Por Pedro José García Sánchez
Publicado en el Huffingtonpost
Traducido al español por Zeta.
*En un análisis hinchado de lecciones a futuro, el profesor Pedro José García Sánchez, de la “Université Paris Nanterre” en Francia, desmonta pieza por pieza la preparación, ejecución y consecuencias del plan madurista en las elecciones del 20M.
Hay imágenes que hablan más que los supuestos resultados anunciados a la salida de las urnas en Venezuela[1]. La cámara avanza con Nicolás Maduro saliendo de su centro de votación. Se le ve saludando a sus partidarios, golpeando el puño en la palma de la otra mano en un gesto institucionalizado por Chávez para avivar la muchedumbre y simbolizar el método bolivariano. Pero, Maduro gesticula delante de un patio donde aparte de sus guardaespaldas y su comitiva, el público parece estar ausente. ¿Se trata de un montaje para quitarle credibilidad? Perplejidad e incomprensión surgen cuando encuentro el video original en la cuenta twitter del presidente de Venezuela. Al verlo de nuevo, un público situado a lo lejos, detrás de una cerca enrejada se vuelve perceptible. El ruido de fondo con ritmo de tambores, llena el vacío cercano y ayuda a disimular que Maduro da media vuelta sin acercarse a pueblo alguno.
¿Será que teme volver a lo que le aconteció en diversos mítines de la campaña, cuando de cerca le lanzaron hasta piedras? Mostrarse sin exponerse, tirar la parada delante de una muchedumbre inexistente, contratar electores como unos extras (de cine) detrás de una reja, son acciones que evidencian los resultados de las elecciones presidenciales antes de que estos fuesen proclamados. Cuando, en vez del público, Maduro deja ver el personal de su “anillo de seguridad” cubano, siempre presente y famoso por “invulnerable”, estamos ante algo màs que un indicio. El cuentagotas totalitario que opera en Venezuela no podía paralizarse después de los hold-up electorales en la Asamblea Constituyente,, las municipales y las regionales del 2017. Era necesario empujar el clavo todavía más: Para continuar a enarbolar la perpetuidad como horizonte, el chavismo está dispuesto, como siempre, a ir cada vez más lejos. Delcy ya lo había anunciado desde la Constituyente: “Nunca más entregaremos el poder político”. Estamos en el corazón de la formidable y paradójica trampa “democrática” del modelo bolivariano: Mientras más perfecciona y moderniza el sistema electoral, más éste se hace opaco. Cada elección en Venezuela es la oportunidad de mostrar como un tecnicismo tramposo es perfeccionado gracias a la eficaz organización bolivariana: si en las regionales la táctica del “ratón loco”[2], importada de la Nicaragua de Ortega estampó su sello en los resultados, esta vez el honor ha sido para los “puntos rojos” (que el daltonismo cínico de Diosdado edulcora llamandolos “tricolor”). Fueron ellos el punto culminante de la maquinaria electoral automatizada para estructurar un control estricto de la fidelidad de los votantes. La coacción ejercida por el Carnet de la Patria” (el gobierno se jacta de haber asignado individualmente ya más de 16 millones) transforma el control socio-político en práctica cotidiana. Su código QR conjuga las informaciones personales y la militancia (política) con la posibilidad o no, de beneficiar de alimentos, medicinas o de otros programas sociales. De esa manera, la espontaneidad ciudadana y el sentido democrático son eliminados del acto de votar.
Al rechazar los resultados, el candidato Henri Falcón denunció igualmente el “bono sorpresa” de 10 millones de bolívares prometidos a los votantes poseedores de esa tarjeta. Se les invitaba a cobrarlos en los 12 mil “puntos rojos” instalados, que representan 87% de los centros de votación en todo el país. Tal y como ocurre desde que el chavismo gobierna, estas denuncias ante las instancias arbitrales y de justicia , no lograrán tener ningún efecto práctico. Puede entenderse entonces el consecuente andamiaje histórico que mantiene en el poder durante 60 años al gobierno cubano, 40 en Nicaragua y 20 en Venezuela, lo que revela como las salidas de las crisis siempre han obrado a favor de los gobiernos, siendo cada vez eliminada la alternancia.
