El diplomático y jurista nicaragüense, Gustavo Vargas manifiesta que el restablecimiento de la línea de comunicación militar entre Corea del Sur y Corea del Norte es el primer paso de un largo camino para la unificación.
Por Gustavo-Adolfo Vargas
Hace semanas parecía que la situación en la península coreana tendía hacia una hecatombe; pero la rama de olivo tendida a Corea del Sur por Kim Jong-un, líder de Corea del Norte a inicios de año fue rápida y positivamente acogida por su homólogo Moon Jae-in. La reunión propuesta por este para discutir la participación de una delegación del norte en los juegos olímpicos de invierno organizados por Seúl, tuvo lugar a nivel de ministros en enero en Panmunjom, en la zona desmilitarizada que divide las dos Coreas.
Además de acordarse la asistencia de una nutrida representación del Norte a los juegos, decidieron reiniciar las pláticas entre militares de ambas partes, restableciendo la línea de comunicación militar de urgencia que las une. El único desacuerdo fue la negativa del Norte a hablar de la desnuclearización (del norte y la península), que es necesaria.
EEUU tiene armas nucleares en Corea del Sur y difícilmente Pyonyang aceptará tratar el tema si no se incluye en la agenda el retiro de estas y plenas garantías de seguridad. Corea del Norte fue empujada a una situación límite, dados los incumplimientos por Washington de los acuerdos pactados en anteriores diálogos entre ambos sin que los imperialistas depusiesen sus amenazas y chantaje.
Estemos o no de acuerdo con la solución del liderazgo norcoreano de desarrollar un programa de armas nucleares con fines defensivos, nadie puede impedir que un país amenazado se defienda.
El problema está en el grave peligro que la posesión del arma atómica implica para la seguridad e integridad de un país subdesarrollado y la apocalíptica amenaza para la paz y supervivencia humana si la usa, pues una guerra atómica no tiene límites geográficos.
También está el consenso logrado sobre esto por el Movimiento de Países No Alineados, representando a la gran mayoría del tercer mundo del que forma parte la Proclama de América Latina y el Caribe como Zona de Paz, adoptada en la II Cumbre Celac, adherida a la promoción de la desnuclearización.
Pyonyang, quien optó por ella, pisó el acelerador ante las agresiones a Irak, Libia y Siria, empleando ingentes recursos al incluir el programa nuclear en su Constitución y después de crear confianza, pasos serios de distensión y un plan garante de su soberanía e integridad territorial sería posible acordar los términos de la desnuclearización de la península, propuesta en que concuerdan China y Rusia, conformes con este primer contacto. EEUU, con reservas, hizo lo mismo.
El conflicto en la península coreana se origina en el afán estadounidense de controlarla por su importancia geoestratégica mundial, donde la RPDC se niega a ceder en su política de independencia y soberanía.
A cinco años del genocidio provocado por Washington en Hiroshima y Nagasaky, que irradió a miles de japoneses, -cuyo objetivo era intimidar a la Unión Soviética, que quería construir un mundo alternativo al capitalismo, y aún no poseía el arma nuclear- en 1950, EEUU lanzó una invasión contra el pueblo de Corea y ocupó Pionyang, la capital de la RPDC y casi todas las ciudades del norte para contrarrestar la voluntad de esta, encaminada a construir el socialismo.
Con todo, hay una luz al final del túnel. Las últimas señales de los gobiernos del norte y del sur de la península coreana son alentadoras.