(150501) -- LA HABANA, mayo 1, 2015 (Xinhua) -- El presidente de Cuba Raúl Castro (d) y su homólogo de Venezuela, Nicolás Maduro (i), observan el desfile con motivo del Día Internacional del Trabajo, en la Plaza de la Revolución en La Habana, Cuba, el 1 de mayo de 2015. (Xinhua/Liu Bin) (fnc)

Los planes cubanos para Venezuela

La evolución de la situación venezolana según el plan preconcebido en La Habana, le tiene reservado un rol de árbitro apaciguador a Raúl Castro, quien permanecerá, incluso después de su renuncia, en el poder a través de la dirección del partido. Así, en La Habana calculan, que Cuba es la que negociará la crisis venezolana.

No es casual que las elecciones presidenciales en Venezuela hayan sido convocadas para el 22 de abril de este año, puesto que en Cuba será el 19 de abril cuando Raúl Castro se retire de la presidencia del Consejo de Estado y se supone sea reemplazado por el heredero designado por el poder, Miguel Díaz Canel. Es lógico que la modificación del mando de la metrópoli preceda a la del territorio anexado.

Raúl Castro debía haber entregado su cargo de presidente del Consejo de Estado en el mes de febrero 2018. Así había sido anunciado en el VIIº Congreso del Partido Comunista de Cuba, celebrado en abril 2016, todavía en vida Fidel Castro, al mismo tiempo que Raúl Castro era confirmado como primer secretario del Partido Comunista de Cuba, cargo igual de poderoso que el de jefe de gobierno, que le permitirá seguir ejerciendo el poder más allá del mandato presidencial.

Es muy posible, y no sería exagerado afirmar, que la prolongación del mandato del presidente cubano, no se debió a la excusa pueril de los estragos causados por el último ciclón que azotó a Cuba, sino debido a la severa crisis política que enfrentaba el representante del poder cubano en Venezuela. El gobierno de Nicolás Maduro, procónsul nombrado por La Habana, se había visto profundamente debilitado no sólo por las manifestaciones de repudio por parte de la población, sino también por el resquebrajamiento en el seno de la cúpula del poder: la deserción y huida del país de la Fiscal Luisa Ortega Díaz fue el gesto de mayor relieve.

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La crisis venezolana le planteó a Raúl Castro un dilema de amplia envergadura. Al mismo tiempo que se ocupaba de ultimar los detalles del tránsito del poder en Cuba, no exento de conflicto pues se barajaba la posibilidad de la entrega del mando a su hijo Alejandro Castro Espín, coronel del Ministerio del Interior y jefe del Consejo de Defensa y Seguridad Nacional, al no reunir el consenso suficiente en la cúpula de la oligarquía, – lo que hubiese asegurando la continuidad monárquica del régimen – Raúl Castro se ha visto obligado a conformar una estructura que preserve el poder de la familia Castro, al mismo tiempo conformar un equipo bien soldado que impida futuras crisis de gobernabilidad o iniciativas individuales por parte de miembros de la cúpula del poder, a las cuales el castrismo es particularmente alérgico. Pero el poder cubano no puede permitirse perder a Venezuela; es la joya de la corona que le permite negociar con Rusia, Irán, China, Siria, Corea del Norte, Bielorusia y todos los gobiernos antidemocráticos, opuestos al “imperio”. Poseer el espacio geopolítico que brinda por su posición Venezuela, sin contar con las riquezas del subsuelo, no es algo que se tome a la ligera. Es más, preservar su poderío sobre Venezuela, es la condición de sobrevivencia del castrismo, en la Isla y en el resto del continente.

Tras la contundente derrota de 2015, el principal objetivo de La Habana fue la de que Nicolás Maduro aplicara la receta de no dar marcha atrás en su guerra “antiimperialista”, la receta mágica, que tan excelentes resultado le ha dado al poder de los hermanos Castro, cuyo resultado es haber instaurado la dictadura más longeva del siglo XX.

La legitimidad del castrismo se ha sustentado en el enfrentamiento con EE.UU. y en su poderío militar otorgado por la Unión Soviética. Tras el fin de la Guerra Fría, Fidel Castro modificó su modo de intervención en América Latina. En lugar de la violencia política, optó por recurrir a la instrumentalización de las normas democráticas, aplicando la elasticidad de las técnicas de la guerra de guerrillas, pero haciéndolas maleables y cambiándolas cada vez que le era necesario en su voluntad de hacerse y de conservar el poder. Así ha procedido Maduro ante la crisis de gobernabilidad que ha enfrentado desde la contundente derrota de 2015 que le otorgó a la oposición en la Asamblea Nacional la mayoría absoluta. Se ha dedicado a doblegar las fuerzas de la oposición despojando de sus competencias a la Asamblea Nacional democráticamente elegida por la mayoría, nombrando jueces de la Corte Suprema, rechazando el Referendo Revocatorio, eligiendo una Asamblea Constituyente que realiza maniobras políticas de orden táctico/estratégico, anticipando de medio año las elecciones.

