- Fiel a su estilo y a través de un tweet, el presidente Donald Trump destituyó un martes 13 al secretario de Estado Rex Tillerson, sustituyéndolo por un “halcón”, el hasta ahora director de la CIA, Mike Pompeo. Inaugurando su segundo año en la presidencia, con la trama rusa aún acechando la Casa Blanca y a aliados atlantistas en Europa, Trump parece encomendarse al ala dura del Pentágono para elaborar una política exterior menos indulgente y más radical. Con Pompeo al mando, este giro radical tendrá repercusiones principalmente en las relaciones de Washington con Rusia, China, Europa, Corea del Norte e Irán. Todo ello sin descartar la presión hemisférica en escenarios delicados como la crisis en Venezuela así como el monitoreo de la transición post-castrista institucionalizada en Cuba a partir de abril próximo.
Donald Trump no cree en brujas ni en maldiciones. El pasado martes 13, el presidente estadounidense decidió poner punto final al período de Rex Tillerson como secretario de Estado y gestor de la diplomacia de su gobierno, una decisión estratégica y trascendental para su presidencia.
Tillerson, un pragmático proveniente de la industria petrolera a través de ExxonMobil, con excelentes conexiones en Moscú, fue súbitamente sustituido por el hasta ahora director de la CIA, Mike Pompeo, un “halcón” del Pentágono proveniente del movimiento ultraderechista Tea Party.
La caída de Tillerson parecía anunciada desde diciembre pasado. Eran notorias las discrepancias entre Trump y “Tiranosaurius Rex”, manifestadas públicamente por el presidente a través de diversos tweets, lo cual confirma a esta red social como probablemente su herramienta favorita para gobernar.
Durante su poco más de un año como secretario de Estado, Tillerson debió moderar públicamente muchas de las estridentes declaraciones de Trump, algo que precisamente no debió agradar al controvertido presidente.
Más radicales y menos moderados
Del mismo modo, es posible intuir en la caída de Tillerson una influencia de los movimientos más derechistas y extremistas que pululan dentro del “trumpismo”, en particular los dirigidos por el ideólogo y ex asesor presidencial de Trump, Steve Bannon.
Destituido en enero de 2017, poco después de asumir Trump la presidencia, por diferencias con el clan familiar del presidente dirigido por su hija Ivanka Trump y su esposo Jared Kushner, Bannon parece volver a la palestra tras su prolongado ostracismo abriendo redes de apoyo en Europa. Precisamente, Kushner es uno de los principales señalados dentro de la presunta “trama rusa” en la Casa Blanca.
Desde la semana pasada, Bannon se ha reunido con los líderes de los partidos populistas y de extrema derecha Frente Nacional francés, Alternativa por Alemania y la Liga Norte italiana (segunda fuerza política tras las elecciones parlamentarias de comienzos de marzo) a fin de fortificar redes de contacto transatlántico con el “trumpismo”.
Esto tiene particular incidencia estratégica en este segundo año de Trump en la presidencia, cuando en el horizonte electoral esperan los comicios legislativos de noviembre próximo, el famoso “mid-term” que renovará la totalidad de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado.
La destitución de Tillerson tiene en mente este contexto electoral. Trump quiere consolidar al “trumpismo” ultranacionalista como eje neurálgico dentro del Partido Republicano y con movimientos afines como el Tea Party y el movimiento “alt-right” o derecha alternativa que impulsa Bannon. Y Tillerson, un moderado y pragmático, era un obstáculo para estos fines.
El “fantasma” del Kremlin
Pero hay más detrás de la salida de Tillerson. La incesante expectativa sobre la presunta influencia de la trama rusa dentro de la administración Trump podría ser un factor colateral de enorme influencia en esta decisión del presidente estadounidense de relevar al ex secretario de Estado.
Por ello, y para alejar esa posible “conexión rusa” de la Casa Blanca, Trump podría haberse declinado a relevar a un Tillerson con conocidos contactos en el Kremlin, en este caso directamente con el presidente de la estatal petrolera Rosneft, Igor Sechin, y desde allí con el propio presidente Vladimir Putin.
