Por Ramón Guillermo Aveledo
Al desnudo la vulnerabilidad de Venezuela. La retórica de soberanía, seguridad agroalimentaria, desarrollo endógeno se volvió humo.
Era mentira. Se proclamó la muerte del rentismo pero era mentira. Nos volvíamos más dependientes que nunca de la renta petrolera y primero los precios del crudo fueron bajando de la altura en la cual se mantuvieron varios años, cuando generaban los ingresos más fabulosos de nuestra historia, luego empezamos a importar combustibles y después la producción se ha venido abajo en caída libre. “PDVSA es de todos” decía la consigna repetida ad nauseam por la propaganda, pero en realidad PDVSA era de todo: importadora y vendedora de alimentos, fabricante de casas, empleadora por encima de su capacidad, caja chica, lo que usted quiera y, sobre todo, el lugar hacia donde conducían o desde donde salían todos los caminos de la corrupción. El millón de millones de dólares recibidos se volvió sal y agua por cuenta del despilfarro, el desorden, la deuda creciente y la corrupción…
El sector económico privado del campo y la ciudad, de la agricultura y la cría, la industria y el comercio fueron atacados de palabra y obra, se abusó de él legal e ilegalmente. Así como se devaluó el bolívar, se han devaluado el derecho de propiedad, la iniciativa y el esfuerzo, tanto el de los empresarios cuyo empeño cada vez retribuye menos como el de los trabajadores, a quienes la dificultad les empieza con el amanecer, porque la crisis del transporte y la falta de efectivo les complica llegar al trabajo, donde recibirán una paga que por más que aumente, cada día compra menos.
Con las importaciones el gobierno taparía los huecos mientras las empresas socialistas empezaran a producir, pero estas son un fracaso casi sin excepciones y siempre sin atenuantes. Hasta han logrado que escaseen el cemento y las cabillas en los que éramos autosuficientes e incluso exportadores. Ahora, ni producción privada, ni producción estatizada ni importaciones.
La escasez de todo es el síntoma de nuestra vulnerabilidad. Falta comida y medicinas. Faltan repuestos para automóviles y cauchos. Faltan insumos industriales y repuestos para maquinaria, para cocinas y neveras, lavadoras y secadoras. Faltan insumos médicos para hospitales y clínicas, radio patrullas para la policía, camiones compactadores para recoger la basura, hasta papel y toner para las copias en un tribunal, un registro o una notaría.
Todo falta porque producimos menos o no producimos y acabaron con las divisas. El país queda expuesto en su vulnerabilidad y la gente indefensa. La gente, el pueblo, porque el grupito que se apropió del Estado y sus compinches enchufados no tienen esos problemas. Están resueltos. Viven en su burbuja dorada. Es el obsceno contraste entre la ínfima minoría que goza la fiesta revolucionaria y la inmensa mayoría que aguanta este empobrecimiento colectivo y radical.
Esa es la realidad doliente de un país que sufre y clama cambio.