Rafael Poleo: Por qué Trump no fue a Lima

Cuando el presidente de los Estados Unidos tomó la abrupta decisión de no asistir a la cumbre de presidentes americanos en Lima, la primera reacción de los analistas fue atribuirla a una reacción de su carácter («trump») debido a una supuesta fobia suya frente a Latinoamérica. Este cronista experimentó ese mismo impulso facilista, pero un segundo y hasta un tercer análisis hacen  ver con mayor claridad la situación. Análisis estos -el primero, el segundo, el tercero y cualquier otro- que deben hacerse en función del interés que el mundo occidental tiene  en una pronta solución civilizada para la tragedia venezolana.

Recordemos que Trump es una imprecisa palabra inglesa que sugiere empuje, pugnacidad si es necesaria. Pues… Trump no es tan trump como parece. El actual presidente de los Estados Unidos la adoptó cuando, como es corriente en este país de inmigrantes variopintos, substituyó el inexpresivo apellido alemán de su padre por otro  adecuado a su trabajo como experto en mercadeo, inicialmente de inmuebles. Fue el comienzo de una calculada tarea de convertir su nombre en un producto sinónimo de energía exitosa, trabajo que incluyó heterodoxias como la de ser el primer hombre, quizás el único, que ha aparecido en una portada de la revista «Playboy». Cosas así hay que hacer para llegar a presidente del país más poderoso del planeta.

La técnica del vendedor de inmuebles resultó cruelmente eficaz en el mercado político, cuya clave no es tener la razón sino tocar las teclas emocionales de una mayoría cuyo mayor esfuerzo intelectual se emplea en el conocimiento del deporte profesional. Aconsejado por el éxito de su método «trump» en los mercados inmobiliario y electoral, Trump ha seguido aplicándolo en la política nacional e internacional. Es aquí donde ha «trompezado» con intereses que tratan de abreviarle el período con una ferocidad nunca antes vista en la tormentosa Historia de los Estados Unidos.

Consecuente con su promesa electoral a la baja clase media que le dio el voto, Trump está tratando de traer de vuelta los empleos que Nixon, malaconsejado por Kissinger, entregó a los países maquiladores primero e industrializados después, sobre todo México y China. De allí su agresividad frente a México y la amenaza de cambiar la amistad con China por una asociación con Rusia, propuestas inaceptables para la red de intereses naturalmente consolidada en torno a esas amistades. El estilo estrepitoso propio de las intimidaciones ha creado la impresión de que Trump odia a los latinos, pero hay claros indicios de que ese odio es una táctica de negociación y un modo de mostrar a sus electores de cuello azul que él está haciendo lo posible por reducir el flujo de competidores en el mercado de trabajo y de mercancías que pudieran producirse en Estados Unidos.

En esa atmósfera, es normal que cuando el personaje decide no ir a Lima la decisión -abrupta cual suelen ser las suyas- se atribuya a un desdén por América Latina. En esta interpretación, la corriente en los medios, interviene en primer lugar la intención, compartida por demócratas y republicanos, de mermar el apoyo a Trump entre la cada vez más poderosa masa electoral latina en Estados Unidos. Pero Trump no puede ser desdeñoso con Venezuela. Se lo impide algo que nadie quiere mencionar porque se lo considera nadar en aguas profundas: los intereses de Exxon Mobil -como decir de Estados Unidos- en la cuenca esequiba. Este factor que nadie se atreve a mencionar porque hacerlo podría molestar a la corporación más poderosa de un planeta gobernado por las corporaciones poderosas, determina de manera absoluta la conducta de Estados Unidos frente al Caso Venezuela, como debe saberlo cualquiera que sepa por donde le entra el agua al coco.

Aquí debo precisar que he sido amigo o enemigo íntimo de todos los presidentes venezolanos de mi tiempo, quienes una vez fueron comparables con los estadounidenses, a veces con ventaja intelectual -lo cual es otro tema. Ser amigo íntimo fue verlos sufrir, para consolarlos, y ser enemigo íntimo también, para darles el golpe de gracia cuando estuvieran deprimidos.

El de Donald Trump es un caso dramático desde el punto de vista humano. La campaña que se hace contra él, independientemente de las razones que la justifiquen, es la más despiadada que hemos visto quienes observamos el escenario mundial desde que tenemos uso de razón política -o sea, desde niños.

A los periodistas que se han formado trabajando conmigo les he recomendado seguir con atención la salud de su fuente, sobre todo en el cruel oficio político, donde cada año vale dos, y tres si se está en el inhumano ejercicio del poder. En los últimos días, Donald Trump muestra en su rostro y su gestualidad el efecto de los proyectiles dirigidos a su vida personal, donde está su mayor vulnerabilidad de narcisista -característica propia y natural en políticos y actores-. Quien haya visto llorar a presidentes comprenderá lo que digo.

Por lo demás, el vice-presidente Pence sabe más que Trump del problema venezolano y sus posibles soluciones. Menos extrovertido, sin espectacularidad declarativa, su eficacia es bien conocida en los más altos niveles. No perderá tiempo frente a las cámaras. Lo empleará acelerando una solución que debe producirse antes de que la Corte Internacional de La Haya dicte su fallo sobre el diferendo esequibo pendiente entre Guyana y Venezuela. Cosa de semanas, hemos sabido.

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