*La destrucción de la moneda nacional ha sumergido a la mayoría de los venezolanos en la pobreza. Dado el nivel vigente del salario mínimo integral, la astronómica inflación y el disparo de la tasa de cambio, el venezolano promedio vive con menos de un centavo de dólar al día, por lo que alimentarse se ha convertido en un lujo cada vez más inaccesible.
El lento y largo deterioro del bolsillo de los venezolanos y su soporte, el bolívar, comenzó hace más de 30 años. En el almanaque histórico de la economía venezolana quedó marcado en rojo el 18 de febrero de 1983, fecha en la cual nuestra moneda experimentó una gran devaluación, la primera de una serie interminable de brutales desvalorizaciones frente al dólar estadounidense. Ese día es recordado como el viernes negro, el cual marcó un antes y un después en la historia del país.
Antes de ese hito, el bolívar llegó a ser considerado una divisa estable y fuerte por más de medio siglo, y los venezolanos disfrutaron de un alto poder adquisitivo. De hecho, en la segunda década del siglo XX, durante la dictadura de Gómez, la paridad cambiaria era de 1 Bolívar por Dólar; en 1929 aumentó a 3,19 y entre 1941 y 1983, el tipo de cambio se movió entre 3,35 Bs/US$ y 4,30 Bs/US$, según estadísticas del BCV.
Algunos van más allá y han afirmado que el Bolívar fue la moneda más fuerte del planeta entre 1953 y 1957, una leyenda que circula por internet sin mucho fundamento para los entendidos. Pero la solidez de nuestra moneda también quedó reflejada en la década de los años 60, cuando en una película hollywoodense del mítico personaje James Bond, el agente secreto 007, se llegó a mencionar y a equiparar al bolívar con el franco suizo como moneda refugio.
Lo cierto es que tanto en Venezuela como en los mercados financieros internacionales, la fortaleza del Bolívar fue incuestionable por más de 30 años, una posición apoyada en las sólidas bases de un Banco Central autónomo que cumplía a cabalidad con su función de proteger y darle fuerza al Bolívar, además de una inflación muy baja, un manejo saludable de las finanzas públicas, una deuda externa mínima y sólidas reservas en oro.
El maquillaje
Hoy la historia es otra. El Bolívar feneció hace rato, pero aún sigue insepulto. El régimen de Nicolás Maduro intenta maquillar el entuerto macroeconómico, derivado en hiperinflación, quitándole tres ceros a la moneda, y renombrándola como Bolívar Soberano, en la que sería la segunda reconversión monetaria en una década.
El nuevo cono monetario entrará en vigencia en junio próximo, y tendrá monedas de 0,5 céntimos y 1 bolívar, así como billetes de 2, 5, 10, 20, 50, 100, 200 y 500 bolívares.
El objetivo de esta medida es simplificar las transacciones, así como los sistemas de cómputos y registros contables, pero no ataca el problema de fondo como es detener la explosiva expansión de la base monetaria, que se utiliza para financiar el gasto público; entre ellos la nómina y los incrementos de sueldos de los trabajadores de la administración pública, así como los bonos “millonarios” del carnet de la patria. Y precisamente, es esa maquinita de crear dinero sin respaldo una de las fuentes que alimenta la hiperinflación.
La reconversión monetaria es una medida típica en economías inflacionarias o hiperinflacionarias, como en el caso de la Alemania de la posguerra en 1948, y de países en América Latina como Brasil, Bolivia o Argentina en diversos momentos durante varias décadas del siglo pasado.
Un pésimo manejo de la política monetaria y cambiaria del Banco Central de Venezuela y una administración inepta e irresponsable de las finanzas del Estado durante varios lustros, terminaron por socavar y destruir el bolsillo de los venezolanos.
La devoradora
Nadie se salva de los efectos de la hiperinflación que devora en horas cualquier ingreso. Solo entre octubre de 2017 y marzo de 2018, la inflación se disparó a niveles nunca vistos en el país con tasas mensuales que variaron entre 45 y 90 por ciento.
