El ex preso político cubano, Ramiro Gómez considera que la noticia del suicidio del hijo de Fidel Castro -el más inteligente y relacionado de los herederos al trono- es muy sospechosa, más aún por el diagnóstico de depresión.
Por Ramiro Gómez Barrueco
Al noroeste de la ciudad cubana de Matanzas se halla uno de los paisajes naturales y arqueológicos más bellos de la Isla. El Valle de Yumurí debe su nombre al grito que proferían los indios taínos al lanzarse desde los altos riscos en busca de la muerte; Yumurí (yo muero). La brutal vida esclava bajo el colonialismo español era peor que la incógnita de la muerte. El suicidio es, históricamente, genético en Cuba. El Padre de la Patria, Carlos de Céspedes, suicidado, nos legó ese triste ejemplo patriótico.
Dos suicidios famosos en la Cuba republicana fueron: Manuel Fernández Supervielle, alcalde de La Habana, avergonzado por incumplir la promesa del acueducto apropiado; y el líder del Partido Ortodoxo, Eduardo Chibás, se suicidó por no poder demostrar que el ministro Sánchez Arango era corrupto.
Las estadísticas de la OMS demuestran que, a partir del triunfo castrocomunista, escalamos en suicidios en Latinoamérica. En el exilio se suicidaron el expresidente Carlos Prío y el director de la revista “Bohemia”, Miguel Ángel Quevedo, arrepentido de su complicidad mitomaníaca revolucionaria.
Los suicidios y muertes enigmáticas son frecuentes episodios revolucionarios. La interminable lista comenzó con el comandante Félix Pena en 1959. Castro lo acusó de corrupto, porque absolvió a los pilotos de Batista. Días después, Félix se despidió, optimista, de su amigo Tony Santiago; mañana desayunarían juntos. Pero apareció muerto pistola en mano. Según el dictador se suicidó por vergüenza.
En los suicidios de revolucionarios famosos, los castristas poseen el privilegiado sortilegio de llegar primeros y tener respuesta inmediata de las causas del hecho. El suicidio doble y sincronizado de Nilsa Espín (hermana de Vilma), en las oficinas de su cuñado Raúl Castro, y el de su esposo en Pinar del Río, es otro gran misterio castrocomunista.
El suicidio de Haydée Santamaría, icono revolucionario, veterana del Moncada y Sierra, estaba precedida por una carta manifestando su desacuerdo con el tirano.
En 1983 se suicidó “el deprimido” expresidente, Ministro de Justicia en función, Osvaldo Dorticós. Una agria discusión con el cancerbero Ramiro Valdés antecedió a su muerte. Se dijo que Dorticós era muy cobarde, cuidaba su vida, increíble un suicidio.
Dos suicidios, por depresión, internacionalmente importantes, fueron los de Laura y Beatriz Allende, hermana e hija de Salvador Allende, que residían y murieron en Cuba. Beatriz, sin armas en su casa, iba a llevar a los niños a Soroa; repentinamente cambió de idea y se suicidó. Su tía Laura se lanzó del piso 18 del hotel Riviera en una reunión de máximo nivel del Ministerio del Interior.
La noticia del suicidio de Fidel Castro Díaz Balart es muy sospechosa; apegado a las mieles del poder y viajero huidizo en yate privado de lujo por el Mediterráneo. Muy sospechosa, sobre todo, por el diagnóstico de depresión. ¿Depresión?
Sabemos que el régimen es una dinastía comunista y que Fidelito era el primogénito en la sucesión monárquica. Era el más inteligente y relacionado de los herederos potenciales al trono totalitario. Se imaginan a Fidel Castro ¡Díaz Balart! miembro de la Asamblea Nacional del Poder Popular. ¿Lo suicidaron? ¿Comenzó la purga por la sucesión?
Lo indiscutible es la muerte de un símbolo y el derrumbe de un mito. Murió el futuro de la revolución fidelista. Estos suicidios niegan el principio político trascendental del padre de Fidelito: “todo el que vive bajo la revolución socialista cubana se siente feliz, contento y lleno de esperanzas”.
Nadie se suicida para escapar de la felicidad.