Antonio Ecarri Angola, presidente de la Fundación Arturo Uslar Pietri, plantea abrir la industria petrolera venezolana, dominada por el Estado, a la empresa privada. Sin eso, asegura, no se podrá recuperar la producción de crudo en Venezuela.
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Cuando el negocio familiar entra en crisis, todos tenemos que involucrarnos. La industria petrolera está corriendo el riesgo de dejar de ser el foco estratégico de la energía mundial y Venezuela se queda atrás. Nos toma esta época crucial con nuestra estatal petrolera destartalada y devastada, con la producción padeciendo una caída histórica. Es decir, nuestro riesgo es doble.
Las profundas discusiones, debates y decisiones que se dieron en el Siglo XX hoy estamos obligados a revisarlas con profundidad, serenidad y reflexión. Muchas naciones socias de Venezuela en el negocio petrolero lo están haciendo, logrando sobrellevar la crisis mundial y el impacto sobre sus economías.
El rol del Estado sobre el petróleo está de nuevo en discusión y revisión. México, la nación latinoamericana primogénita en las nacionalizaciones de la industria, ya dio el primer paso. La caída drástica de su producción en la histórica reserva de Cantarell, hizo que un compañero de partido del nacionalizador Lázaro Cárdenas, diera un viraje en la conducción de la política petrolera mexicana. Hoy, Enrique Peña Nieto acelera la tercera ronda de licitaciones para que la nación azteca recupere niveles de producción, diversificando hacia hidrocarburos no convencionales como gas y aceite shale. Aramco, la más grande petrolera del mundo, propiedad de la realeza saudita, con una capacidad de producción de más de 11 millones de barriles diarios de petróleo, ha dado un paso innovador, poniendo el 5% de sus acciones a disposición de los mercados financieros, generando toda una revalorización de sus activos y de la propia empresa.
¿Qué hacemos con Venezuela?, ¿qué hacemos con nuestro petróleo? Lo primero es no caer presos de la excusa de incapaces para darse por vencidos: la desesperación y el pesimismo. Lo que sí debemos es dejar los complejos del pasado. No podemos seguir como parásitos de una renta que llega a su fin y cuya mentalidad nos ha transformado en un nación empobrecida y sumida en una crisis humanitaria.
El primer objetivo es rescatar la producción petrolera. El Estado no podrá hacerlo por sí sólo, menos en medio de la destrucción económica e institucional que hoy padece. Por ello, debemos generar las condiciones jurídicas necesarias para lograr que las transnacionales regresen al país e inviertan su capital en rescatar nuestra industria.
La presencia de una nueva legislación que promueva inversiones en el sector, con presencia de convenios de estabilidad jurídica y tributaria que permitan mantener condiciones invariables y blindadas a los cambios políticos, debe ser parte de esa meta. Por supuesto, iniciando con nuevas formas de convenios operativos y declarar zonas estratégicas de inversión, generando condiciones estables.
Los propios cubanos han dado un viraje con la zona especial del Puerto de Mariel, donde las condiciones de inversión están absolutamente garantizadas. En el caso nuestro, crear nuevos bloques de producción y explotación, que se puedan licitar en el mercado internacional es una ruta confiable.
Lo más delicado son las actuales condiciones de los activos de la industria petrolera. ¿Qué hacemos con las refinerías destartaladas y descuartizadas por la revolución? Pues comenzar a comercializarla sin ningún complejo. Se necesitan más de 10.000 millones de dólares para poder reparar y actualizar cada una de ellas. ¿De dónde vamos a sacar los recursos para revitalizarlas? Es una soberana idiotez pretender quedarnos con esas instalaciones como un museo ruinoso y olvidado. Abrir la petrolera estatal a la empresa privada es la ruta.
Hace pocos días, la refinería más grande de los EEUU, Port Arthur, fue adquirida por Aramco y, con ello, no se comprometió la soberanía americana. Son negocios puros y simples y no símbolos patrios, así hay que verlos.
Ahora bien, ¿qué hacer con los fondos que se puedan obtener de los procesos de la apertura a la empresa privada? ¡EDUCAR! Es la gran oportunidad, y quizás la última, de generar -como diría Uslar- la Venezuela post petrolera, con una economía libre y diversificada con un Estado que viva del trabajo de su sociedad y no al revés, esa fórmula de dependencia trágica que ha generado estas absurdas formas de totalitarismo en pleno Siglo XXI.
Esos fondos provenientes de la apertura petrolera a la empresa privada y la revitalización de esta industria deben ser para la creación de un fondo especial de transformación a fondo del sistema educativo venezolano, que permita no sólo construcción de escuelas y liceos sino que genere que la nueva política social del Estado esté centrada en la formación para el trabajo, en perfecta alineación con los objetivos de desarrollo de Venezuela. Si el objetivo es crear una sólida industria tecnológica venezolana, lista para ser competitiva frente a los complejos retos del Siglo XXI, la educación debe estar centrada en eso, en crear innovación y creatividad. Por ejemplo, debemos traer a Venezuela -como lo hicieron naciones del Sudeste asiático- a los mejores docentes del mundo para entrenar a los nuestros y generar el mejor sistema educativo de América.
Estamos frente a la última oportunidad de zafarnos del Estado populista y hambreador. Debemos considerar, como diría Uslar, «que el dinero proveniente de nuestra participación en esa industria es como si proviniera de un empréstito sin intereses y sin plazo, que debe ser repuesto en aumento de la producción industrial del país«. Utilicemos al máximo estos últimos recursos en hacer entrar, de una vez por todas, a Venezuela en el siglo XXI. Esa es la meta, hacia allá vamos.