Por Francisco Poleo
MADRID.- Las elecciones presidenciales colombianas del pasado 27 de mayo nos dejaron un sabor de boca agridulce, como el propio gobierno saliente, el de Juan Manuel Santos. El todavía presidente deja resultados económicos dispares. Pueden alabarlo o despreciarlo según el punto de vista que se tome. Internacionalmente, Colombia es respetada como uno de los países líderes en la región gracias a su estabilidad en un vecindario que no se caracteriza precisamente por eso. En el conflicto que más aqueja a Sudamérica, el del cáncer madurista, Bogotá es primera voz. Para remate de cuentas, pocos días ante de las elecciones, Colombia fue admitida dentro de la OCDE y la OTAN, entrando en la élite occidental tanto económica como militar.
Sin embargo, el gobierno de Santos no es uno para juzgarlo ahora. Deberán pasar unos años para que su legado sea analizado, porque nada de lo relatado anteriormente importa tanto como el proceso de paz con las FARC. La actual administración acabó con más de medio siglo de guerra civil y, para ello, tuvo que dar un volantazo brutal. Santos fue el ministro de la Defensa de un gobierno tan belicista como el de Álvaro Uribe y llegó a arrinconar a la guerrilla a punta de plomo. Eso lo catapultó al Palacio de Nariño donde, sin embargo, decidió darle la patada histórica al uribismo y entabló negociaciones con la mermada insurgencia.
Cierto es que logró un acuerdo de paz, pero no es menos cierto que lo logró por los caminos verdes. El pueblo le dijo no a la paz propuesta por Santos en un referéndum, pero el presidente decidió imponerla vía el Congreso. En su historial quedará que se saltó la voluntad popular. ¿Por el bien común? Eso queda a criterio de cada quien, y medio país piensa que la paz sí, pero no así. No sin justicia, no sin reparaciones a las víctimas acordes con los sufrimientos recibidos, no permitiéndoles a los ahora mansos terroristas que se queden con el dinero amasado gracias al narcotráfico y a la extorsión.
La sombra castrochavista
El líder de las FARC, alias Timochenko, intentó presentarse a las elecciones presidenciales. Intentó, porque terminó retirándose. Se excusó en su estado de salud y en la falta de seguridad para hacer campaña, cuando la verdad es que los números no le daban. Ante eso, la izquierda más radical, la del Foro de Sao Paulo, quedó representada en otro ex guerrillero, Gustavo Petro, un amigo hasta ayer del madurismo venezolano, del que ahora trata de alejarse. Esa nueva actitud de quien hasta hace dos años visitaba Caracas y se burlaba de quienes denuncian la crisis humanitaria en Venezuela recuerda a Hugo Chávez negando a Fidel Castro en 1998.
Un candidato así, de la izquierda más radical, solo podía enfrentarse a uno igual, pero del otro espectro. No cabe duda que el ex presidente Uribe ha aglutinado en torno a su figura a lo más conservador de la sociedad colombiana, que es decir bastante. Dolido por la traición de Santos, el antioqueño empezó su campaña hace bastantes años, por lo que más bien sorprende que su candidato, Iván Duque, no haya logrado conseguir sino el 39,1% de los votos en la primera ronda. Si poco más del 50% del país rechazó hace poco el acuerdo con las FARC, que básicamente era un plebiscito entre Santos y Uribe, ¿a dónde se fueron esos votos?
Esos votos se fueron a la socialdemocracia. Sergio Fajardo sacó el 23,7% de los votos, Germán Vargas Lleras el 7,3% y Humberto De La Calle el 2,1%. La suma de los tres da el 33,1%, ocho puntos por encima de Petro (25,1%) y a seis puntos de Duque. La sombra castrocomunista, que arropa a las FARC, estaría liquidada si César Gaviria y Santos hubieran tenido la grandeza de haber forjado una unión de sus candidatos -De La Calle y Vargas, respectivamente- con Fajardo, quien hubiera logrado captar en la segunda vuelta los votos más racionales del liquidado Petro para terminar conquistando el Palacio de Nariño.
Ahora, los colombianos se deben unir en una sola voz que acompañe a Duque a derrotar al Foro de Sao Paulo que, tras arrasar con tierras tan fértiles como Argentina o Venezuela, va ahora por Colombia. El problema del candidato uribista está en que polarizó demasiado en su campaña y huele demasiado a conservadurismo, algo que le dificultará el voto más urbano. En Bogotá, por ejemplo, ganó Fajardo, Petro quedó de segundo y de tercero llegó Duque. Sin embargo, el fantasma de las FARC y del castrochavismo deben ser suficientes para evitar la catástrofe que reviviría a un proyecto agonizante