El juego del escondite

Por.- ALBERTO D. PRIETO

Me dijo una vez mi padre que nunca tratase de ser mejor que nadie, que me limitara a ser mi mejor versión en cada ocasión. Lo dijo sentado en el sofá, mirándome por encima de los crucigramas que rellenaba con calma por las tardes los fines de semana. Supongo que lo sigue haciendo, lo de los crucigramas digo. Porque aunque ahora, claro, lo veo menos que cuando vivía en casa, cada semana suelo ir a desayunar con mis viejos y él es cada vez más papá y, cuando toca, también más padre.

Durante un tiempo pensé que ése podría ser un buen epitafio para mi tumba. Después decidí que me gustaría no tenerla, sino que me enterraran bajo una semilla de naranjo en medio del campo. Para que mis niñas no me lleven nunca flores, sino que arranquen unos frutos y se beban un buen zumo. Más tarde, supe que eso está prohibidísimo, así que buceando por internet me encontré con que ahora, una vez incinerado, con tus restos bien prensados, se puede un disco como los de vinilo, e imprimirle las canciones que quieras. Desde entonces, acumulo una lista en spotify con mis preferidas. Van 427, habrá que hacer una criba, ¿no?

Pero no se me ocurre mejor modo de dejar mi mejor versión, incluso en la eternidad. (Les dejo aquí el enlace a la lista, por si tienen curiosidad.)

Pensaba en todo esto esta mañana mientras paseaba por plaza de España y escuchaba en la radio las fiestas que algunos le están haciendo a lo de la supuesta disolución de ETA, como si hubiese motivo de celebración por que unos canallas digan que dejan de serlo. ¿Acaso han reflexionado y han optado por mejorar la versión de sí mismos? No parece, pues la que tienen de los hechos sigue siendo la misma. Dicen las mismas sandeces que decían cuando sí mataban personas, extorsionaban a la sociedad y secuestraban nuestras esperanzas.

En aquellos mismos años adolescentes, y sentado ante el volante del coche recién aparcado debajo de casa, mi hermano me dijo otra frase: que la única persona con la que viviría siempre es conmigo mismo, así que debía cuidar del Alberto del futuro.

Podrían parecer contradictorias ambas enseñanzas. La de mi viejo generosa, y egoísta la de mi hermano, pero yo sé que no. Con mis fracasos, las vivo cada día.

Mientras jugaba su macabro escondite de más de 50 años, ETA ha obligado a los deudos de 864 asesinados a cuidarse porque efectivamente iban a vivir más solos de aquí a la eternidad. Y a que, dado que todos podíamos ser el siguiente eliminado en el juego —en la oscuridad de un garaje de hipermercado, detrás de un furgón de policía o bajo una casa cuartel de guardias civiles—, mejor tratar de que nos pillara la dinamita en la mejor versión posible de cada uno.

He pasado a otra reflexión —que los etarras en sí ya ocupan poco rato en mis pensamientos— y me he preguntado por qué no logro creerme el discurso de todos los presuntos bienintencionados, por qué no soy “generoso” y “paso página”, ahora que parece acabar definitivamente la plasta asesina que nos han dado los terroristas. ¿No sería eso pensar en el futuro y cuidarme a mí mismo, incluso en lo moral?

También me he preguntado qué es lo que me solivianta de que ETA no haya cambiado de fines tras renunciar a sus macabros métodos, si se me llena la boca de que en democracia uno puede defender las ideas que quiera —incluso la abolición del sistema— mientras lo haga cumpliendo las normas de ese mismo marco legal. ¿Dejar de matar, extorsionar y secuestrar no es empezar a caminar hacia una mejor versión de quienes antes empuñaban las armas?

Y al ver la foto de los han ido a rendirse ante el supuesto epitafio de ETA he encontrado la razón de mis desazones, de por qué este happening me resulta falso, oportunista y tramposo: este viernes, eran altos representantes del Partido Nacionalista Vasco y de Podemos los que han acompañado a los herederos políticos de los señores del pasamontañas blanco y la txapela negra en el acto montado en Cambo (sur de Francia), además de supuestos mediadores y pretendidos facilitadores.

No han mediado con nadie, ni facilitado nada esos palmeros. Porque ni hubo guerra ni se ha firmado la paz. Aparte, los burgueses del PNV y la izquierda radical de Pablo Iglesias no tienen ningún proyecto común, no irían juntos ni a la vuelta de la esquina salvo para acabar con el adversario común que comparten: esta España. Y, ante una sociedad desmadejada por los efectos de una crisis brutal que ya dura una década, aplican la facilona —y manipuladora— cantinela de echar todos los problemas al mismo saco simplón: España es un error, acabemos con esta versión de país.

Así que los que han ido a dar las gracias a los terroristas por que dejen de serlo están demostrando que, ahora que ya no es a muerte, sí comparten el juego. Y aprovechando el ruido de la noticia, que los alimenta. Lo que a mí no me vale es jugar al escondite detrás del fin de ETA —o de cualquier otra noble causa— para legitimar la mentira de que todo está mal y viene de un mismo pecado original: la democracia constitucional versión 1978. No me gustan muchas cosas de mi país, pero la solución no es abolirlo, sino buscar mejorarlo cada día. Por todos mis compañeros y —como decía mi hermano Pablo— por mí el primero.

Alberto D. Prieto es Corresponsal Internacional de OKDIARIO

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