Erdogan se encamina hacia el poder absoluto

Por.- Roberto Mansilla Blanco/ Corresponsal en España.

-Histórico regreso a la Turquía otomana.

La reelección de Recep Tayyip Erdogan en los comicios presidenciales y parlamentarios celebrados el pasado 24 de junio en Turquía confirma un histórico giro hacia un sistema presidencialista con rasgos autocráticos cuyo objetivo es sepultar los restos de la república “kemalista”, a favor de una especie de “sultanato republicano” de carácter “erdogiano”. Este giro también es geopolítico, ya que asegura el viraje de Erdogan hacia el eje euroasiático con Rusia y China, marcando así distancia de Europa y el atlantismo.

Como se preveía, Erdogan logró su cometido con las elecciones presidenciales y parlamentarias celebradas el pasado domingo 24 de junio en Turquía. Estos comicios, en principio pautados para finales de 2019, fueron súbitamente adelantados por Erdogan a comienzos de este año, a fin de asegurar cuanto antes sus cuotas de poder.

Con casi un 53% de los votos a favor, Erdogan evita una segunda vuelta que mostraría una enorme polarización ante el avance de su rival, el socialdemócrata Muharrem Ince, del Partido Republicano del Pueblo (CHP).

Con 30,4% de los votos, Ince se erige como el principal líder de la oposición de un partido, el CHP, creado por el fundador de la república turca, Mustafá Kemal Atatürk, a partir de 1923. El propio Ince y otros candidatos opositores pidieron a sus militantes vigilar las urnas ante la posibilidad de fraude electoral por parte de Erdogan. A pesar de las denuncias de presuntas presiones e irregularidades, los rivales electorales del presidente turco terminaron reconociendo su triunfo, toda vez el nivel de participación electoral fue históricamente elevado: 87%.

El resultado es, por tanto, de enorme simbolismo histórico. Estos comicios dobles, tanto presidenciales como parlamentarios, son una novedad en Turquía tras la reforma constitucional impulsada por Erdogan, primero vía referendo en 2010, y después a través del decreto de una nueva reforma constitucional en 2017, que eliminaba la figura del primer ministro.El objetivo de Erdogan era crear un sistema presidencialista fuerte que amortiguara el equilibrio de poderes vigente en el sistema parlamentario instalado en Turquía desde finales de la década de 1980.

Ahora, Erdogan será simultáneamente Jefe de Estado y de Gobierno, con facultad absoluta para nominar a los responsables de otros poderes públicos como la Judicatura e incluso del Parlamento, bajo control de su partido. Con esta reelección, Erdogan se asegura otro hecho indiscutible: su perceptible invencibilidad en las urnas.

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Objetivo 2023

Con ello, Erdogan, en el poder como primer ministro desde 2003 y como presidente desde 2017, asesta un golpe político a un partido, el CHP, heredero del “kemalismo” laico establecido por Atatürk desde la creación del sistema republicano en 1923, de las cenizas del Imperio otomano.

El horizonte de Erdogan es la perpetuidad en el poder, con objetivo enclavado en permanecer al mando más allá de 2023, fecha del centenario de la república turca. Con ello, busca sepultar definitivamente el hasta ahora predominante sistema “kemalista” por uno igualmente personalizado en un “erdogianismo” hegemónico, tanto en su partido, el islamista Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP por sus siglas en turco), como en el sistema político turco.

Para ello, Erdogan se ha asegurado un apoyo históricamente contra natura: el de la extrema derecha nacionalista del Movimiento de Acción Nacionalista (MHP). Y, al mismo tiempo, la domesticación del CHP, fracturado por sus sucesivas derrotas electorales ante Erdogan desde 2003.

Esta extraña conjunción de intereses entre los islamistas “erdogianos” del AKP y los ultranacionalistas del MHP, detentores de grupos paramilitares como los tristemente célebres “Lobos Grises”, ha permitido socavar cualquier atisbo de oposición organizada, sea por parte del CHP como de partidos progresistas, como es el caso del prokurdo Partido Democrático de los Pueblos (HDP), que alcanzó el 10% de los votos en los comicios del 24N, manteniendo así su cuota parlamentaria.

El HDP alcanzó índices mayoritarios en las provincias del sureste de Turquía, donde está asentada la mayor parte de la comunidad kurda del país, el denominado Kurdistán turco. Su líder, Selahattin Dermitas, está en prisión preventiva desde la purga política impulsada por Erdogan tras el fracasado intento de golpe militar de julio de 2016.

