Julio Londoño, exdiplomático colombiano, manifiesta que la solución del caos al que ha llevado a Venezuela el régimen de Maduro es necesaria para la estabilidad y la paz en Colombia.
Por Julio Londoño Paredes
Con la anticipación de elecciones presidenciales en Venezuela para el próximo mes de abril, todo parece indicar que, en principio, tendremos al sátrapa de Maduro por varios años más. Digo “vamos”, porque no solamente le corresponderá al pueblo llevar la carga de su presencia, sino que Colombia seguirá estando seriamente afectada.
Mientras la Unión Europea y EEUU aplican sanciones a personajes del gobierno madurista y algunos países latinoamericanos retiran sus representantes diplomáticos, Colombia -con una frontera abierta de 2219 kilómetros- seguirá sufriendo las consecuencias de las simpatías del régimen venezolano con los grupos armados, cualquiera que sea la denominación que estos tengan, pero que de todas maneras nos siguen acreditando ante el mundo como un país peligroso y violento, por más acuerdos de paz que se suscriban.
Siendo Venezuela la puerta giratoria del narcotráfico, seguiremos estando condenados a ser los mayores productores de coca del mundo, con todo lo que ello implica. No simplemente por las reacciones de los EEUU, sino porque mientras esa situación persista, las diversas modalidades de violencia que padecemos persistirán, con todo lo que eso implica. Ya el cotidiano asesinato de tres o cuatro personas «por sicarios» o por «disidentes» en cualquier parte del país a nadie conmueve. Preferimos seguir con detenimiento la noticia de que un policía fue herido por un loco armado de un cuchillo en Londres o que James fue titular durante 34 minutos en un juego del Bayern en Europa.
Pero, además, la migración masiva de venezolanos a nuestro territorio es un problema nacional. Nuestro país, que a pesar de que se diga lo contrario, sigue afrontando un preocupante problema social, no está en condiciones de seguir recibiendo la creciente migración venezolana.
Durante varios años miles de colombianos se vieron obligados a emigrar a Venezuela, no solo huyendo de la violencia política rampante, sino para buscar mejores condiciones de vida en una nación que en ese entonces era rica y poderosa. Sin embargo, los migrantes venezolanos que ahora llegan no encontrarán el país que los llamados “indocumentados” colombianos encontraron. La información de que algunos venezolanos están involucrados en actos delictivos es indicativa.
Nos es fácil encontrar una solución, ya que incluso el aumento temporal de los precios del petróleo no modificará la situación existente. No es realista pensar que la solución sea denunciar a Maduro ante la Corte Penal Internacional, ni pedir a los militares venezolanos que lo derroquen y, mucho menos, favorecer una intervención militar foránea. De todas maneras, un país como Venezuela, por más petróleo y hierro que produzca, con una inflación calculada del 5.000 %, está condenado al fracaso.
El caos venezolano también arrastra en una forma u otra a Cuba. De pronto los cubanos, pragmáticos como han sido, pudieran hacer entender a los cabecillas de la revolución bolivariana que no se trata solo de subsistir, sino de evitar que Venezuela con toda su riqueza sea un país inviable: para ellos tampoco sería bueno.