Por Rafael Simón Jiménez
Con Maduro en el poder se profundizará la crisis económica, social, política e institucional, que será de impredecibles desenlaces.
Las cifras electorales del pasado 20 de mayo arrojan resultados contradictorios, cuya lectura e interpretación solo puede ser posible de explicar a partir de la división y fraccionamiento del voto opositor. El gobierno obtiene un número de sufragios que revela la erosión de sus apoyos políticos, sociales y electorales, y su situación de extrema debilidad, solo compensada por una estrategia perversa que permitió que con el veinticinco por ciento de la población electoral, pudiera prevalecer por encima de sus adversarios que en su conjunto reunían el triple de los potenciales sufragantes.
Los votos obtenidos por el gobierno terminaron no excediendo una cuarta parte de los inscritos en el Registro Electoral, como de antemano lo preveían todas las encuestas y sondeos de opinión, que hablaban del repudio y la desafección de tres de cada cuatro venezolanos, y de una inmensa voluntad de cambio, lamentablemente tasajeada y diluida por una estrategia del oficialismo, que en primer lugar dividió esa mayoría en su contra entre quienes estaban decididos a votar y quienes se resistían a hacerlo, y para garantizar aún más resultados favorables, fabricaron una candidatura aparentemente contraria al régimen, que fraccionara la votación opositora restándole toda posibilidad de compactarse en una sola opción que capitalizara el voto a favor del cambio.
Toda esa alquimia perversa que convierte minorías políticas en pírricas mayorías electorales, a fuerza de dividir a sus oponentes, logra el objetivo de garantizar la permanencia de Nicolás Maduro en el poder; pero al costo de poner en evidencia su extrema debilidad, y de comprometer la estabilidad y gobernabilidad inmediata al carecer de los recursos y posibilidades, para aliviar al menos la insoportable situación que viven los venezolanos, todo lo cual apunta a la profundización de una crisis económica, social, política e institucional de impredecibles desenlaces.
La oposición al régimen, nominalmente de abrumadora mayoría, no tiene una situación más reconfortante. La profunda división gestada en el dilema de votar o no votar, no puede ser resuelta con una vuelta de página, porque la reconstrucción de la unidad tan necesaria para viabilizar la transición, tiene que ser sometida a un proceso de reformulación y reingeniería que aborde desde definiciones estratégicas como la de reafirmar o desestimar el camino democrático, electoral, constitucional y pacífico, que ha sido tantas veces proclamado y reafirmado por la MUD, y en su defecto formular una nueva ruta y una nueva forma de lucha de cara a los ciudadanos.
De igual forma la reconstrucción de la Unidad, entendida como movimiento amplio y sin exclusiones, y no como coto cerrado de minorías partidistas o de protagonismos personales, requiere nuevos escenarios y la incorporación de nuevas fuerzas y actores políticos, capaces de trascender la frustración, las desilusiones y el cuestionamiento que tantos y tan seguidos errores políticos han generado en la base de apoyo opositora, transmitiendo con nitidez la idea de que esa nueva unidad privilegia los intereses de Venezuela por encima de ambiciones personales o grupales, y que está en condiciones de liderizar el proceso de transición que con urgencia reclama Venezuela.
Los resultados electorales del pasado domingo 20 de mayo, lejos de aportar salidas y soluciones a la tragedia en que transcurre la vida de los ciudadanos, complicó la gravedad de la crisis, y lo incierto e impredecible del futuro inmediato de Venezuela.