Desde entonces, Erdogan ha encerrado a cientos de activistas políticos, miembros del sistema burocrático, jueces y personal académico potencialmente opositor a sus pretensiones autoritarias. Este factor ha sido igualmente perceptible en estas elecciones, beneficiando así al AKP y a Erdogan, ante candidaturas aparentemente poco conocidas como Ince y otras imposibilitadas judicialmente de participar en estos comicios.

La era del “autócrata competitivo”

La pretensión de Erdogan de crear un nuevo sistema republicano presidencialista “post-kemalista” le acerca en estilo al de sus otros dos principales aliados geopolíticos: el ruso Vladimir Putin y el chino Xi Jinping, ambos reforzados respectivamente en el poder.

En los círculos académicos, este nuevo sistema se ha bautizado como el de “autocracia competitiva”. La esencia suele ser similar: la concentración y la perpetuidad hegemónica en el poder amparándose en un barniz democrático a través de la celebración de elecciones, con frecuencia de naturaleza plebiscitaria. Un sistema ya ensayado en países como Venezuela con el “chavismo” desde 1998 y que parece tener su reproducción en otras latitudes.

El presidente chino Xi Jinping lo logró tras su entronización “cuasi imperial” en el Congreso del Partido Comunista Chino de octubre pasado, instaurando una especie de sistema “xiísta” con pretensiones de sepultar definitivamente el maoísmo. Por su parte, Putin logró otra reelección presidencial en marzo pasado, instaurando un poder personalista con reminiscencias zaristas.

Así, Erdogan perfila su futuro a un eje geopolítico euroasiático con Putin y Xi al que tangencialmente forma parte el Irán de los ayatolás. En este sentido, este eje ya fue ensayado en la cumbre de Sochi de noviembre pasado, en la cual Erdogan, Putin y el presidente iraní Hassan Rouhaní perfilaron escenarios para el post-conflicto sirio.

Los proyectos de integración euroasiáticos, desde la Organización de Cooperación de Shanghai, la Unión Económica Euroasiática (UEE) de Putin y el de las Rutas de la Seda impulsadas por la China de Xi, son ahora las apuestas geopolíticas de un Erdogan que, paralelamente, parece también girar por completo la vocación atlantista y occidental que el “kemalismo” instauró durante décadas de poder en Turquía.

¿Adiós Europa?

Tras su victoria, Erdogan recibió la llamada del presidente francés Emmanuel Macron, instando a la restauración de diálogo entre Turquía y la Unión Europea. Pero el contexto es incierto en este sentido. Turquía sigue formando parte de la OTAN, pero sus negociaciones con la UE (de la que es candidato de admisión desde 2005) están prácticamente estancadas desde 2010 y Erdogan no parece particularmente entusiasmado en reactivarlas.

Además, la reciente crisis migratoria en el Mediterráneo, debido al conflicto sirio y la inestabilidad libia, no parecen persuadir a Erdogan a buscar compromisos con Europa más allá del acuerdo migratorio alcanzado en 2016, que denota una especie de muro de contención de este flujo desde Turquía hacia Europa.

Mientras en Berlín, la canciller alemana Ángela Merkel recibía al presidente de gobierno español Pedro Sánchez para tratar la crisis migratoria mediterránea, Macron visitaba el Vaticano para alcanzar un compromiso similar en momentos de tensión en las relaciones europeas con el nuevo gobierno italiano de Giusseppe Conte, tendente a negarse a recibir refugiados e inmigrantes ilegales.

Conte, con apenas un mes en el poder, se negó a recibir en suelo italiano al buque migrante “Aquarius”, finalmente atracado en costas españolas por decisión del nuevo gobierno de Sánchez en Madrid. El propio Conte declaró recientemente que Italia busca un “cambio radical” en la política de asilo europea, algo que molestó a sus socios europeos, principalmente Macron y Sánchez.

Por ello, Merkel, Macron y Sánchez buscan ahora crear un nuevo compromiso europeo en materia de flujo de inmigrantes y refugiados que asolan desde hace años las aguas del mar Mediterráneo. En ese contexto, el reelecto Erdogan con poderes absolutos prefiere mirar a otro lado, hacia una Eurasia donde Putin y Xi aparentemente le conceden más y mejor atención a sus intereses.