Por Eddo Polesel
Debemos asumir nuestra responsabilidad y trabajar activamente para convencer a otros de que se unan para detener a este gobierno destructivo.
La hiperinflación acaba con todos hasta con las “mejores” dictaduras y también con las más eficientes democracias. Con relación a la situación de Venezuela, a casi veinte años del régimen castrochavista, el cuadro no puede ser más crítico. En efecto, la economía (tanto la realidad como las perspectivas) indican que vamos a estar mucho peor, ya que se estima que la inflación alcanzará para 2018 el 13.000 por ciento. El Banco Central de Venezuela continuará aplicando a ciegas las directrices del régimen, emitiendo dinero sin respaldo para financiar el déficit fiscal causado por una nómina en la administración pública, en los institutos autónomos y en las empresas del Estado (todas deficitarias) que se estima superior a los tres millones de empleados sin trabajo.
El empleo en el sector privado por las nefastas decisiones del régimen de decretar aumentos lineales de sueldos y salarios sin tomar en cuenta que las actividades van en picada, se suma a la competencia desleal de los bachaqueros que actúan al margen de la ley porque el Estado ha dejado de ejercer su autoridad. Por el efecto pernicioso de la hiperinflación, que ha destruido el poder adquisitivo de la población haciendo estragos en los sectores de menores recursos. Por el efecto doblemente pernicioso sobre las pensiones y las prestaciones sociales de los trabajadores que son sus ahorros, así como con las reservas de las empresas para las actualización de los equipos productivos, son igualmente destruidas por la hiperinflación, todo lo cual causa un empobrecimiento general del país y la fuga de cerebros está demostrando que no se vislumbra un futuro promisor en Venezuela.
La población, especialmente la que habita en los barrios marginales, sobrevive bajo el azote de los atracadores y con el riego perder, en cualquier momento, la vida especialmente cuando regresa a su residencia. Los pobladores de las urbanizaciones viven encerrados con rejas en las ventanas y puertas, con protección externa también mediante enrejados o con muros y los que están obligados a movilizarse con el metro o con otro medio de transporte corren riegos de ser atracados al igual a los que ahora se ven obligado a montarse en camiones estacas permaneciendo de pie como ganado. Mientras eso ocurre a la vista, los jerarcas que nos desgobiernan hacen oídos sordos y la vista gorda, negando la triste realidad lanzando proyectos, misiones y operativos que como las anteriores promesas no cumplirán. Cuadro que ha afectado gravemente el entero cuerpo social de la nación fracturándolo por los cuatro costados.
Ha llegado la hora de plantearnos en serio, porque las afectaciones son profundas y desgarradoras, que debemos hacer algo más actuando y asumiendo la responsabilidad y los riesgos (porque no hay almuerzo gratis) y convencer a otros que se unan al esfuerzo para detener este destructivo proceso y reemprender el camino del cual nos han desviado. Debemos recapacitar y empezar a rectificar criterios llamando las cosas por su nombre, especialmente en cuanto al tan sonado término “revolución”, ya que su real significado es “destrucción” mientras que todo avance es evolución, que es por lo que debemos abogar.