La tragedia de Venezuela, una desgracia merecida por la irresponsabilidad

Venezuelan President Hugo Chavez (L) speaks alongside his Minister of Foreign Affairs, Nicolas Maduro, after a meeting with the president of Russian oil company Rosneft, Igor Sechin (our of frame) at the presidential palace in Caracas on September 27, 2012. AFP PHOTO/JUAN BARRETO (Photo credit should read JUAN BARRETO/AFP/GettyImages)

La irresponsabilidad conque los venezolanos, especialmente los estratos superiores, hemos tomado la responsabilidad de crear un país, nos ha reducido a la condición de un destartalado campamento minero cuyos habitantes huyen hacia naciones cuyos habitantes sí se ocuparon de lo suyo.

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A escribir artículos de prensa en los grandes diarios empecé cuando tenía veinte años. Fue en la página de opinión de aquella «Últimas Noticias» de Miguel Ángel Capriles, nada que ver con la basura actual. Allí estaban izquierdistas como José Vicente Rangel y derechistas como Luis Herrera Campins… y dos veces por semana un carajito que todavía no sé por qué los periodistas emblemáticos -Yanes, Antillano y gente así- consideraban que tenía algo que decir. De entonces a acá, nunca he adulado a mis lectores, que sin embargo siguen siéndolo. Rafael Ángel Segura, pionero empresario de la radio barquisimetana que hacía leer mis péndulos en los programas juveniles de sus emisoras, me lo decía de esta manera: «No sé por qué a ti hay gente que te quiere, porque tú le dices la verdad y eso a la gente no le gusta».

Si fue así, más ha de serlo ya en la edad de la indiferencia filosófica -no crean eso de la indiferencia senil: lo que pasa es que uno aprende a valorar situaciones. Si les duele, no me lean. Sigan mirando el fútbol. Por mí, «una vida es igual a otra vida», como enseñó Camus en «El Extranjero». De manera que sin mucho énfasis, para que lo tomen o lo dejen, con la ligereza de una conversación dominical, voy a decirles que esta mixtura de oclocracia, cleptocracia y basura ideológica que estamos padeciendo en varios países de América Latina la tenemos absolutamente merecida. Dicho sea por si hay alguna posibilidad de que aprendamos a pensar con seriedad y a votar con responsabilidad, sin amor y sin odio.

La ola de autócratas ignorantes que azota la región no es un fenómeno natural, sino el resultado de la irresponsabilidad de sus habitantes, los pueblos de América Latina, que adoran a brujos y charlatanes. Los de arriba y los de abajo, más los de arriba que los de abajo, porque a los de abajo la lucha por la subsistencia no les deja mucho tiempo para pensar, sobre todo si se lo llenan con la basura que la radio y la televisión venezolanas ha estado trasmitiendo en las últimas décadas.

Los de arriba mucho más que los de abajo, digo. La clase «alta» venezolana hace mucho abandonó sus responsabilidades. Ha adulado a todos los dictadores que han asomado el hocico sin excluir a Chávez. Pérez Jiménez y el mismo Chávez se sacudían a nuestros sedicentes empresarios. Los botaban por la puerta y ellos se les metían por la ventana. (Digo sedicentes porque ellos mismos dicen serlo sin que lo sean realmente. Poco emprenden nuestros empresarios. Son más bien hombres de negocios, por no decir buscadores de créditos públicos que no piensan pagar y traficantes de contratos que obtienen corrompiendo a los gobernantes para revenderlos a los ejecutores extranjeros).

Por ese comportamiento vil de sus estratos superiores Venezuela es todavía un destartalado campamento minero mientras Colombia es una nación para donde los venezolanos se van en busca de una vida medianamente digna. Desplazados en busca de una patria donde vivir y morir, algo que los venezolanos perdimos por la suprema irresponsabilidad de haber votado en 1998 por un predicador delirante que tenía la cabeza llena de toda la basura ideológica excretada por la izquierda cretina para que se nutriera del estiércol que iba dejando la irresponsabilidad de la derecha económica.

Todo esto es fácilmente sustentable por quien transitó las entrañas de la Venezuela post-perejimenista. Quizás valga la pena insistir en el tema. Un día que no sea domingo, que es para mirar deportes, nuevo opio de los pueblos.

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