Por Carlos Canache Mata
Ante el fraude del 20 de mayo debe crearse un frente nacional con todos los sectores del país para instaurar nuevamente la democracia.
El 20 de mayo la dictadura cayó en indigencia electoral. La imponente ausencia de votantes en las urnas fue la manera escogida para pedirle que se vayan a los que han tomado el poder como botín. En vez de estar liando sus bártulos, los gobernantes que desde hace casi 20 años azotan a Venezuela cierran la vía electoral y apuestan a la fuerza para seguir enterrando la democracia.
Fraudes ha habido en la historia electoral de Venezuela, pero la farsa que se montó el 20 de mayo fue grotesca y de gran tronío. Contaron, para eso, con un CNE que con su juego de manos abulta los sufragios del oficialismo y hace desaparecer condiciones para una competencia transparente. Quedaron atrás, para el mal recuerdo, los artilugios y trampas con que el famoso técnico electoral Franco Quijano ayudó a los gobiernos postgomecistas. En extraño conjuro, la magia comicial ha vuelto, y los votos no se cuentan, se adjudican.
Se negó la consulta de la voluntad popular, y en su lugar se prefirió protagonizar lo que ha sido un bochorno. Un bochorno nacional, que fue presenciado por la Fuerza Armada, y un bochorno internacional que nos cerca con su alarma. Más allá de nuestras fronteras, las miradas se dirigen a la tragedia de la democracia escarnecida, en la que se trituran las normas de la Constitución; se apaga la libertad; se institucionaliza una especie de apartheid que excluye de algunos servicios del Estado a quienes no tienen el llamado carnet de la patria; se cierran medios de comunicación y agoniza la libertad de expresión; se somete la economía a la camisa de fuerza de unos controles irracionales y a un estado de excepción, vigente desde el 14 de enero de 2016, que podía durar sesenta días y solo prorrogable por una vez y aprobado por la Asamblea Nacional (artículos 338 y 339 de la Constitución).
Quien ocupa el Palacio Presidencial de Miraflores incurre, a veces, en lo que se conoce como un doble discurso, llamando al diálogo o amenazando. Cuando llama al diálogo (o libera al estadounidense Joshua Holt y su esposa venezolana) para desviar la atención del escándalo provocado por la estafa del 20 de mayo, se equivoca al proponer que la oposición democrática acepte tal diálogo que, en la situación actual, sería una humillación. Cuando amenaza, lo hace a gritos y con el adobo de groserías impublicables.
Seguir luchando es la tarea planteada a los venezolanos. Hay que impedir el entierro definitivo de la democracia. Hay que salvar una economía que se hunde en una depresión de cinco años consecutivos y una hiperinflación que la ahoga. Hay que propiciar el cambio para que el éxodo masivo de venezolanos no desangre más al país. Hay que pasar de la abstención electoral a la acción en las calles.
La dictadura pretende continuar en el poder entrando por la puerta de servicio del fraude del 20 de mayo. Está desahuciada. Su minoridad intelectual y ética es de antología. Un gran frente nacional con todos los sectores (político, empresarial, sindical, gremial, académico, universitario, religiosos, etc.,) y el acoso internacional harán repicar campanas anunciando el regreso de la democracia que había sido secuestrada.
Parafraseando a Churchill, estamos un poco más allá del principio del fin.