Las presuntas redes de inherencia rusas en las elecciones estadounidenses de 2016 y en otros acontecimientos internacionales están siendo observadas con atención desde la CIA, la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), el Pentágono y el Departamento de Estado, precisamente los órganos donde el sucesor de Tillerson, Pompeo, se mueve como pez en el agua.
El misterioso thriller de la trama rusa está planeando actualmente sobre Gran Bretaña, con la reciente acusación de presunto envenenamiento con gases neurotóxicos del ex coronel de los servicios de espionaje ruso, Serguéi Skripel, exiliado en Londres. Inmediatamente aparecieron los símiles comparativos del caso Skripel con el del ex agente ruso Aleksandr Litvinenko, otro también exiliado en Londres y quien fuera envenenado con polonio en 2006.
También planea en el ambiente la misteriosa muerte en Londres, también acaecida este martes 13, del disidente ruso Nikolai Glushkov, un cercano al fallecido ex oligarca Boris Berezovski, un conocido enemigo político de Putin.
El caso Skripel está provocando una crisis bilateral entre Londres y Moscú cuyas repercusiones también llegan a Washington. Esta semana, el propio Putin instó a los británicos a “aclararse” sobre las investigaciones del caso Skripel antes de iniciar conversaciones directas con el Kremlin.
En medio de esta controversia, quien parece haberse aclarado es precisamente Trump con la destitución de Tillerson y su sustitución por un “halcón” como Pompeo. Con esta decisión, Trump no quiere verse salpicado en posibles conjeturas sobre la presunta trama rusa y sus implicaciones para la Casa Blanca, y más en un 2018 estratégicamente electoral con el “mid-term” a la vista. Tillerson era precisamente esa evidencia de conexión con el Kremlin que Trump quiere alejar de la Casa Blanca.
El hombre de Trump
A sus 54 años, Mike Pompeo impulsa su meteórica carrera política bajo la administración Trump, pasando de la dirección de la CIA a la secretaría de Estado. Será ahora el encargado de dirigir la diplomacia estadounidense en un momento clave para la presidencia de Trump.
La sintonía de Pompeo con Trump venía manifestándose en los últimos tiempos, un factor que igualmente influyó en la fulminante defenestración de Tillerson. Su proveniencia del Tea Party así como su graduación en la prestigiosa academia militar de West Point también fueron bien vistas dentro del “trumpismo”. Sus anteriores ataques a la ex candidata demócrata y también ex secretaria de Estado Hillary Clinton catapultaron a Pompeo al redil del círculo estrecho de Trump.
Pompeo mantiene una línea dura en aspectos clave para la seguridad estadounidense como el programa nuclear iraní. Esta perspectiva aumenta la sintonía con Trump en un momento en que Washington busca simultáneamente acosar y aislar a Irán dentro del contexto geopolítico de Oriente Próximo, toda vez se anuncia una posible reapertura de negociaciones con Corea del Norte por su programa nuclear.
El caso norcoreano es sensible, una vez Trump declarara la semana pasada su intención de reunirse personalmente con el igualmente controvertido líder de Corea del Norte, Kim Jong-un. A Pompeo le tocará ser el maestro de ceremonias de este encuentro tan inédito como incierto.
En materia atlantista, Pompeo fortalecerá el poder de Washington dentro de la OTAN, lo cual creará divergencias en las relaciones con la Unión Europea. También es crítico con la política exterior de Putin, aspecto que muy seguramente enfriará y alejará aún más las relaciones de la administración Trump con el Kremlin, particularmente en casos específicos como el conflicto del Donbass en el Este ucraniano y la expansión de la OTAN en la periferia rusa ex soviética.
En materia de lucha antiterrorista, Pompeo también ha defendido los polémicos instrumentos punitivos y coercitivos contra presuntos terroristas, en particular la práctica del “waterboarding” (ahogamientos) durante los interrogatorios. Trump siempre ha visto con buenos ojos esta práctica.
