Mateo Manaure a sus 84 años.
A los Manaure-Lizana los conocí en los ochenta durante una fiesta en la casa del sindicalista adeco Manuel Peñalver. Después coincidimos en otros ágapes, siempre en casas de adecos. Con el tiempo nos hicimos muy amigos, y nos frecuentábamos en nuestras casas. Hasta el sol de hoy, a María Luisa Manaure la cuento entre mis mejores amigas.
Después que la pareja se divorció nos distanciamos. María Luisa se fue un tiempo a Santiago de Chile, de donde es oriunda, y a Mateo me lo reportaban en cocteles acompañado por bellas muchachas.
Mateo en su taller de la selva ejecutando una de sus composiciones de la serie «Ofrenda a mi raza».
Después supe por Héctor Iguini, dueño de la galería y marquetería Dimaca, amigo entrañable de Mateo hasta el fin de sus días, que el maestro había superado la separación de María Luisa y ahora estaba saliendo con Cora Álvarez, una señora jubilada de la CANTV, que frecuentaba el ambiente de los artistas plásticos. Cora es la mujer que acompañó a Mateo en sus últimos días, estuvo al pie de su lecho en la Clínica Ávila acariciándole la cabeza mientras el sacerdote realizaba el ritual de la Unción de los Enfermos para preparar al moribundo en su encuentro con Dios. Cora y Mateo se casaron el 31 de mayo de 2016.
Cora Alvarez, la mujer que cuidó los últimos años del maestro, en el entierro de Manaure. En esta etapa Mateo hizo el mural de la Avenida Libertador, por encargo del chavismo -según dicen, a un costo de $6 millones-, repitiendo dos de sus obras, por encargo del mismo régimen.
Cuando supe que Mateo había muerto, a la primera persona que llamé fue a María Luisa Manaure para darle el pésame. María Luisa y Mateo, aunque divorciados, mantuvieron un vínculo indisoluble que se mantendrá más allá de la muerte, aunque a muchos no les guste. No ha habido persona con quien no haya comentado la desaparición física del genial maestro venezolano, que no mencione a María Luisa Manaure. Sería mezquino no hacerlo. Mateo adoró a esa mujer, María Luisa fue su musa, la compañera de Bora-Bora, la que estuvo a su lado en los momentos que inspiraron las grandiosas series Suelos de mi Tierra, Mirar América, Orinoquia, Ofrenda a mi raza. Y no lo digo yo porque soy su amiga, lo dicen las cartas de amor de Mateo a María Luisa, los dibujos, las pinturas, los guaches, en los que quedaron plasmados el amor que ella inspiró en el artista, recuerdos que iré publicando por entregas.
María Luisa en «Ofrenda a mi raza»
Las mujeres son importantes en la vida de un artista en la medida en que influyen en su obra. A los historiadores del arte poco interesa cuál de ellas lo amó más ni cuál fue más dedicada y digna.
En el caso del mujerero de Picasso (Fernande Olivier, Olga Khoklova, Dora Marr, María Teresa Walter, Jacqueline Roque, Francoise Gilot, Eva Gouel y Genevieve Laporte, entre otras), las mencionadas imprimieron su huella en la obra del genial artista malagueño. Es por eso que se las recuerda, por la influencia espiritual que ejercieron en el proceso creativo del artista y que quedará plasmada como la fuerza espiritual inherente en toda obra de arte.
Picasso necesitaba amar para crear.
Manaure también, digo yo, después de leer esas arrebatadoras cartas -todos los hombres enamorados dicen lo mismo…
«Ofrenda a mi raza», María Luisa flotando en los caños del Orinoco sobre una palma de coco.
Mateo conoce a María Luisa
«A Mateo lo conocí en una reunión en la casa de una amiga, eso fue en 1978. Estuvimos conversando, pero no hubo intercambio de números telefónicos, obvio, no existían celulares ni correos electrónicos como ahora».
Quien habla es María Luisa Lizana, mejor conocida como María Luisa Manaure, la segunda de las tres esposas del pintor Mateo Manaure, recién fallecido en Caracas, a los 92 años.
Pero Mateo quedó picado por la atractiva muchacha, así que indagó entre los conocidos para dar con ella. Y un día se presentó en su casa sin anunciarse.
«Me iba dando un patatús cuando abrí la puerta y lo encontré parado ahí, sonriente. Me llevó de regalo una moneda de oro con la imagen del Cacique Manaure. Después me llevó a conocer su apartamento, en Las Palmas. Recuerdo que cuando entré a su apartamento me quedé sorprendida por la cantidad de lienzos y pinturas, pinceles, cartones, vidrios, aceites, cuadros y toda clase de bártulos de pintura, regados por todas partes», relata María Luisa.
«¿Y esto?, le pregunté. Entonces me dijo que era pintor. Nos seguimos viendo, cada vez con mayor frecuencia hasta que un día me fui a vivir con él».
