduro declaró que cualquiera que se le “subleve” correrá con el mismo destino. En ese sentido, si los sublevados de 1992 hubiesen tenido el final que Maduro prefiere, él no estaría donde está, pues se habría producido una masacre masiva en aquellos tiempos ya remotos.
Pero no. El Estado democrático venezolano hizo honor a las garantías constitucionales y no se comportó como una instancia terrorista y negadora del derecho más básico que tiene una persona humana, que es, precisamente, el derecho a la vida. Lo mismo no puede sostenerse de los “camaradas” de Maduro, a quien les debe haber llegado a encabezar la pretendida “revolución bolivariana”, bajo la tutela, claro está, del castrismo cubano.
La cultura de la muerte es la cultura dominante de la Venezuela de estos años. Una Venezuela en proceso de extinción, destruida sin piedad por una hegemonía despótica, depredadora, envilecida y corrupta, y como lo está demostrando con creces, una hegemonía mortífera. San Juan Pablo II, en su largo pontificado, habló y escribió mucho de la “cultura de la muerte”, por oposición a la “cultura de la vida”, o el ideal humano.
La hegemonía roja tiene que ser superada para que en nuestra nación podamos pasar de la cultura de la muerte a la cultura de la vida.