Alrededores de la sede principal del Banco de Venezuela de la avenida Universidad de Caracas, 4:55 am: en medio del atípico frío de marzo y la oscuridad de la madrugada, tres ancianas con sus respectivos bastones sentadas en las escalinatas de la torre financiera eran las primeras de la cola de ese día.
Una de ellas, que venía del sector Montesano del estado Vargas, comentaba que se había tenido que quedar en la casa de su hija en Catia, porque no tenía efectivo, y aunque por su edad no debería pagar pasaje, cuando está en la parada se ve obligada a mostrarle los billetes a los transportistas para que se detengan y la lleven a su destino.
Jacinta, se llama la abuela, también contaba que tenía mes y medio que no recibía la caja de alimentos del CLAP (Comités Locales de Abastecimiento y Producción), “y tú no ves -le decía a las otras dos ancianas-, como ese (Nicolás) Maduro, el tal Roy Chaderton y el (Jorge Luis) García Carneiro están que revientan de gordos, mientras a nosotros nos tienen pasando hambre… ¡esto no es justo!”.
Las palabras de Jacinta se iban difuminando en la medida que llegaban otras personas para hacer las kilométricas colas para retirar efectivo del Banco de Venezuela: una para la taquilla y otra para el cajero. “¿Y cuánto están dando?”, era la pregunta más recurrente entre los que iban formándose en la fila. “Diez mil por taquilla y diez por cajero”, era la respuesta de los que ya habían sufrido horas el día anterior para hacerse de algunos billetes.
En tiempos de hiperinflación, cuando un plátano cuesta 20 mil bolívares, un pan canilla 30 mil o una empanada 50 mil, los 10 mil bolívares que da el Banco de Venezuela, o los cinco mil que permite retirar Banesco, suenan a una ironía de mal gusto contra el pueblo.
Un transporte que no transporta
A tres cuadras de allí, la parada de camionetas que está diagonal a la Plaza Miranda, en la avenida Lecuna, parecía explotar por la cantidad de personas esperando alguna, a las 5:15 am. Cuando llegó una buseta y el “fiscal” gritaba “¡Chacaíto, saliendo!”, cual manada de leones que se abalanza sobre su presa, igual actuaban los pasajeros sobre las busetas. En ese instante desaparecía la ciudadanía: nadie respetaba la cola, no había ni educación ni caballerosidad, las mujeres eran empujadas por los hombres que con desespero querían garantizar su puesto. “¡Estoy embarazada!”, gritaba una joven que recibió unos cuantos golpes cuando intentaba abordar la unidad.
Al final, el espectáculo era el de una camioneta con el chasis rozando el pavimento de lo repleta que estaba, y unos tres cuerpos precariamente guindados de la puerta.
La situación es el reflejo de la paralización técnica del transporte público en Venezuela, por falta de repuestos e insumos, y que en el caso específico de Caracas ronda al menos el 80%, ya que de 15 mil unidades dispuestas para cubrir las distintas rutas, solo están operativas, aproximadamente, 4 mil.
Ante la precarización del servicio del transporte público, el régimen chavista ha optado por emplear las llamadas “perreras” –vehículos que no cuentan con las condiciones mínimas de seguridad para el traslado masivo de pasajeros-, que en el caso de Caracas se ven diariamente en las adyacencias del Metro de Mamera, para llevar a las personas que viven en El Junquito.
A un “Metro” del infierno
Ante el colapso del transporte público, el Metro de Caracas ha pasado a ser una precaria opción. Durante el apagón del pasado martes 6 de marzo en horas del mediodía, que dejó sin servicio eléctrico a la capital de Venezuela y parte de los estados Vargas y Miranda, volvió a repetirse una escalofriante escena: pasajeros caminando a oscuras por las vías del subterráneo, tras ser desalojados de los trenes.
El suceso revela el deterioro en el que ha sumido el régimen chavista al sistema Metro, que con o sin electricidad evidencia el deterioro de los vagones sin aire acondicionado, la mayoría de las escaleras mecánicas fuera de servicio, así como la inseguridad que reina en cualquier trayecto.
Pero además del caos que se genera con las recurrentes fallas del Metro, ahora hay otra “moda” que los cuerpos de seguridad no han podido detener: la activación de bombas lacrimógenas dentro de las estaciones, siendo la más reciente ese mismo 6 de marzo, cuando un artefacto fue detonado en Los Cortijos, lo que motivó, nuevamente, la suspensión del servicio al final de la tarde, volviendo a hacerse cotidiana la escena de los ríos de gente caminando por la avenida Francisco de Miranda, con el objetivo de llegar a sus hogares tras culminar su faena su trabajo.
“No te enfermes,
no hay medicinas”
Si ante cualquier situación de salud es necesario acudir a un hospital público, hay que estar preparado mentalmente para dos escenarios: recorrer más de uno por el ya tortuoso “ruleteo” debido a la escasez de insumos y médicos; y endeudarse para adquirir –si se consiguen- las medicinas que receten los galenos, porque en esos centros asistenciales si no hay ni inyectadoras ni gasas, mucho menos habrán fármacos, aunque desde Miraflores se mienta a medios extranjeros diciéndoles que en Venezuela hay “100% de cobertura de salud gratuita”.
Pero la crisis humanitaria, negada por las autoridades pero sufrida en carne propia por el pueblo, queda también plasmada en las farmacias, donde no hay medicinas y las pocas que se consiguen son a precios inalcanzables para la mayoría de los venezolanos.
“Más de 125 farmacias en todo el país han cerrado por escasez de medicinas”, declaró esta semana el presidente de la Federación Farmacéutica Venezolana (Fefarven), Freddy Ceballos, quien agregó que la ausencia de fármacos básicos para tratar enfermedades como hipertensión o diabetes “es un claro deterioro del sistema de salud en el país”.
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