¡Y hay más! El Fondo Monetario Internacional (FMI) estima que los precios seguirán ascendiendo como un cohete, pronosticando una astronómica inflación de un millón 811 mil por ciento durante los próximos 24 meses. Si se cumplen estas previsiones, la hiperinflación venezolana será la más grave del mundo, y solo se situaría por detrás de Zimbabwe, donde la subida de precios llegó a ser de 500 mil millones por ciento en el 2008.
Frente a estos vaticinios, el presidente de la Comisión Permanente de Finanzas y Desarrollo Económico de la Asamblea Nacional, diputado Rafael Guzmán, anunció recientemente que la tasa de inflación de marzo se ubicó en 68 por ciento; mientras que la inflación acumulada en lo que va del año se situó en 453 por ciento y el acumulado desde marzo 2017 a marzo 2018 rondó la barrera de 9.000 por ciento.
Para compensar la pérdida del poder adquisitivo, el gobierno ha decretado 9 incrementos del salario básico desde enero 2017 hasta la presente fecha, los cuales no han podido ni siquiera pellizcar al Goliat inflacionario.
“Nuestra moneda no vale nada, es simple papelillo. La plata no me alcanza, mi sueldo de un mes apenas me da para comprar un kilo de queso blanco duro”, sentenció María Gabriela Pérez, secretaria de un colegio privado de Caracas.
Pedro Palma, economista, profesor emérito del IESA y director de la firma Ecoanalítica, también ha alertado sobre los efectos negativos que ocasionan las alzas salariales sin la aplicación de las medidas correctas.
“Los aumentos compulsivos de salarios estimulan la inflación, la quiebra de empresas y el aumento del desempleo. Siempre los precios aumentan más intensamente que los ingresos, por lo que la gente se empobrece”, apuntó a través de su cuenta en Twitter.
Muertos de hambre
El venezolano promedio trabaja prácticamente por nada. El salario mínimo más cesta ticket apenas le alcanza para alimentarse durante 4 días al mes; sólo para comer, porque los demás rubros como salud, educación, vivienda, transporte, vestido, calzado y recreación son lujos inalcanzables.
Ni hablar de comprar un simple teléfono celular, una computadora, una nevera, o lavadora, ni mucho menos un carro o casa. Un celular básico puede costar más de 50 millones de bolívares, por lo que un trabajador con ingreso mínimo tendría que romperse el lomo cerca de 4 años para comprarse uno.
El salario mínimo integral se sitúa actualmente en 1 millón 307 mil 646 bolívares, equivalentes a menos de 22 dólares, según la única tasa oficial de cambio en la que un dólar estadounidense costaba 59 mil 500 bolívares el 17 de abril pasado. Pero si se calcula a las tasas del paralelo, el real marcador de los precios en el país, el ingreso baja a menos de 2 dólares mensuales.
Vivir con menos de un centavo de dólar por día posiciona a los venezolanos en un nivel de pobreza extrema, según los indicadores de organismos como el Banco Mundial. Y aunque este es un punto discutible, dadas las condiciones reales en el ámbito social y económico del país, es un alerta que se abre ante nuestros ojos cuando vemos a gente en las calles de cualquier ciudad hurgando en la basura de restaurantes y mercados para poder comer.
Es algo común ver esto en la urbanización Las Mercedes en Caracas, lugar donde algunas pandillas “se pelean a diario para obtener la mejor porción de los desperdicios de los restaurantes y automercados de la zona”, aseveró Luis Echeverría, residente en ese reconocido sector caraqueño.
Esta catástrofe social y económica es corroborada por los niveles que ha venido trepando la Canasta Alimentaria Familiar. Al cierre de marzo, según cifras del Cendas-FVM, esta cesta subió a 52 millones de bolívares, unos 94 dólares.
Así las cosas, se requieren cerca de 40 salarios mínimos integrales (Bsf. 1.307.646) para poder adquirir la canasta alimentaria básica. Es decir, se necesitan un millón 733 mil bolívares diarios para cubrir la alimentación de una familia de cinco miembros; esto sin considerar que la Canasta Básica Familiar, que incluye los gastos de vivienda, salud, educación, transporte y vestimenta, además de alimentación, se ubicó en torno a los 75,5 millones de bolívares a fines de marzo.