Pompeo también ha defendido medidas de vigilancia masiva de ciudadanos y hogares estadounidenses para garantizar la seguridad nacional, otra visión del agrado de Trump.
La confirmación del giro radical de Trump con la destitución de Tillerson y la asunción de Pompeo se observará también con la nueva directora de la CIA, Gina Haspel, quien pasará a la historia por ser la primera mujer en dirigir la Agencia Central de Inteligencia estadounidense.
Haspel también tiene un polémico currículum que le acerca al sector más radical de los “halcones” y al círculo estrecho de Trump. Ha justificado la tortura y la “guerra sucia” en la lucha antiterrorista, como lo evidenció con interrogatorios punitivos contra sospechosos en las tristemente célebres “cárceles de la CIA” en Tailandia, incluso destruyendo pruebas que confirmaran estas prácticas.
Venezuela y Cuba
En materia hemisférica, Pompeo tendrá algunos retos inmediatos. La política antiinmigración de Trump será el principal tema a tratar con un México que en julio va a elecciones presidenciales, con la perspectiva de victoria del izquierdista Andrés Manuel López Obrador, un duro detractor de las políticas de Trump.
Precisamente, este martes 13, Trump se refirió a los inmigrantes como “escaladores profesionales” durante una visita al polémico muro fronterizo con México, una declaración que justificaba de inmediato la construcción del mismo y la aplicación de las políticas antiinmigración.
Pero son la crisis venezolana y la transición post-castrista en Cuba los temas hemisféricos que Pompeo deberá asumir inmediatamente en su estreno como secretario de Estado. La reciente declaración de la ACNUR de considerar a los emigrantes venezolanos como refugiados así como de la ONU y varias ONGs de que en Venezuela se vive una “crisis humanitaria” son aspectos que certifican la magnitud hemisférica de la crisis venezolana.
Con la cumbre de las Américas de la OEA pautada para abril en Lima, Pompeo buscará el marco hemisférico de apoyo para atacar con más ahínco al gobierno de Nicolás Maduro, pulsando un mayor aislamiento y sanciones contra funcionarios de este gobierno como medida persuasiva para un eventual cambio de régimen en Caracas.
Como director de la CIA, Pompeo ya ha declarado con anterioridad su preocupación sobre Venezuela, al considerar que “allí están los rusos, los chinos, los cubanos y milicias del Hizbulah libanés”. Esto coloca a Venezuela en un epicentro de atención preocupante para Washington, precisamente por observar la presunta influencia de Moscú, Beijing, Teherán y de otros actores antiestadounidenses dentro del gobierno de Maduro.
Con el consenso de la mayor parte de países miembros de la OEA así como del denominado Grupo de Lima, Washington desconoce y considera como ilegítimas las elecciones presidenciales y posiblemente legislativas pautadas por Maduro para finales de mayo. Pompeo profundizará en este aspecto una vez asuma como nuevo secretario de Estado.
Del mismo modo, la crisis venezolana es observada como directamente proporcional a la política de Washington con respecto a Cuba. Pompeo afianzará el enfriamiento entre Washington y La Habana con Trump en la Casa Blanca, desmontando la efímera apertura de su antecesor Obama.
No obstante, ambos observarán con atención la evolución de la transición post-castrista pautada a partir del próximo 19 de abril, con la presumible asunción del actual vicepresidente Miguel Díaz Canel como sucesor de Raúl Castro. La sintonía dialéctica e ideológica entre Trump y Pompeo es clara, tal y como se ha observado en sus respectivas declaraciones contra los “fracasados regímenes socialistas e izquierdistas” de Cuba y Venezuela.
En febrero pasado, durante su gira latinoamericana, Tillerson pareció sentar las bases para un mayor aislamiento hacia Caracas y La Habana, incluso dejando entrever la posibilidad de una “intervención militar” hemisférica en Venezuela consensuada desde Washington. Con un “halcón” como sucesor en el puesto de secretario de Estado, está por ver si Pompeo finalmente avanzará en esta dirección.