¿Están locos estos italianos?, se pregunta el autor de este análisis que intenta explicar la confusión en que ha caído la política italiana, por cierto abundante en confusiones, tras las elecciones parlamentarias del 4 de marzo.
Por RUBÉN AMÓN
Desconcierta sopesar la pujanza de las fuerzas radicales italianas a la luz de las elecciones del 4 de marzo. Entre populistas, extremistas y xenófobos reúnen más de la mitad del sufragio.
Pero, subordinemos nuestro estupor al coeficiente de desdramatización con que debe observarse la política tricolore. Empezando por la apoteosis del Movimiento 5 Estrellas (M5S), cuya victoria tanto proviene del estrépito de la izquierda renziana como de su propio proceso de normalización. Los grillini (M5S) han abandonado el discurso antisistema, han pescado en el descrédito de los partidos históricos y han sobrevivido a la ausencia de su patriarca, Beppe Grillo. Se diría que el histrionismo de Grillo y su desmesura limitaban la credibilidad del fenómeno. Y que la aparición de Luigi di Maio (31 años) como una alternativa aseada e institucional en el culto a la novedad y la efebocracia, aspiraba a una homologación entre los partidos respetables, matizando la eurofobia enfermiza del humorista ausente.
Italia se ha dividido en dos. El centro-sur deshereda al Partido Democrático en beneficio del M5S. La coalición de la extrema derecha coloniza el territorio septentrional, aunque el aspecto más relevante del pacto entre Berlusconi (Forza Italia) y Matteo Salvini (Liga Norte) consiste en el sorpasso de los propios leguistas. Nunca se había producido semejante subversión en la alianza conservadora. Quizá porque Berlusconi ha degenerado en su propia contradicción: abrazar la xenofobia de Salvini y proponer de candidato al presidente de la Eurocámara, Antonio Tajani, engendrando una esquizofrenia política a la que ha puesto remedio la ferocidad de la Liga Norte en el plagio del trumpismo: Italia para los italianos.
Los italianos han decidido enterrar las referencias convencionales. El Cavaliere Berlusconi (13%) se resigna al camino de la jubilación. Y Matteo Renzi (secretario general del gobernante Partido Democrático, relegado al tercer lugar), arrastra el PD al mismo cementerio donde ya reside el Partido Socialista francés y donde se amontona el psicodrama de la socialdemocracia continental. Ha dañado a Renzi la fragmentación de la izquierda italiana tanto como el fracaso del plebiscito que se concedió a sí mismo en diciembre de 2016, cuando sometió a los compatriotas la fallida reforma de la Constitución. Las urnas lo han vuelto a desahuciar, constriñéndolo a una dimisión.
Se desprende el enigma sobre la gobernabilidad, más cuando la mayoría requiere el 40% del consenso. ¿Cómo harán? El M5S abjura de los pactos. La Liga Norte representa un aliado tóxico. Berlusconi no puede ejercer de árbitro. Y a la izquierda le faltan los números y la credibilidad. Tampoco se reconoce la figura tradicional del redentor democristiano. El presidente Mattarella necesita la iluminación del Espíritu Santo en las estancias del Quirinale para obrar el milagro de una opción que impida otras elecciones.