¿Ya estaba divorciado?, le pregunto.
«Estaba en trámites de divorcio de su primera esposa, la española María Arilla, la madre de sus cuatro hijos: Mateo, José, Iván y María Isabel. Nosotros nos casamos en 1980, convivimos hasta los 90. Diez años casados, 16 como pareja», me responde María Luisa.
Mateo y María Luisa se fueron a vivir a la ribera del Uracoa, donde el maestro había hecho construir una churuata habitacional y el Taller de Arte en la selva, al que bautizó con el nombre indígena Bora-Bora. El Taller de Arte era blanco por fuera y blanco por dentro, estaba dividido en tres ambientes: una sala-taller, un estar y una sala para la biblioteca.
«Fueron los años más felices de mi vida. Viajábamos mucho en lancha, íbamos a comprar el queso en canoa. Una noche, recuerdo, la canoa se nos quedó trabada y tuvimos que quedarnos a dormir en la choza de unos indios. Nosotros teníamos un garcero frente al ventanal de nuestra habitación, nos despertábamos a las cinco de la mañana con la algarabía de miles de garzas, y ese espectáculo era maravilloso porque las garzas comenzaban a recogerse a las seis de la tarde, el crepúsculo era único en aquella selva, armonizado por el ruido de las aves nocturnas que gritaban la llegada de la noche. Era ensordecedor. Teníamos tucanes, más de cien patos, gallinas, gallos, una corocora, dos perros…también teníamos dos monos: Jhony y otro que no recuerdo cómo se llamaba. ¡Ah, y el gabán! Negro, la mascota más querida de Mateo, tanto así que lo dejó plasmado en una obra de la serie Ofrenda a mi Raza. Mateo le daba de comer maiz y de beber en sus manos. Todo era muy lindo», recuerda María Luisa.
Los años felices de la pareja, María Luisa y Mateo en la churuata de Uracoa. Una de las etapas de mayor inspiración para el maestro.
¿Cómo era el proceso creativo de Mateo en Bora Bora, a qué horas pintaba?
«El taller estaba frente a la churuata. A mí me daba miedo cuando Mateo salía a pintar porque había muchas culebras y me parecía que lo podían picar.
Mateo no tenía un horario fijo para pintar, pero pintaba todos los días. Comenzaba una obra hoy y la remataba a la mañana siguiente. También pintaba mucho de noche. Me sentaba al lado de él cuando pintaba».
En la churuata-taller, Uracoa.
– ¿Quiénes los visitaban?
«Recuerdo al Doctor César Supini, que era escritor; el gobernador Guillermo Call, quien una vez nos invitó a recorrer los caños; Manuel Peñalver también nos visitaba; el doctor Camilo Guevara fue nuestro huésped. No recuerdo la visita de otros artistas, por lo menos mientras yo estuve allí. Después Mateo se fue a vivir para Uracoa, el pueblo donde nació en 1926″.
María Luisa posa con una baba.
– ¿Conociste a la madre de Mateo?
«No, ella ya estaba muerta cuando nos conocimos. Pero él la adoraba. Era una mujer muy humilde, madre soltera, vendía dulcitos, y después cuando Mateo se la llevó a vivir a Caracas, se instaló en el Barrio La Silsa. No se de dónde sacaron eso de que la pobre señora era dueña de una cadena de hoteles en Venezuela. Recuerdo una vez que estábamos en el chinchorro y un pajarito vino y se le paró a Mateo. Él lo agarró, lo acarició, y le dijo: Tu eres mamá. Entonces yo fui corriendo a buscar una caja, le abrí unos huequitos y metimos dentro el pajarito. Más tarde, cuando fuimos a buscarlo, el pajarito no estaba, entonces Mateo dijo: Era mamá».
- ¿Cuándo fue la última vez que lo viste?
- «En el 2012. Vino a visitarme. Mi madre estuvo presente, y almorzamos juntos. Mateo estaba repetitivo, contaba el mismo cuento de la hija cada quince minutos (adoraba a la hija), y mi mamá lo comentó: A Mateo le están pegando los años».
- ¿Por qué se divorciaron?
- «El amor nunca dejó de estar presente entre nosotros, problemas difíciles de explicar… Son las sorpresas del arte».
Un chapuzón de la musa en las aguas verdinegras del Río Uracoa.
Su última obra de carácter monumental Uracoa – considerado el mural más grande del mundo-, está en la emblemática Avenida Libertador de Caracas, una reproducción horizontal de dos obras del mismo artista, una obra del régimen con un costo reportado de $6 millones.
Si bien a Mateo siempre se le consideró un hombre de izquierdas, pero con grandes admiradores en el partido Acción Democrática –Jaime Lusinchi le rindió un homenaje cuando el Consejo Municipal lo nombró hijo ilustre de Uracoa-, en la última etapa de su vida estuvo estrechamente ligado al chavismo, y esta habría sido la razón de la poca afluencia de amigos en sus funerales.