El aislamiento internacional del régimen de Nicolás Maduro es casi total. Poco a poco, nada queda del brillo internacional de Hugo Chávez. Con una chequera llena de petrodólares y un don innato para la actuación, el fallecido ex presidente tenía al mundo en el bolsillo. Pero ese capital fue dilapidado por el actual régimen de Caracas en un santiamén. En Sudamérica le queda solo Bolivia. Ecuador, bajo la conducción de Lenin Moreno, ha abandonado el barco de Socialismo del Siglo XXI que capitaneaba Rafael Correa. Quito todavía se mantiene entre dos aguas, pero la posición que más sorprende es la de Uruguay.
A pesar de ser gobernado por el Frente Amplio perteneciente al Foro de Sao Paulo, no se puede decir que desde Montevideo le hayan dado un espaldarazo al madurismo. De hecho, la relación de Tabaré Vázquez nunca fue buena ni siquiera con Chávez. Sin embargo, desde el sur tampoco han tomado una posición intransigente en cuanto a los desmanes dictatoriales de Maduro. Por ejemplo, los uruguayos se niegan a formar parte del Grupo de Lima, el conjunto de 14 países de la región que se han unido para enfrentar la dictadura venezolana. El gobierno de Vázquez también rechazó que no se invitara a la Cumbre de Las Américas a Maduro.
La razón de esa ambigüedad a la hora de enfrentar al madurismo puede estar en la composición del Frente Amplio, posición con la cual está de acuerdo el analista político uruguayo Nicolás Albertoni, con quien conversamos en Zeta para este tema. En la coalición de partidos hacen vida ideologías como el comunismo, el socialismo y el marxismo, pero también el liberalismo y la democracia cristiana. El presidente Vázquez es considerado un socialdemócrata, por lo que está en el centro de la agrupación. Para impulsar algunos de sus proyectos en el parlamento, debe ceder ante la izquierda radical con la cual convive.
«Los radicales tienen mucho peso. Saben que todo esto se puede traducir en poder para decidir sobre nuevas leyes en el parlamento, por lo que han tomado mucho peso. No hay consenso porque los radicales, aunque pocos, saben que pueden tener fuerza en el parlamento», señala Albertoni.
Almagro, la excepción
La lucha por restituir la democracia en Venezuela tiene mucho que agradecerle a Luis Almagro, el secretario general de la OEA que antes fue el canciller del gobierno del uruguayo Pepe Mujica. Cuando se le compara con la figura tibia de José Miguel Insulza, su antecesor en el organismo regional, Almagro gana mucho más peso y seguramente será un secretario general gratamente recordado.
Almagro es un diplomático que hizo carrera dentro de las filas socialdemócratas del Frente Amplio. Tuvo una relación muy cercana con Mujica, que de socialista no tiene nada. No solo quienes se ocupan de los pobres son los socialistas.
«Fue durante su gestión que se instaló la trazabilidad del ganado y que el Estado adquirió más tierras para repartir entre pequeños productores a través del Instituto de Colonización. Vender más carne uruguaya en el exterior fue una de sus obsesiones. Para eso, recurrió a un funcionario de la Cancillería que había trabajado en destinos tan distintos como Alemania e Irán. Su nombre: Luis Almagro. Fue tanta la sintonía que después, como presidente, lo puso a dirigir el Ministerio de Relaciones Exteriores», escriben los periodistas uruguayos Andrés Danza y Ernesto Tulbovitz en «una oveja negra al poder: Pepe Mujica, la política de la gente».
La relación entre Almagro y Mujica no podía ser más cercana. Sin embargo, en junio de 2016 parece haberse terminado, al menos por parte del ex presidente. «Sabes que siempre te apoyé y promoví. Sabes, que tácitamente respaldé tu candidatura para la OEA. Lamento que los hechos reiteradamente me demuestren que estaba equivocado (…) Lamento el rumbo por el que enfilaste y lo sé irreversible, por eso ahora formalmente te digo adiós y me despido», escribió Mujica en una carta pública que parece de un padre a su hijo.
«Ese alejamiento que ha tenido Mujica con Almagro es como cuando un hijo falla. En este caso, le falló al Frente Amplio, pero para muchos uruguayos está siendo un honor tener a Almagro en la OEA no solo por darle nuevamente ímpetu a la OEA sino por oponerse radicalmente a un gobierno en Venezuela que no va con los valores democráticos», considera Albertoni.
«Mujica no se ha metido mucho en la crisis venezolana», dice el analista político. Al menos, no desde que Maduro rechazó su mediación en el 2014. Luego, con el recrudecimiento de la crisis en Venezuela tras la anulación en la práctica de la Asamblea Nacional por parte del régimen de Maduro, Mujica ha desestimado mediar con la excusa de tener el plato lleno con el acuerdo de paz entre Colombia y las FARC.
«A Almagro se lo comió el personaje. Creo que en un puesto de esa naturaleza hay que tratar de ser puente de unión y no parte”, aseguró Mujica en declaraciones al medio local Telenoche, en plena efervescencia de las protestas en Venezuela que dejaron 157 muertos. A Mujica no le falta razón. Es una crítica que le hacen en voz baja a Almagro. Muchas la piensan, pocos o nadie se atreven a decirlo en público.
En la política venezolana le censuran a Almagro haberse entregado al proyecto de corte radical de María Corina Machado, la dirigente conservadora de la derecha venezolana. Haberse alineado en esa tendencia le impide a Almagro buscar un acuerdo que desatornille del poder a Maduro y puede haberle costado los votos necesarios en la OEA para impulsar la Carta Democrática.
En el Frente Amplio uruguayo es normal que no reconozcan a este Almagro, el canciller de un gobierno pragmático que mantenía buenas relaciones tanto con Estados Unidos como con la Venezuela de Chávez o la Cuba de Fidel Castro. Sean las razones que sean del alejamiento de Almagro con sus correligionarios en su país natal, estas se pueden extrapolar a la falta de apoyo determinado de Montevideo a la oposición venezolana. ¿Servirá esa posición tan intermedia para convertirse en un árbitro eficaz para un madurismo que solo busca el salvoconducto?