En la senda de sus antecesoras cubana y nicaraguense, la revolución chavista casi siempre se adelantó estratégicamente a sus opositores y a los terceros actores. Al imponer unilateralmente las condiciones que regirán las libertades públicas (incluyendo la elegibilidad de los opositores, los calendarios electorales, la escogencia de árbitros y testigos internacionales), los socios del Foro de Sao Paulo marcan la ruta polarizante de la actualidad política y de los escenarios a mediano y largo plazo para Venezuela. Lo cual demuestra, por cierto, la incapacidad de organismos como UNASUR, el CELAC o el CARICOM – para sólo citar a algunos –, a enfrentar las crisis políticas regionales. Quizás es hora de cuestionar su utilidad pública.
Cuando por un tris y con una victoria contestada, Maduro pasó a ser presidente de Venezuela en 2013, me pareció esencial reflexionar sobre lo qué significaba “ganar” para el chavismo gubernamental. Y las respuestas asustan. Con este nuevo “triunfo” de Maduro, ¿será que la paz social, la tranquilidad pública y el diálogo político con la oposición volverán a ocupar un lugar importante en la agenda común de los próximos meses? No. ¿Habrá menos escasez de alimentos básicos y medicinas? Sólo para algunos privilegiados entre los chavistas que siguen mostrando su “fidelidad revolucionaria”. ¿Es que después de estas elecciones se abrirá un período en el que la esperanza de mejorar la calidad de vida, el regreso de la diaspora que se fue, la creencia en la accion pública y la confianza colectiva reencontrarán soportes esenciales? Para nada. Así es como se abren las compuertas de la resignación social, de la desesperación democrática, y aparecen entonces las peores hipótesis.
Sin embargo, la acción destructora del bolivarianismo es fragilizada allí donde el derecho no es letra muerta. Incrementar el “cordón sanitario” tendido por los Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea (y esperemos pronto el Grupo de Lima) ante los responsables del gobierno venezolano, su entorno y sus empresas financiadas por el dinero público venezolano, sigue siendo una apreciable herramienta de acción común. Otras iniciativas incrementarían esta ofensiva judicial – el reconocimiento internacional del Tribunal Supremo de Justicia venezolano obligado a exiliarse en 2017, la instrumentación de demandas ante tribunales extranjeros y cortes penales internacionales, el congelamiento de bienes de los implicados y autorizar su utilización para cubrir la urgencia humanitaria y migratoria[3]. Cada recurso ante la justicia internacional es un “Golpe del derecho” infligido a un gobierno acostumbrado a no rendir cuentas, sino a sus soportes imperiales.
La gobernabilidad bolivariana instrumenta la conspiración permanente y la integra al funcionamiento ordinario del aparato del Estado. El llamado “personal” de Federica Mogherini, jefa de la diplomacia europea, para que Cuba participe como mediadora en la crisis venezolana, es inquietante y contradictoria. Teniendo ya el ancla puesta en los asuntos públicos, militares y privados venezolanos, ¿cómo poner a un zamuro a cuidar carne? En cambio, las pretensiones de ubicuidad de la “Celestina de los Imperios” no podrían ser más y mejor satisfechas.
Hasta dónde llegará la crisis sin fin en este país en ruinas, donde los efectos de una devastación son omnipresentes sin que haya habido una guerra? Las economías carcomidas por tráficos y lavado de dinero, los Estados-Nación incomodados por un «Gangsterstaat» y el éxodo sin precedentes de millones de venezolanos que ilustra sin contestación posible la urgencia humanitaria, redefinen las fronteras de esta crisis. La Venezuela de hoy representa un verdadero reto a la civilización, y no solo a la política. En ese país estrategico situado al Norte de América del Sur, los valores humanitarios y democráticos de Occidente están más comprometidos que nunca.