Ya en Venezuela, no hay para dónde coger: ni siquiera se está cayendo en un barranco, porque ya caímos y estamos en el fondo del precipicio.
Es poco lo que a estas alturas queda por decir a los venezolanos. Incluso quienes hemos vivido en guerras y hemos sufrido el hambre que se produce con la destrucción bélica, nunca hemos visto tanta destrucción, como la que hoy padecen los venezolanos.
Empezando por lo principal en cualquier ser viviente, que es comer. Hoy un insecto que desafiando los venenos creados por el hombre sigue avanzando en el jardín o la pradera, tiene mayor facilidad de suplir su sustento que el presunto dueño del universo, llamado “homo sapiens”. Debe ser que del “sapiens” – lo de la sabiduría – ya no le quedó casi nada, porque hay que ver cómo, en Venezuela, el hombre ha llegado a su propia destrucción.
El drama de los enfermos con trasplantes, refleja un caso tan asesino y criminal por parte de las autoridades competentes, que no hay palabras para definirlo. Es inconcebible que una persona, que tras espera y mucha esperanza ha recibido un trasplante de un órgano vital, generalmente el riñón, tenga que morir porque un gobierno irresponsable no le puede suministrar los inmunodepresores de rigor, que ni siquiera son un remedio costoso. Estamos en un caso que por donde se le vea, no deja de ser un asesinato, si las medicinas de rigor no aparecen en tiempo perentorio. Los medios afirman que ya hay personas con trasplantes que murieron por esta causa.
Lea también: Ventana al Mundo: La culpa no es de las vacas
Una población donde los niños están subalimentados, padece también de un crimen que carga en su conciencia toda la sociedad conjuntamente con el gobierno. No se trata solamente de la salud del niño, sino de su vida y su porvenir, porque si sobrevive a la desnutrición, nunca disfrutará de una capacidad de estudio y desenvolvimiento igual al del niño que en otras naciones nunca padeció de las penurias que frenan el desarrollo.
El hambre está por doquier: la megainflación cortó en absolutamente todos los hogares venezolanos, la compra normal de alimentos, los imprescindibles artículos de higiene tanto personal como del hogar, y las mil y una necesidades que se presentan en la vida diaria y que no pueden ser suplidas. Se trata de una tortura para cualquier ama de casa, cualquier padre de familia y también para cualquier joven que sueña con organizar su vida, su matrimonio y su porvenir. Todo en cada una de esas vidas, ha sido inmovilizado, truncado.
La emigración es quizás de todos los dramas, el mayor, el más duradero y si bien nadie se da cuenta en el primer momento, no hay ningún sufrimiento tan permanente en una vida, como el haber sido desarraigado de su tierra natal. Más nunca, por más que uno se considere “exitoso”, “fracasado” o simplemente “bien”, la vida será como la pintan los recuerdos de infancia. Incluso cuando el cambio se hace no por necesidad como ocurre ahora a los venezolanos, sino por escogencia, la añoranza del calor humano que quedó atrás, jamás podrá ser borrada.
Finalmente vienen los lutos. Este gobierno carga sobre sus espaldas las futuras acusaciones por todos quienes cayeron víctimas de la represión, siendo el ejemplo más reciente y escandaloso el asesinato de Oscar Pérez y sus compañeros. Tendrá que responder por las torturas, que en la época actual suelen ser mucho mejor documentadas que en el pasado. Sin hablar de lo que será conceptuado como eventuales robos del erario público, o simple corrupción. La lista de los delitos por los que algunos sin duda serán juzgados, es larga y amenazante.
Ante ese panorama, sólo queda una última pregunta: quiénes serán los primeros en sacudir toda esa carga de sus conciencias – y de su futuro – iniciando el cambio que les permitirá redimirse ante su nación y sus familias. Ese concurso, lo acaba de abrir Tillerson, falta saber quiénes apostarán para ganarse el premio.