Defiendo mi derecho de venezolano a decidir quién nos gobernará a partir de 2019, en elecciones libres, limpias y justas.
No podemos imponer al país la calamitosa perspectiva de seis años más de la ruinosa manera de gobernar del grupito que ha privatizado el Estado en su beneficio. Destruyó nuestra moneda al lanzarla por el tobogán de la devaluación al pozo oscuro de la hiperinflación. Ese solo hecho deja pobres e indefensos a millones de venezolanos. Destruyó Pdvsa, la principal industria nacional, otrora una de las petroleras más importantes del mundo y una de las empresas más fuertes de América Latina, a la que deja endeudada, minimizada su capacidad de refinación. Destruyó la constitucionalidad y la legalidad, convirtiendo la vida social en un sálvese quien pueda cuyos burladeros son la emigración, corrupción, la violencia o el miedo. Destruyó el crédito y el prestigio internacional del Estado venezolano, con daño colateral a Venezuela y a los venezolanos.
A imitación del recurso extremo de la dictadura perezjimenista, que demostró ser el último, en vez de la elección presidencial que pauta la Constitución, inventa su versión del plebiscito de 1957 con un simulacro de elección a los trancazos, una emboscada con premeditación alevosía y ventaja que es otra razón, de mucho peso, para estar decididos a desalojarlos del poder. Y pretende meter a la oposición en esa trampa, fingiendo ceder en cuanto a condiciones electorales cuando obliga a lapsos tan apremiantes que las hacen de imposible cumplimiento. El gobierno, simplemente, teme al voto libre del pueblo y busca librarse de él, primero desanimando el acto de votar y segundo, a los que se animen, coartándoles su libertad.
Como soy ciudadano y sé que mi voto es mi poder, no quiero renunciar a él. Por eso me cuesta mucho decir no voto y no tengo intención de hacerlo. Lo que quiero es votar de verdad. Y si limpiamente, ocurriera el improbable evento de que Maduro sea reelegido, Dios nos libre, no me quedará otra que aceptarlo. Pero si como todo indica, en una elección razonablemente libre, limpia y justa, con todo y el ventajismo grosero que ya han usado los amos del poder, el pueblo venezolano puede expresarse, esa decisión debe ser respetada y acatada por todos. Eso no autoriza, claro, al nuevo gobierno para que en venganza imponga a los derrotados abusos como los que hemos sufrido, porque esa exclusión discriminatoria ha sido precisamente la materia prima del retroceso nacional.
Quiero votar y el Estado tiene la obligación de darme esa oportunidad y si no es así, tengo el deber de exigirlo. Y la oposición, el deber de ofrecerme, cuanto antes, una plataforma unitaria para luchar por la defensa de la Constitución, con un programa unitario de cambio y un líder unitario, que sea candidato de la unidad nacional. Solo así se puede desarrollar en los venezolanos la emoción y el compromiso movilizadores, que nos ponga en marcha como pueblo.