El periodista Marcelo Cantelmi, jefe de política internacional del diario argentino “Clarín”, sostiene que la oposición venezolana está entrampada, tanto si participa en las elecciones de abril como si se abstiene.
Por Marcelo Cantelmi
En Venezuela no se sabe cuánto o qué se va a comer. No hay alimentos, tampoco medicinas ni dinero en los bancos. No se puede protestar contra esas carencias porque la libertad de expresión está restringida. Todo lo que disienta con el régimen está censurado. No se puede fijar ni un afiche opositor en un muro. Cualquier gesto puede ser interpretado como un “crimen de odio”, la última creación represiva de la polémica Constituyente que se inventó a la carta el modelo absolutista que encabeza Maduro. En Venezuela los principales dirigentes no oficialistas fueron proscriptos, varios de ellos están encarcelados y una temible policía política patrulla las calles cazando a supuestos críticos del poder junto a bandas paramilitares de gatillo fácil.
En ese país el 22 de abril se escenificará una crucial elección presidencial, en la cual Maduro buscará reelegirse por otros 6 años. Ese comicio tiene todo para una teatralización. El caudillo chavista se expondrá sin ningún dirigente de fuste que lo enfrente porque la mayoría están vetados. Aun así, el gobierno adelantó el comicio para bloquear cualquier chance de que la disidencia se organice y genere una salida alternativa. Asimismo, Maduro creó su propio partido para amontonar a los chavistas críticos en la fuerza que rodeó al líder muerto. Además de estas acrobacias, pocos dudan de que los números de la “victoria aluvional” del oficialismo hace rato fueron escritos.
La MUD, coalición de una treintena de partidos opositores, 19 de ellos realmente de fuste, esta embretada desde hace días en una discusión interna para decidir de qué lado se ubica en la trampa que le tendió el régimen. Si participa en las elecciones, estará validando la maniobra que de todos modos dará la victoria a Maduro. Si se abstiene, y llama a no votar, dejaría el camino liberado al poder para que el mandamás se adjudique el triunfo justificándose en ese desierto. Todo les cierra en contra. Un dirigente del partido Voluntad Popular le dijo a este columnista que si pueden unirse detrás de una figura “no todo está perdido. Tenemos encuestas que muestran que la imagen de Maduro está desintegrada. Y participar será una forma de denunciar el fraude”.
El argumento es atendible aunque no es muy claro cómo se lo ejecutaría. El partido de este dirigente es el segundo en importancia por número de votos después de Primero Justicia del excandidato presidencial Henrique Capriles. Esas dos fuerzas están impedidas de presentarse. La coartada chavista es que no participaron de la votación de alcaldías de diciembre. Ese portazo se debió al fraude en la previa de gobernadores que, pese al desastre social, dio una victoria aplastante al oficialismo, en 17 de los 23 estados.
En 2017 el primer ejercicio flagrante de manipulación se produjo en la elección de la Asamblea Constituyente, un aparato suprapoderoso con más de 500 participantes, todos oficialistas, que según el gobierno fue votado por 8.089.320 millones de venezolanos. Pero el domingo 3O de julio de la elección, este cronista vio que los centros de votación estaban en su mayoría vacíos. Lo que se corroboró cuando la firma privada a cargo del sistema denunció una manipulación. Los votos no habrían sido más de tres millones. Maduro necesita retener el poder a cualquier costo porque cualquier alternativa es un precipicio. Como las antiguas dictaduras, tiene por ahora, la iniciativa para darse el gusto.