Por Cardenal Baltazar Porras Cardozo
La exposición “Las edades del hombre”, en España, nos transporta a la realidad lacerante que vivimos en Venezuela y nos muestra que sí hay salida.
Desde hace treinta años los obispos de la región española de Castilla-León idearon hacer una exposición con el título de “Las edades del hombre” para dar a conocer el rico patrimonio artístico y religioso que se encuentra diseminado a lo largo y ancho de la extensión de lo que se conoce como Castilla La Vieja. No se reduce al patrimonio estrictamente católico pues se conservan piezas anteriores a la dominación romana que trajo consigo en nuestra era el catolicismo, y la curiosa simbiosis de los siglos de denominación musulmana en la que convivieron tradiciones judías, islámicas y cristianas.
Recorriendo primero las catedrales y luego pueblos grandes y pequeños de aquella región, bajo un lema que le da lectura a la exposición se entretejen conceptos cristianos que adquieren a través del arte, templos, ermitas, pinturas, esculturas, retablos, imágenes una nueva vida. No pocas de ricas piezas se encuentran escondidas en los muchos monasterios que pueblan la región; otras, son patrimonio de pequeños pueblos, muchos de ellos despoblados hoy día, y por tanto desconocidos para el gran público, con el peligro de perderse por diversos factores. En cada nueva edición preparada con primor y competencia se restauran casi todas las obras que se exponen, dándole así nueva vida a piezas que por el paso del tiempo pueden perderse o desaparecer.
Este año en la localidad de Aguilar de Campoo, mediana población de la provincia palentina, en el piedemonte de la imponente cornisa cantábrica, en dos joyas del arte románico y gótico, la iglesia de Santa Cecilia y la Colegiata de San Miguel, se asume el tema de lo religioso unido a la montaña, que en la tradición de las grandes religiones van siempre de la mano. La montaña es el lugar de las teofanías, de la cercanía de lo divino y de la posibilidad de tocar lo trascendente. De allí el nombre “la montaña de Dios”. La humanidad ha descubierto la montaña como creación de Dios, lugar de su revelación y de su morada, que es también camino de subida al que estamos llamados quienes nos decimos creyentes, mediante la confianza y apertura al Altísimo y con el esfuerzo que pasa por la capacidad de sacrificio y sufrimiento para llegar a la perfección suma que no es otra que la unión del amor a Dios y el servicio al prójimo.
En siete salas, de la mano de una lectura apoyada en textos bíblicos, en la vida bimilenaria de la iglesia, apoyados en obras de todos los tiempos y de los recursos tecnológicos actuales, vamos contemplando la invitación de la montaña para acercarnos a Dios y a los hombres, en ese caminar de la relación intrínseca entre la fe y la cultura hecha belleza e invitación a la contemplación que nos conduce a servir con alegría al prójimo sufriente y excluido, con el testimonio de tantos hombres y mujeres que a lo largo del tiempo le han dado vigor y vigencia a la fuerza transformadora de la fe.
Es la invitación a admirar la belleza, subir a la montaña, llenarse de vida, de alegría y esperanza de Dios Padre, y volver al valle, a la ciudad o al pueblo con el buen sabor y olor de Jesucristo, con el aire fresco, limpio y puro del Espíritu para humanizar nuestras sociedades desde la comunidad cristiana que mira a María y descubre en ella la figura y el modelo de la Iglesia. Recorrer esta exposición es transportarse a la realidad lacerante que vivimos en nuestra patria y saber que sí hay respuesta positiva para salir de este marasmo que quiere conducirnos a la esclavitud perenne.