La clase media no escapa a este descalabro económico. Los profesionales “bien” pagados devengan un promedio de 10 millones de bolívares, menos de 16 dólares mensuales, cifra con la cual no logran cubrir sus necesidades básicas.
Sólo los “cortesanos” del régimen, los enchufados y la élite militar, que disfrutan de las dádivas del poder, son los menos afectados por la crisis. Luego, las clases alta y media alta, comerciantes y empresarios, logran sortearla gracias a sus ahorros y patrimonios blindados en divisas.
Este es el caso de Luis Enrique Zuloaga, ingeniero y pequeño comerciante, que hace uso de sus ahorros en dólares para “aguantar la pela cuando se presenta algún gasto grande, como reparar un carro”.
En tanto, la clase media profesional, que vive de su trabajo, sufre los rigores de vivir en la pobreza pero en casas y apartamentos confortables ubicados en las mejores urbanizaciones de las principales ciudades del país.
Como Carolina Gutiérrez, maestra de escuela, que elabora dulces y tortas durante su tiempo libre para completar su ingreso mensual: “Es un emprendimiento familiar. Con este tigre producimos mucho más que con nuestros trabajos formales, que no abandonamos porque confiamos en que las cosas van a cambiar pronto para bien”.
Pero hay un nuevo sector que emerge dentro de la misma sociedad venezolana y que logra sortear con éxito el alza de los precios, gracias a las remesas en divisas que reciben de la diáspora criolla que se esparce por el mundo.
Carmen Centritto, ama de casa y jubilada, tiene a sus 3 hijos viviendo en el exterior desde hace unos meses. Recibe unos 200 dólares mensuales, cantidad que le permite cubrir todas sus necesidades y las de su esposo; “porque con nuestras pensiones del seguro social nos morimos de hambre”, aseveró.
Y por último, están los pobres de las zonas populares y barriadas que reciben una ayuda social y económica muy insuficiente por parte del gobierno, últimamente a través de la caja de alimentos subsidiados CLAP y de bonificaciones en dinero, previo enrolamiento con el carnet de la patria.
Receta económica
En un reciente comunicado firmado por más de 100 economistas, la Academia Nacional de Ciencias Económicas (ANCE), exhortó al Gobierno Nacional a reemplazar su actual política financiera y económica, la cual ha “producido un empobrecimiento acelerado de la población”.
La ANCE reclamó que se ha producido una caída de más de un tercio en el ingreso por habitante, el colapso de las inversiones y una hiperinflación desatada por los elevados y reiterados déficits públicos, financiados con emisión de dinero sin respaldo por parte del BCV.
Ante este panorama, “la ANCE lamenta tener que señalar que las condiciones de vida del venezolano van a empeorar todavía más de no adoptarse cuanto antes medidas que abaten la hiperinflación, unifiquen el tipo de cambio y liberen al aparato productivo de los controles que hoy lo asfixian. Es menester negociar un financiamiento externo con organismos multilaterales para reestructurar provechosamente la deuda externa, estabilizar y liberar el tipo de cambio y proveerles los recursos con los cuales sanear las cuentas públicas. Tales condiciones son imperativas para mejorar el abastecimiento interno con producción doméstica, generar empleos productivos cada vez mejor remunerados y revertir la caída en los niveles de consumo de la población. A la par, permitirán reducir nuestra vulnerabilidad externa. Asimismo, facilitarán el rescate de la industria petrolera y atraerán inversiones generadoras de capacidad exportadora y de efectos multiplicadores sobre el resto de la economía”.
Un país de pobres
En los estudios y estadísticas sociales se distingue entre pobreza y pobreza extrema (también llamada miseria o indigencia), definiéndose la pobreza extrema como aquella situación en la que una persona no puede acceder a la canasta básica de alimentos (CBA) que le permita consumir una cantidad mínima de calorías por día, y pobreza como aquella situación en la que una persona no puede acceder a una canasta básica de bienes y servicios más amplia (CBT), que incluye, además de los alimentos, rubros como los servicios públicos, la salud, la educación, la vivienda o la vestimenta. El Banco Mundial ha cuantificado ambas líneas, estableciendo desde octubre de 2015, la línea de pobreza extrema (indigencia) en 1,90 dólares norteamericanos por día y la línea de pobreza en 3,10 dólares diarios.