Su empeño de seguir negociando con la oposición en la República Dominicana, pero sin dar concesión alguna, le permite ganar tiempo y a la par aprovecharse de esa tribuna internacional para mostrar la fachada democrática de su régimen. Él o los cubanos, saben que negociar es del gusto de la comunidad internacional.

Su objetivo es de reducir al máximo la capacidad negociadora de la MUD y agotar las gestiones que está realizando la comunidad internacional en aras a un desenlace democrático, evitando a toda costa el estallido de la violencia.

Ante este panorama de desazón en el que no se avizora ninguna posibilidad de cambio de la situación dramática que vive la población, el gobierno lo que hace es ir llevando la situación a un estado de callejón sin salida que, forzosamente, desembocará en escenarios de radicalidad y que puede a su vez, desembocar en episodios de violencia. Previendo ese escenario, que en el fondo el gobierno obra para que tome lugar, ya Maduro  puso en marcha un plan cívico-militar de defensa popular, “contra cualquier  plan terrorista, contra cualquier intento golpista, contra cualquier provocación de la oligarquía colombiana en la frontera, contra cualquier grupo terrorista que intente insurgir otra vez” y ha puesto a Diosdado Cabello, lo que no es casual, al mando de ese plan.

Quien conoce mínimamente el modo de proceder del castrismo, el escenario que persigue La Habana es el de suscitar un escenario de violencia (ya el de urgencia humanitaria está creado) exacerbado debido a la tragedia de sobrevivencia que vive la población que huye hacia los países fronterizos, creándoles un problema de seguridad y humanitario para los que no están preparados. Será el momento en que Cuba proponga sus buenos oficios para restablecer la paz en Venezuela, a la vez que tomará a su cargo la urgente operación humanitaria que necesita la población para sobrevivir y detener el flujo migratorio. El “gobierno” de Maduro, aceptará la “intervención del país hermano”. La comunidad internacional respirará satisfecha de que al fin alguien tomó en sus manos el caso Venezuela. La presencia cubana en Venezuela, cobrará estatus legal.

En ambos casos, Cuba posee una enorme experiencia. Nada más mencionar su intervención durante la guerra de Angola en la que participaron durante los 13 años que duró el conflicto, en el que Cuba puso la carne de cañón negra y los soviéticos las armas, 380.000 efectivos militares y 75.000 de personal civil. Los acuerdos de Paz entre las FARC y Colombia es otro ejemplo, no menos importante. No es muy difícil percibir cómo la técnica que el castrismo ha desplegado durante años de crear focos de violencia y luego proponerse como bombero indispensable para instaurar la paz, le ha dado excelentes resultados en su objetivo perseguido de instauración del dogma neocastrista de gobiernos vitalicios. Cuba tiene amplia experiencia de intervención por participar  en los escenarios en donde suceden catástrofes naturales. Es una forma más en su tarea de imposición de su influencia política.

Del otro lado de la frontera, Raúl Castro tiene que estar observando con interés el desarrollo de la campaña electoral que se celebrará en Colombia el próximo 27 de mayo. Timochenko, líder de las FARC, pese a la poca acogida de su candidatura en la campaña electoral, ya es un poder legal apuntalado en el seno de la democracia colombiana. El objetivo de La Habana, desde la llegada de Chávez al poder, fue la constitución de un bloque, Venezuela/Colombia, el núcleo fuerte del bloque andino bolivariano, que se apoya en el famoso sueño que Bolívar dejó sin terminar. Evo Morales, en pleno proceso de instaurar la presidencia vitalicia, preserva un espacio ya ganado para el bloque bolivariano. Queda el Perú que hasta ahora se ha defendido de caer en el populismo castrista, pues ya vivió la experiencia del gobierno militar/populista que también actuó bajo influencia de La Habana, del general Velasco Alvarado. Desafortunadamente, la acción de los grupos identificados con el castro/chavismo se benefician de la impaciencia de Keiko Fujimori por llegar al poder: ambos empeñados en debilitar la acción gubernamental del actual presidente, se ayudan mutuamente.

El panorama que se avecina en Venezuela será de máxima presión. La Habana lucirá toda la destreza y paciencia de su diplomacia y como en Angola, y Colombia, las negociaciones pueden durar años.

Cabe preguntarse: ¿Cuál será el modo de acción que adoptará la MUD ante un reto de esa envergadura? Hasta ahora la MUD no ha propuesto un escenario propio, siempre se la ha visto sobrepasada por la agenda propuesta por el poder, salvo una vez, cuando asumió la presidencia de la flamante Asamblea Nacional Henry Ramos Allup y ordenó sacaran las imágenes de Hugo Chávez de la Asamblea Nacional. Gesto simbólico, cierto, pero que resultó de pocas consecuencias.