¿Ceguera colectiva?

El hijo del expresidente Rafael Caldera, Andrés Caldera Pietri le aclara al premio Nobel Mario Vargas Llosa que no fue su padre el culpable de que Chávez llegara al poder, sino los grupos poderosos y las élites dirigentes las que ayudaron a Chávez a obtener la victoria.

Por ANDRÉS CALDERA PIETRI

En su columna «Piedra de toque» del domingo 18 de febrero, titulada «La derrota de Correa», Mario Vargas Llosa hace al final una referencia a mi padre, el expresidente Rafael Caldera, que seguramente habría él respondido de encontrarse físicamente en este mundo.

Don Mario hace dos afirmaciones: la primera, que “Rafael Caldera, en su ceguera, indultó a Chávez”, lo cual no es cierto. Para que haya indulto tiene que haber juicio, sentencia y condena, y la medida aplicada fue la de un sobreseimiento, que anula el juicio por razones de interés nacional. No envuelve un dictamen sobre la culpabilidad o inocencia del procesado. Esa medida de sobreseimiento fue la misma aplicada por el presidente Carlos Andrés Pérez y continuada por el presidente Ramón J. Velásquez a la mayoría de los militares alzados en las intentonas del 4 de febrero y del 27 de noviembre de 1992. Fue un proceso de pacificación militar que comenzaron ellos y culminó Caldera.

Cuando él asume la presidencia, en febrero de 1994, la mayoría del país, comenzando por los excandidatos presidenciales Claudio Fermín, Oswaldo Álvarez Paz y Andrés Velásquez, la Conferencia Episcopal, medios de comunicación y el mismo Congreso de la República (donde ya estaba introducido un proyecto de Ley de Amnistía que con toda seguridad iba a ser aprobado), se había pronunciado porque les fueran otorgadas iguales medidas de gracia a los que todavía permanecían en prisión o en el exilio, y más en el caso de Chávez, quien llamó a deponer las armas. Si de “ceguera” se trató, tendríamos que hablar de una epidemia.

La segunda afirmación es que “han debido ser juzgados y condenados por los tribunales”, lo cual mucha gente hoy especula un poco más allá: “Para después haber sido indultados y entonces inhabilitados”, como aquellos comentaristas del fútbol americano que dicen cómo han debido ser las cosas después de que ya pasaron («monday quarterback»).

Resulta que la opinión pública estaba tan a favor de los militares alzados, que transcurrieron dos años, 1992 a 1994, sin que los juicios hubieran avanzado. Si no, ¿por qué Carlos Andrés Pérez, siendo víctima de los alzamientos, no logró que los sentenciaran en el año y medio en que todavía estaba en ejercicio de la presidencia? ¿Era factible que esos juicios se hubieran realizado? ¿Si Caldera no hubiera dictado los sobreseimientos, no hubiera sido aprobada igualmente una Ley de Amnistía en el Congreso que los liberaría? Más aún, si los juicios se hubieran alargado en el tiempo (lo que es usual en nuestro sistema de justicia), habrían podido ser electos y liberados por los votos, como ocurrió en casos previos.

Esa pacificación militar fue correcta para el país: a pesar de la fractura en las Fuerzas Armadas; del llamamiento reiterado de Chávez a la insurrección; de la crisis financiera generada en el segundo Gobierno de Carlos Andrés Pérez, que se llevó a más de la mitad del sistema financiero, y de los bajos precios del petróleo, el quinquenio 1994-1999 transcurrió en Venezuela en paz, sin que hubiera un solo intento de alzamiento militar.

Otro cantar fue la elección de Chávez como presidente de la República. La verdadera historia fue que Chávez salió de la cárcel y estuvo casi cuatro años en el 4 % de las encuestas, hasta diciembre de 1997, es decir, un año antes de las elecciones en que lo hicieron presidente. Grupos muy poderosos y élites dirigentes del país, muchos de los cuales inicialmente estuvieron detrás de la candidatura de Irene Sáez, lo apoyaron y lo ayudaron decisivamente para obtener la victoria. Luego le permitieron convocar una Constituyente, rompiendo el orden constitucional, al no haber reformado previamente la Carta Magna de 1961, y le aceptaron un sistema de elección con el que se hizo del 96 % de la Constituyente con el 35 % de los votos.

Coincido con don Mario en su aspiración de que el pueblo venezolano aprenda la lección, y para ello no podemos aceptar distorsiones de la historia contemporánea. A Caldera se le ha querido hacer el “chivo expiatorio” de la tragedia que vivimos: una costumbre muy nuestra para evadir responsabilidades. Con todo el respeto y la admiración que le profeso a Vargas Llosa, espero que no haya caído él también bajo los efectos de esa campaña que pretende distorsionar la verdad.